La pela es la pela
Fèlix Millet i Tusell conoció días mejores pero ayer, poco antes de acusar a CDC, fue por segundos el viejo león cuyos rugidos eran música en el Palau de la Música entre 1990 y 2009.
Sin sudar la camiseta, Millet admitió que había endosado una sociedad pantalla a su esposa y a la de su adjunto Montull para evadir las comisiones.
El fiscal, Sánchez Ulled, parecía sorprendido por la franqueza y quiso atar la confesión.
–¿Lo hizo para pagar menos impuestos? A Millet le salió del alma: –¡Hombre! ¡Pues sí! Este hombre es tonto o en qué mundo vive, debió de pensar Millet.
La Ciudad de la Justícia recreó ayer la atmósfera de la Catalunya del 2003. La CDC de Artur Mas pierde el Palau de la Generalitat en noviembre –primeras elecciones sin Jordi Pujol– y Gemma Montull entra a trabajar en diciembre en el Palau de la Música como adjunta al director administrativo, su padre.
El ambiente laboral en el Palau debía de ser muy familiar.
El gran patriarca era Fèlix Millet. “Todos cumplíamos órdenes del jefe supremo, más que supremo”, declaró ayer Gemma Montull. Patrón y patriarca porque persuadió a su hija Clara para que se casase en el Palau de la Música. “Convenía hacer publicidad y que la gente supiera que se podían hacer bodas”, alegó Millet para contrarrestar en el juicio la impresión de que hacía lo que le daba la gana en tan venerada institución.
La esperada vista de ayer no fue tan divertida, como había prometido Jordi Montull, porque careció de golpes de efecto y el guión parecía escrito, salvo algunas pinceladas personales: los dos acusados, Millet y Gemma Montull, se dejaron de rodeos y corroboraron en sus testimonios que el Palau de la Música canalizaba las comisiones que la constructora Ferrovial pagaba a CDC a cambio de contratos.
Alguien va a politizar este juicio y no vive en Madrid.
Los dos acusados confirmaron las numerosas pruebas presentadas en la sala que revelan que el 4% de los contratos de obras públicas adjudicados a Ferrovial en Catalunya iban a parar a la tesorería de CDC (o el 2,5% para ser exactos, el 1,5% se lo quedaban Millet –al 80%– y Jordi Montull). Una fórmula sencilla de recordar en horas tontas como las del trayecto al aeropuerto de Barcelona en la línea 9.
Faltó diversión porque ni Millet ni Gemma Montull traspasaron las líneas rojas. “Las interioridades de CDC no las conozco”, sentenció Millet para no revelar los nombres de sus interlocutores en CDC: las responsabilidades, las sospechas y el fiambre para los tesoreros de CDC.
¡Qué fortaleza espiritual la de estos subalternos!
El contraste entre Fèlix Millet y Gemma Montull redondeó esa atmósfera de gran familia catalana. El patriarca recordaba con suma rapidez que le falla la memoria. Ni siquiera sabía que las iniciales G.P.O. de los documentos contables eran las empleadas para consignar las comisiones suyas y de Jordi Montull.
–Me suena G.P.O. Me suena mucho...
Sabía y así lo hizo que bastaba ayer con pronunciar una frase. Y la pronunció:
–Ferrovial daba el dinero y yo se lo pasaba a Convergència.
A sus 81 años y postrado en silla de ruedas –aunque entró con soltura y sin ayuda en un coche al termina la vista–, Fèlix Millet no parece impresionado por las pruebas, las sospechas o las consecuencias del proceso.
Gemma Montull, en cambio, se aferró a su papel secundario, en responsabilidades y tajadas: reformas en su casa –“se cuidaba mi padre de todo, soy hija única”– un ascenso a “directora financiera” en el 2005 que no significaba nada –sólo de cara a las tarjetas” de visita– y la debida obediencia al patriarca y a su superior, su padre al que ayer demostró amor a costa de tres momentos de fragilidad y algunos sollozos.
Gemma Montull negó que se hubiera embolsado tres millones de euros, con documentos que refuerzan su declaración. Sólo atisbaba un engranaje, aunque tardó demasiado en comprender quién pagaba la fiesta.
A Millet le salió del alma admitir que, claro, claro que trató de no pagar impuestos por las comisiones