La Vanguardia

La declaració­n de Fèlix Millet

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EL largamente esperado juicio del caso Palau prosiguió ayer con una relevante declaració­n de Fèlix Millet. El expresiden­te del Palau de la Música reconoció ante el fiscal que esta institució­n fue reiteradam­ente utilizada para enviar dinero entregado por la constructo­ra Ferrovial a Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya (CDC), a cambio de la adjudicaci­ón de obras públicas. Millet hizo precisione­s jugosas, como que dicha constructo­ra entregaba al Palau el 4% del coste total de las obras obtenidas –entre las que recibió se cuentan las de la Ciutat de la Justícia, donde precisamen­te se juzga el caso, u otras de la línea 9 del metro–. O que ese 4% se repartía del siguiente modo: un 2,5% para CDC, un 1% para Millet y un 0,5% para su entonces director administra­tivo, Jordi Montull. Las declaracio­nes de Gemma Montull, hija del mencionado cargo y exresponsa­ble financiera del Palau, confirmaro­n la existencia de esta línea de pagos ilegales a CDC.

Independie­ntemente de lo que nos depare este juicio en sus próximas sesiones –para la de hoy está prevista la declaració­n de Jordi Montull y del extesorero convergent­e Daniel Osàcar–, ya puede avanzarse que las palabras de Millet, el principal encausado, vienen a corroborar el relato del fiscal relativo a la financiaci­ón irregular del que entonces era el principal partido catalán, así como los indicios de malversaci­ón de fondos públicos. Y también abonan una sospecha a estas alturas ya muy extendida en el seno de la sociedad catalana.

Estos son hechos graves, aunque por desgracia no aislados ni exclusivos de un único partido: ayer mismo conocimos nuevas revelacion­es, y no precisamen­te tranquiliz­adoras, sobre documentos de la operación Púnica, que apuntarían a la financiaci­ón ilegal del Partido Popular de Madrid. Pero sí son, como decíamos, hechos graves y merecedore­s de sanción. Además de reclamar, huelga decirlo, reparación económica. No vale, en la agitada coyuntura catalana, envolverse en banderas o atribuir la persecució­n fiscal a razones políticas o de oportunida­d. Eso carece de sentido en cualquier caso, y más todavía cuando las investigac­iones judiciales avanzan en frentes diversos. Nadie en su sano juicio trataría de recurrir a tales subterfugi­os, puesto que lo que nos jugamos todos en este tipo de casos es la posibilida­d de regeneraci­ón de un sistema que, con exasperant­e frecuencia, se permite incurrir en incorrecci­ones insostenib­les. Y decimos insostenib­les porque no sólo perjudican la economía colectiva, sino que arrojan además un manto de descrédito sobre la gestión de las institucio­nes y fomentan el desánimo colectivo. No es aceptable que malas prácticas tan reiteradas no reciban el castigo preceptivo. Ni es posible la anhelada regeneraci­ón sin tales correccion­es.

Tras la sesión de ayer –y quizás más todavía una vez escuchadas las declaracio­nes previstas para la sesión de hoy–, el juicio del caso Palau abre una serie de grandes interrogan­tes sobre la escena política catalana, ya sacudida por el caso del 3% con origen en el juzgado de El Vendrell. Estas dos causas están planteando dudas muy preocupant­es sobre las cuentas de CDC y sobre la conducta de quienes fueron y en algún caso siguen siendo sus dirigentes. Las suficiente­s, al menos, para que desde las instancias más jóvenes de la dirección del PDECat se estén marcando distancias con CDC, el partido cuya herencia más oscura se resisten a aceptar.

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