Kaczynski recibe como heroína a la primera ministra humillada en la UE
Szydlo, en contra del parecer de 27 socios comunitarios, se opuso a Tusk
La reelección de Donald Tusk, antiguo primer ministro liberal polaco, como presidente del Consejo Europeo el pasado jueves en Bruselas –confirmado en el cargo sólo con el voto en contra de la primera ministra polaca– fue un gran triunfo de Polonia y una derrota de la UE, según opina el líder nacionalista Jaroslaw Kaczynski, verdadero hombre fuerte del país.
La misma noche del jueves, Kaczynski afirmó ante las cámaras de televisión que la elección de Tusk había sido un acontecimiento nefasto, una derrota de la UE. También ensalzó la fracasada maniobra para torpedear a Tusk, protagonizada por la jefa del Gobierno, Beata Szydlo, en Bruselas, como una postura de “orgullo y dignidad nacional” de “nuestra valiente primera ministra, que audazmente ha defendido los intereses nacionales”, así como los valores europeos “en contra de todos” los demás países.
Ningún país en la historia de la UE había sufrido una derrota política tan humillante como la de Polonia el jueves en Bruselas. Kaczynski, sin embargo, obligó el viernes por la noche a la plana mayor del régimen, incluidos muchos ministros y los presidentes de las dos cámaras del Parlamento, a acudir al aeropuerto, como si fueran una tropa, y recibir a “la victoriosa” primera ministra. La cubrieron con ramos de flores y elogios como gran defensora del orgullo nacional.
Kaczynski dirige el partido Ley y Justicia –ultranacionalista católico– y maneja los hilos del Gobierno con ostentosos ademanes caudillistas.
A pesar de que Tusk fue dos veces jefe de gobierno entre el 2008 y el 2015, Kaczynski dice que no tiene derecho a usar la bandera polaca porque “ha roto toda lealtad con nuestro país”. Es evidente que siente un profundo odio personal hacia él. Antes de perder las últimas elecciones a finales del 2015, Donald Tusk lo había derrotado ocho veces en las urnas.
Kaczynski suele insultar a los líderes de la oposición y a cualquier voz crítica. Los tacha de ladrones, comunistas y “gente de la peor calaña”.
Cargado de ira acudió el viernes al Parlamento. Los diputados de la oposición, jubilosos, cantaban “viva Tusk”, y Kaczynski, desde la tribuna, les espetó: “Ustedes siempre han sido un partido externo”, representante de los intereses de otros países.
Para quienes recuerdan o han vivido la historia reciente de Polonia es una dramática paradoja que Kaczynski se tome ahora la libertad de decir quién es y quién no es polaco, de acusar a los políticos elegidos democráticamente de actuar por inspiración de viles potencias extranjeras.
Estos dirigentes de la oposición representan a Polonia en el elenco de las democracias europeas. Polonia pertenece a él por decisión propia y la UE ha sido y sigue siendo una fuente de prosperidad, bienestar y progreso.
La última vez que en memoria viviente los polacos pudieron oír acusaciones de traidores o de quintacolumnistas lanzadas desde el poder fue en 1967, cuando el líder comunista polaco Wladyslaw Gomulka acusó a los polacos de origen judío de actuar como una quinta columna y les obligó a “elegir la patria”. El tristemente celebre discurso de Gomulka desató una brutal campaña y purga antisemitas que dos años más tarde culminaron con la expulsión de 23.000 judíos, casi todos supervivientes del Holocausto.
El afán del régimen de Kaczynski de convertir una derrota en una victoria ha provocado burlas y escarnios a lo largo y ancho del país, salvo en las propias filas nacionalistas. Lo grotesco es que también ha despertado un auténtico temor en muchos polacos a que su verdadero objetivo no sea sólo demostrar a toda Europa el supuesto orgullo soberano de Polonia sino arrastrar al país fuera la UE. El ingreso en la Unión hace 13 años supuso la culminación de un anhelo histórico de los polacos.
Si esta salida llega a producirse, Polonia no sólo echará a perder su mayor logro en la transición del comunismo a la democracia, sino que encajará una derrota histórica, absurda y trágica, además de autoinfligida.
Esta vez la derrota no será por las invasiones de la Alemania nazi y de la Unión Soviética, ni por la traición de los aliados en la conferencia de Yalta en 1945, sino por regalarse ella misma por voto popular un régimen político retrógrado y fanático en su credo ultranacionalista y autócrata.
El líder nacionalista polaco utiliza una retórica que recuerda a la del comunismo contra los judíos