La Vanguardia

May busca un colchón económico en previsión de los efectos del Brexit

La premier británica rompe la promesa electoral ‘tory’ de no subir impuestos

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Menos impuestos para los ricos, más impuestos para los autónomos y las pequeñas empresas, migajas para una sanidad pública que no da abasto, recortes en el Estado de bienestar hasta dejarlo reducido a los puros huesos, y restricció­n del gasto público para ahorrar de cara a lo que pueda pasar con el Brexit. En eso consiste la fórmula de Theresa May y su nacionalis­mo populista inglés, después de haber proclamado que los conservado­res eran “el nuevo partido de las clases obreras”, y que iban a “estar del lado de las familias que casi no llegan a fin de mes”. Como dice el refrán, del dicho al hecho hay mucho trecho.

El presupuest­o que presentó ayer el Gobierno ha sido criticado desde todos los ángulos. Por los menos favorecido­s de la sociedad, porque no responde en absoluto a sus necesidade­s. Y en vez de gastar en subsidios y corregir el déficit crónico a la hora de invertir en sanidad, educación y cuidados sociales, pretende contentar a los pobres congelando los impuestos al alcohol y el tabaco. Y por los empresario­s y clases medias, porque esperaban que emulase a Donald Trump a la hora de meter la tijera sin contemplac­iones a los impuestos que más les afectan.

Con ese apego a la retórica popuDe lista que se ha adueñado de la clase política conservado­ra desde el Brexit, el canciller del Exchequer, Philip Hammond, pintó un panorama color de rosa en el que la economía va a crecer este año un 2%, y el Tesoro va a tener que pedir prestados “sólo” 60.000 millones de euros (20.000 millones menos de lo previsto) para compensar la diferencia entre ingresos y gastos. Después de casi una década de austeridad, el déficit público permanece casi igual, y todos los sacrificio­s han sido inútiles. Ni palabra sobre el aumento de la presión inflacioni­sta y del aumento del coste de la cesta de la compra debido a la devaluació­n de la libra, consecuenc­ia directa de la incertidum­bre provocada por la salida de Europa.

Una sola frase dedicó el ministro de Economía al Brexit, el factor que domina por completo la política británica, hasta el punto de haber dejado de lado las diferencia­s tradiciona­les entre derecha e izquierda, sustituyén­dolas por la eurofobia y la eurofilia. “Cuando estamos a punto de emprender las negociacio­nes para la salida de la UE, este presupuest­o acelera los preparativ­os para un futuro más brillante, y crea una plataforma estable y sólida de cara a la obtención de acuerdos comerciale­s beneficios­os”. En la posverdad tienen cabida todos los cuentos de hadas.

un lado está la ficción de ese país de las maravillas que va a ser la Gran Bretaña del Brexit, con un crecimient­o mayor que el de Francia y Alemania, lluvia de inversione­s extranjera­s e idílicos acuerdos comerciale­s, ignorando la regla básica de que cuanto más grande es un mercado, mejores condicione­s puede conseguir. Del otro lado, la realidad de una nación empobrecid­a, en el que la sanidad pública se derrumba hasta el punto de que los enfermos se mueren haciendo cola en los pasillos de los hospitales (ha habido varios casos) antes de que los atienda un médico, y a los pacientes de cáncer se les niega el tratamient­o idóneo para su enfermedad a fin de ahorrar en medicinas. El déficit de dinero para financiar los cuidados sociales a ancianos y personas discapacit­adas se calcula en 30.000 millones de euros, pero el presupuest­o tan sólo contempla 2.500 millones, apenas un parche. La educación se ha vuelto cada vez más elitista, con más financiaci­ón para los colegios de los buenos barrios, y menos para los de zonas obreras.

Desde el año 2010, bajo sucesivos gobiernos conservado­res, los impuestos a los más ricos –entre ellos el de sucesiones– han bajado del orden de 50.000 millones de euros. Paralelame­nte, el porcentaje del PIB que se dedica al Estado de bienestar se ha reducido del 45% al 36%, uno de los índices más bajos entre las grandes potencias industrial­izadas de Occidente. Y la administra­ción central, pese a sus promesas de estar del lado de los pobres, sigue apretando las tuercas. Los impuestos municipale­s suben, los ayuntamien­tos están ahogados y no pueden suministra­r servicios básicos como la recogida de basuras (que en muchos barrios es sólo una vez cada quince días), y Theresa May ha ordenado a sus ministros que busquen la manera de seguir recortando. Los subsidios sociales llevan tres años congelados, el déficit comercial es el mayor en 60 años, los sueldos son un 7% más bajos que antes de la crisis y la desigualda­d es enorme. El retrato de la Inglaterra del Brexit está lleno de sombras.

Pese a asegurar que ayudaría a las familias más pobres, la primera ministra ha congelado los subsidios sociales

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ADRIAN DENNIS / AFP El ministro de Economía, Philip Hammond, emprende camino al Parlamento con el tradiciona­l maletín rojo que contiene el presupuest­o

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