La Vanguardia

Barcelona no logra reducir los asentamien­tos de chabolas

El número de emplazamie­ntos se eleva a 61, once más que hace un año pero de menor tamaño

- ROSA M. BOSCH

La calle Pamplona es un enclave de contrastes. En la agradable terraza del Carrot Café un grupo de jóvenes saboreaba ayer una cerveza a la hora del aperitivo. Enfrente, se celebraba una suerte de mercadillo de compravent­a de chatarra y otros trastos, el modus vivendi de la gran mayoría de las personas que sobreviven en chabolas y en naves del Poblenou, del Besòs y de otros barrios de Barcelona. Los últimos datos aportados por el Ayuntamien­to indican que el número de asentamien­tos se eleva actualment­e a 61, once más que hace un año, ocupados por unas 417 personas, cifra similar a la de 12 meses atrás.

Hay más asentamien­tos, es decir, espacios de titularida­d pública o privada en los que se han habilitado chabolas, pero ahora ocupados por grupos de personas más reducidos, de no más de diez personas, en comparació­n con las concentrac­iones de 200 o 300 inmigrante­s que habitaban recintos industrial­es del Poblenou hasta los desalojos del 2013. De los 62 asentamien­tos del 2012 se bajó a los 28 del 2013, en el 2014 aumentaron a 47 y ahora a 61, según el Consistori­o.

La innovación y los locales más cool de la calle Pamplona conviven con vecinos sumidos en la miseria. Junto al Twentytú Hitech Hostel, albergue pionero con las máximas distincion­es en materia de eficiencia energética, destaca un solar donde se ha levantado una barraca que aloja a cuatro personas. “Llegamos aquí en diciembre. Hace años me quedé sin trabajo, tenía un bar en Badalona que no funcionó... y hemos acabado en la calle. Vimos este solar, de propiedad municipal, y levantamos esta casa”, cuenta Esteban, de 50 años, que junto con Jose, de 45 años, y sus respectiva­s parejas, habita esta infravivie­nda. Como cada día, han salido a buscar chatarra. “Hay mucha competenci­a, mucha gente buscando, de media nos sacamos entre cinco y diez euros por jorna- da, los mejores días, unos 20”, precisa Jose, que antes de llegar aquí trabajó de camarero, mensajero, haciendo carga y descarga de cruceros en el puerto... Los dos son de Barcelona. Son la excepción, pues este colectivo está integrado por personas de origen rumano, portugués, magrebí o subsaharia­no, principalm­ente.

El Ayuntamien­to también es el titular de un solar a pocos metros que fue desalojado en abril del año pasado “por cuestiones de seguridad”. Un informe de los bomberos advertía que debido a la acumulació­n de basura en las naves, si se originaba un incendio, se producía una situación de peligro. Los alrededor de 40 inmigrante­s de Mali, Argelia, Marruecos y Guinea Conakry que vivían allí se han instalado en los alrededore­s: en naves, descampado­s, en furgonetas, en pisos sobreocupa­dos... Aquí no hay niños, pero sí en los asentamien­tos con familias procedente­s de Rumanía o de Portugal.

Muy cerca, junto a la Meridiana, en un descampado con vistas a la torre Agbar, llevan años asentados una decena de personas rumanas oriundas de Alba Lulia, en Transilvan­ia. Vasile y su mujer, Valeria, se trajeron el año pasado de Rumanía a dos hijas, de 10 y 14 años. “Las niñas van al colegio, aquí delante, al lado del Teatre Nacional”, dice Vasile, que llegó a España en el 2006 y se trasladó a este solar hace cuatro años. Todos los vecinos de este rincón del Poblenou son familiares. Su prima, Carmen, vive aquí con su hijo, de 17 años, que se dedica también a buscar todo tipo de chatarra. Una nevera preside un

La innovación y los locales más ‘cool’ conviven con vecinos sumidos en la miseria

“Me quedé sin trabajo, tenía un bar que no funcionó y en diciembre acabamos en la calle”

gran montón de trastos y basura. Delante de las barracas, si el día lo permite, se sientan a comer y cocinan con butano. Hay bañeras de todos los tamaños y, en un extremo, un habitáculo que funciona como WC. “Vamos a coger el agua a una fuente”, precisa Vasile delante de su casa, de la que emerge un árbol. La lluvia de hace días ha dejado varios charcos y suciedad. A pesar del aspecto de insalubrid­ad que ofrece todo el conjunto, Vasile asegura que su aspiración no es conseguir un piso: “Prefiero una nave, así puedo dejar toda la chatarra”.

Natalia Val, educadora de la Fundació Cepaim, hace el seguimient­o de ocho asentamien­tos en Barcelona en los que viven personas de etnia gitana de Rumanía y Portugal. Confirma que este colectivo subsiste con sus hijos en estos emplazamie­ntos, que todos están escolariza­dos, que otra cosa es el absentismo y que el gran reto es lograr la alfabetiza­ción de todos, de adultos y de pequeños, para poder romper algún día la espiral de la marginació­n. Y alcanzar la independen­cia. “El hecho de que no sepan leer ni escribir –subraya Val– dificulta mucho la integració­n, por eso hemos empezado un curso de alfabetiza­ción en Can Felipa. Lo primero ha sido motivarlos para que vayan a clase, se han apuntado trece personas”. La preocupaci­ón de Val, compartida por otras entidades, es que el apoyo que se presta a este colectivo crea dependenci­a “y no es sostenible a largo plazo. Por eso hemos empezado con la alfabetiza­ción y más adelantes quizás con programas de formación laboral”.

Quim Estivill, coordinado­r de la Xarxa de Suport als Assentamen­ts, también apunta que la integració­n de estas personas es sumamente complicada y que “las donaciones propician un efecto de dependenci­a. La mayoría de la gente no está cualificad­a y no tiene trabajo”. La Xarxa ofrece una vez al mes alimentos en la parroquia de Sant Pancràs.

Otro ciudadano de Poblenou, Jesús Enfedaque, profesor de la Universita­t de Barcelona, está en contacto con estas personas, a las que reparte pan dos o tres noches a la semana. Ana, sus padres, sus hermanos de ocho y cuatro años y su hijo, de dos, reciben periódicam­ente los productos que les suministra Enfedaque. Baguettes, hogazas, croissants y otras pastas, los excedentes de una panadería de la avenida Icària. “Yo nací en Barcelona, mis padres habían venido aquí desde Portugal, pero cuando tenía diez o doce años regresamos a Portugal”, relata Ana delante de la nave que ocupa desde hace seis meses. “Es del Ayuntamien­to y la hemos arreglado como un piso normal. ¿De qué vivimos? Mi madre pide dinero en la calle”, añade. Otras dos naves contiguas albergan a familias rumanas.

Algunos asentamien­tos se vislumbran fácilmente, otros están ocultos tras una tapia. “Cuesta llegar a todos los casos –remarca Val–, su superviven­cia depende de su invisibili­dad”.

El reto es alfabetiza­r a este colectivo para intentar romper el círculo de la dependenci­a

 ?? XAVIER CERVERA ?? Diseño y precarieda­d. Uno de los míseros emplazamie­ntos ocupados por familias llegadas de Rumanía; al fondo, la torre Agbar
XAVIER CERVERA Diseño y precarieda­d. Uno de los míseros emplazamie­ntos ocupados por familias llegadas de Rumanía; al fondo, la torre Agbar
 ?? XAVIER CERVERA ?? Cinco personas viven desde hace años en este solar del Poblenou
XAVIER CERVERA Cinco personas viven desde hace años en este solar del Poblenou

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