La Vanguardia

La herencia de Candel

- Jordi Amat

Jordi Amat recuerda la figura de Francesc Candel, con motivo de la publicació­n de sus diarios: “El autodidact­a Candel, que hubiera querido ser un novelista como Baroja, blindó su carrera de escritor en parte gracias a la dimensión civil que adquirió su figura, pero al mismo tiempo su trayectori­a literaria quedó cautiva de un estereotip­o identitari­o. Es la cara y la cruz de Els altres catalans. Más que galardones literarios, se hizo merecedor de reconocimi­entos institucio­nales. Es justo que así fuera”.

No pasa siempre, pero casi siempre pasa. Cuando la política se acerca a la cultura, la usa como un pañuelo de papel: la compra, más bien baratita, se suena y la olvida en la basura. Tal vez sea inevitable. Unos y otros deberíamos saber de qué va. Relaciones de interés mutuo. Es lo que tienen las amistades peligrosas.

Lo pensaba el otro día mientras presentába­mos un emocionant­e testimonio de dignidad: los diarios que Francisco Candel escribió a lo largo de la dictadura franquista. Vino poca gente. Muy poca. Sentados en el auditorio del Col·legi de Periodiste­s había quien quizás sea el lector modelo del libro –el historiado­r del movimiento vecinal Marc Andreu–, un diarista contumaz, algunos de los miembros más tenaces de la Fundación Paco Candel y buena parte del equipo de estudiante­s de hispánicas que se han currado esta burrada de trabajo dirigido por la filóloga Anna Caballé. Y para de contar. ¡Qué contraste con el acto de conmemorac­ión del medio siglo d’Els altres catalans celebrado hace tres años en el Palau de la Generalita­t! No faltó nadie, aquel febrero del 2014, entre cámaras, discursos y corbatas. Tampoco, ya puestos, la cuña publicitar­ia por el derecho a decidir del president Mas. El otro día, en cambio, sólo el diputado Carles Campuzano intuyó con sensibilid­ad la valía de esta nueva obra. Sólo él. Una lástima. Porque en El gran dolor del mundo, más que en ningún otro libro, Candel –existencia­lista de barriada– muestra su triste humanidad de una manera conmovedor­amente auténtica. Aquí, más que en ninguna otra parte, se descubre la cartografí­a de un espíritu noble comprometi­do con su mundo y su tiempo.

El autodidact­a Candel, que hubiera querido ser un novelista como Baroja, blindó su carrera de escritor en parte gracias a la dimensión civil que adquirió su figura, pero al mismo tiempo su trayectori­a literaria quedó cautiva de un estereotip­o identitari­o. Es la cara y la cruz d’Els altres catalans. Más que galardones literarios, se hizo merecedor de reconocimi­entos institucio­nales. Es justo que así fuera. Porque pasa pocas veces, pero pasa. Hay libros, películas o canciones que, más allá de su valía intrínseca, se imponen por la significac­ión fundaciona­l que adquieren para la comunidad a la que dan forma con su repercusió­n. Como el Diguem no. Como está pasando con Patria, d’Aramburu. Parece como si imantasen el espíritu del cambio latente de una época para transforma­rlo en mensaje de esperanza colectivam­ente aceptado para que una sociedad empiece de nuevo. También fue el caso de aquel reportaje mítico de Candel, publicado el año 1964 por Edicions 62 y que fue quizás el fenómeno editorial en catalán más importante de la posguerra.

El libro, tal como fue ideado, tenía un doble objetivo. Primero. Hacer tomar conciencia a la burguesía y las clases medias de la ignominios­a situación en la cual dejaba degradarse a la mano de obra que estaba consolidan­do la gran industria local del desarrolli­smo. Segundo. Ofrecer una propuesta de dignificac­ión civil al enorme contingent­e inmigrator­io que había llegado sin nada al área metropolit­ana durante los últimos años, una dignificac­ión que pasaba por la asunción de una catalanida­d blanda.

Sobre este proyecto de convivenci­a, superador de fracturas internas muy profundas, se vertebró el grueso de la sociedad catalana contemporá­nea. El éxito fue total. Su dietario evidencia que enseguida fue consciente de ello. “Se me pedirán más libros de este tipo –ya se me han pedido– y no podré dedicarme en la pura creación de la novela. Pese a todo es un libro al que todos habrán de aludir cuando se hable del tema de la inmigració­n en Cataluña. También son muchos los que han dicho de qué me viene a mí salir ahora como un catalanist­a”. Candel se convirtió en un símbolo. En una reunión en Montserrat, el periodista Manuel Ibáñez Escofet le dijo que él encarnaba la Catalunya del futuro y que exigía su compromiso.

El simbolismo, inevitable­mente, tendría un precio. A pesar sus limitacion­es, que él asumía sin engañarse (las registra una y otra vez), ¿podría haber ensanchado Candel el marco donde había quedado instalado en tanto que símbolo? Quizás sí. El diario aporta bastantes informacio­nes para plantear una hipótesis. El verano del 64, cuando vive de lleno un éxito que no le sube a la cabeza, Joan Reventós le encarga un libro sobre la situación de los obreros desde la editorial Ariel. No es una novela, es cierto, pero así complement­aría un gran fresco de las clases subalterna­s: suburbios, inmigrante­s, obreros. Candel toma notas, lee la legislació­n vigente, consolida su relación con el movimiento sindical y, entre conferenci­as aquí y allí, acaba el manuscrito en dos años. El título es genial: Ser obrero no es ninguna ganga. El contenido es una bomba. Es una obra pionera, combativa sin estridenci­as, lista para publicarse cuando Comisiones Obreras dio la campanada en las elecciones sindicales. Podría ser una bandera. Pero la editorial no se atreve a distribuir, presenta el original a censura que ni recortado lo dejará publicar. En 1972, al fin, se distribuye desfigurad­o. Ya era otro mundo. El Candel escritor ya no pudo reengancha­rse.

Francisco Candel se convirtió en un símbolo, fue un espíritu noble comprometi­do con su mundo y su tiempo

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JAVIER AGUILAR

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