La fuente de la pita, fundida en serie
Hasta bien entrado el siglo XIX pocos eran en Barcelona los servicios públicos, y estos aún brindaban un perfil utilitario. El mobiliario urbano era más bien escaso. Se había prestado quizá más interés en introducir el guardacantón que otras novedades, aunque fueran necesarias para la ciudadanía.
Cuando se comenzaron a mejorar ciertos servicios, fueron los relativos a las fuentes, el alumbrado, el empedrado de calles y los urinarios.
Ildefons Cerdà se reveló como un urbanista completo, al reflexionar sobre problemas de gran escala, al tiempo que prestaba la debida atención a los detalles. Un buen ejemplo lo brindaba al indicar el empleo del espacio surgido en los chaflanes al situar allí servicios públicos.
Barcelona era en este sentido la ciudad más moderna de España, pero anticuada en relación con las europeas.
Entonces se intentó introducir fuentes por supuesto monumentales, pero también las populares que aportaban agua potable para uso de los ciudadanos. Estas eran centro de reunión del vecindario.
Así en 1852 y por iniciativa del alcalde Santiago Lluís Dupuy se comenzó a actuar en esta doble línea. Siempre era más vistoso poner en pie en la plaza del Rei la fuente neogótica que proyectó el arquitecto Francesc Daniel Molina, pero resultaba más efectivo repartir la veintena de fuentes de caño de hierro fundido. Eran funcionales, aunque aportaban algún detalle ornamental que era de agradecer.
Se caracterizaban por estar instaladas sobre una buena base pétrea con la pila que desaguaba; y encima se alzaba una especie de estructura, que tanto podía ser de austera inspiración arquitectónica como una columna acanalada sobre la que se montaba un tiesto y un elemento personalizado, casi siempre floral. Una muestra se conserva en Diagonal Rosselló.
Algunos arquitectos y maestros de obras aportaron en este cometido varias propuestas dentro de la mencionada línea, como Antoni Rovira i Trias, Josep Fontserè o Eduard Fontserè.
El destino fue la Ciutat Vella; al empezar la colonización del Eixample, fueron plantadas algunas de semejante estilo. Una parecida a la de la fotografía la realizó Eduard Fontserè para la plaza Traginers.
Estas fuentes mejoraron todo lo que había hasta entonces, que eran conjuntos de mampostería, en los que manaba un simple caño.
La docena de fuentes Wallace supusieron en 1892 un toque original. Pero el momento brillante fue gracias a la creativa serie que modeló el buen escultor Josep Campeny, al ganar el concurso municipal de 1912, y que merecieron ser fundidas en bronce. Aún embellecen con categoría nuestro espacio público.
A mediados del siglo XIX fueron plantadas unas fuentes con remate floral