May busca un colchón económico en previsión de los efectos del Brexit
La premier británica rompe la promesa electoral ‘tory’ de no subir impuestos
Menos impuestos para los ricos, más impuestos para los autónomos y las pequeñas empresas, migajas para una sanidad pública que no da abasto, recortes en el Estado de bienestar hasta dejarlo reducido a los puros huesos, y restricción del gasto público para ahorrar de cara a lo que pueda pasar con el Brexit. En eso consiste la fórmula de Theresa May y su nacionalismo populista inglés, después de haber proclamado que los conservadores eran “el nuevo partido de las clases obreras”, y que iban a “estar del lado de las familias que casi no llegan a fin de mes”. Como dice el refrán, del dicho al hecho hay mucho trecho.
El presupuesto que presentó ayer el Gobierno ha sido criticado desde todos los ángulos. Por los menos favorecidos de la sociedad, porque no responde en absoluto a sus necesidades. Y en vez de gastar en subsidios y corregir el déficit crónico a la hora de invertir en sanidad, educación y cuidados sociales, pretende contentar a los pobres congelando los impuestos al alcohol y el tabaco. Y por los empresarios y clases medias, porque esperaban que emulase a Donald Trump a la hora de meter la tijera sin contemplaciones a los impuestos que más les afectan.
Con ese apego a la retórica popuDe lista que se ha adueñado de la clase política conservadora desde el Brexit, el canciller del Exchequer, Philip Hammond, pintó un panorama color de rosa en el que la economía va a crecer este año un 2%, y el Tesoro va a tener que pedir prestados “sólo” 60.000 millones de euros (20.000 millones menos de lo previsto) para compensar la diferencia entre ingresos y gastos. Después de casi una década de austeridad, el déficit público permanece casi igual, y todos los sacrificios han sido inútiles. Ni palabra sobre el aumento de la presión inflacionista y del aumento del coste de la cesta de la compra debido a la devaluación de la libra, consecuencia directa de la incertidumbre provocada por la salida de Europa.
Una sola frase dedicó el ministro de Economía al Brexit, el factor que domina por completo la política británica, hasta el punto de haber dejado de lado las diferencias tradicionales entre derecha e izquierda, sustituyéndolas por la eurofobia y la eurofilia. “Cuando estamos a punto de emprender las negociaciones para la salida de la UE, este presupuesto acelera los preparativos para un futuro más brillante, y crea una plataforma estable y sólida de cara a la obtención de acuerdos comerciales beneficiosos”. En la posverdad tienen cabida todos los cuentos de hadas.
un lado está la ficción de ese país de las maravillas que va a ser la Gran Bretaña del Brexit, con un crecimiento mayor que el de Francia y Alemania, lluvia de inversiones extranjeras e idílicos acuerdos comerciales, ignorando la regla básica de que cuanto más grande es un mercado, mejores condiciones puede conseguir. Del otro lado, la realidad de una nación empobrecida, en el que la sanidad pública se derrumba hasta el punto de que los enfermos se mueren haciendo cola en los pasillos de los hospitales (ha habido varios casos) antes de que los atienda un médico, y a los pacientes de cáncer se les niega el tratamiento idóneo para su enfermedad a fin de ahorrar en medicinas. El déficit de dinero para financiar los cuidados sociales a ancianos y personas discapacitadas se calcula en 30.000 millones de euros, pero el presupuesto tan sólo contempla 2.500 millones, apenas un parche. La educación se ha vuelto cada vez más elitista, con más financiación para los colegios de los buenos barrios, y menos para los de zonas obreras.
Desde el año 2010, bajo sucesivos gobiernos conservadores, los impuestos a los más ricos –entre ellos el de sucesiones– han bajado del orden de 50.000 millones de euros. Paralelamente, el porcentaje del PIB que se dedica al Estado de bienestar se ha reducido del 45% al 36%, uno de los índices más bajos entre las grandes potencias industrializadas de Occidente. Y la administración central, pese a sus promesas de estar del lado de los pobres, sigue apretando las tuercas. Los impuestos municipales suben, los ayuntamientos están ahogados y no pueden suministrar servicios básicos como la recogida de basuras (que en muchos barrios es sólo una vez cada quince días), y Theresa May ha ordenado a sus ministros que busquen la manera de seguir recortando. Los subsidios sociales llevan tres años congelados, el déficit comercial es el mayor en 60 años, los sueldos son un 7% más bajos que antes de la crisis y la desigualdad es enorme. El retrato de la Inglaterra del Brexit está lleno de sombras.
Pese a asegurar que ayudaría a las familias más pobres, la primera ministra ha congelado los subsidios sociales