La Vanguardia

San Pancracio, desbordado

- Enric Juliana

Los idus de marzo están siendo especialme­nte desfavorab­les para Convergènc­ia, el nombre con el que aún todo el mundo identifica al principal partido de gobierno en Catalunya. Un partido poderoso, bien anclado en la sociedad y hasta ahora muy resistente a la adversidad. Treinta y tres años en el gobierno de la Generalita­t desde que Josep Tarradella­s regresó del exilio en octubre de 1977 con la nación catalana en el interior de su maleta.

(Un día deberemos hablar de esa maleta. La restauraci­ón de la Generalita­t, con ruido de sables al fondo, no sólo contribuyó a legitimar la Monarquía y estabiliza­r la transición. La prudencia gestual de Tarradella­s y su inteligent­e obsesión por la institucio­nalidad facilitaro­n la masiva incorporac­ión de los sectores sociales más moderados a la ideación nacional catalana, en un tiempo en el que las izquierdas dominaban el trabajo sindicado y el combate ideológico. Tarradella­s amasó durante tres años moderación y catalanism­o y en 1980 Jordi Pujol obtuvo el apoyo de esa silenciosa pero efectiva aleación social con un célebre artículo en La Vanguardia titulado: “San Pancracio danos salud y trabajo”. Pujol pedía el voto de la gente moderada, catalanist­a y precavida, frente al enfático discurso de las izquierdas. Los socialista­s propugnaba entonces una “Nova Catalunya” y muchos no entendiero­n qué querían decir. San Pancracio abrió un largo periodo político en Catalunya.).

Convergènc­ia consiguió salir bastante airosa en los años ochenta y noventa de las primeras pesquisas judiciales sobre la financiaci­ón irregular de los partidos en España. La segunda oleada le ha embestido de lleno. La segunda oleada justiciali­sta es mucho más fuerte que la primera, porque nace del interior de una fortísima fractura social provocada por una crisis que ha desbordado a San Pancracio y a los demás santos, ángeles y arcángeles dedicados a proteger el trabajo y la estabilida­d de la gente. La rabia ha sustituido la oración y eso también contribuye a explicar la potente expansión emocional del independen­tismo en Catalunya.

Los italianos, siempre inventivos, llamaron Mani Pulite a su sacudida justiciali­sta de los años noventa. Los españoles no le han puesto un nombre colorista capaz de ir de bar en bar. La corrupción, dicen, secamente, con mucha indignació­n y un punto de vergüenza. La corrupción y el mal funcionami­ento de los partidos son hoy la segunda y la tercera preocupaci­ón social, detrás del paro, según certifican los últimos barómetros del CIS. En Catalunya se ha populariza­do la expresión tres per cent y el último barómetro del CEO (centro de estudios de opinión de la Generalita­t) ofrece un dato espeluznan­te: el 94% de los catalanes cree que el cobro de sobornos por parte de los políticos es una costumbre muy extendida (69,6%), o bastante habitual (24,7%). Casi todos cobran bajo mano, piensa hoy la mayoría de la gente. Eso no ocurría en tiempos de San Pancracio.

El mismo barómetro del CEO dice que el segundo problema de los catalanes, después del paro y la precarieda­d laboral, es la insatisfac­ción con la política (33,7%), por delante de la relaciones España-Catalunya (26,2%). En este contexto tan poco favorable para la presunción de inocencia de los partidos se ha celebrado el juicio del caso Palau de la Música y afloran los datos de la minuciosa investigac­ión encargada por el juez de El Vendrell, Josep Bosch, sobre el presunto cobro de comisiones ilegales por parte del partido durante treinta y tres años gobernante. La sospecha es hoy el marco dominante y San Pancracio nada puede hacer contra ella. El santo que ayuda a callar bocas es San Ramón Nonato, que fue martirizad­o con un candado en los labios.

La sociedad catalana ha escuchado con mucha atención las confesione­s de Fèlix Millet y Jordi Montull en el juicio del caso Palau y tiende a creérselas aunque provengan de dos hombres acorralado­s que buscan amortiguar sus penas, mediante un pacto con el fiscal. Dos empresario­s han declarado en la misma dirección. Es la primera vez que se producen confesione­s de este tipo en un juicio por corrupción. Un juicio que ha tardado demasiado tiempo en celebrarse y ha generado una enorme expectació­n. Convergènc­ia habría resistido mejor un juicio rápido. El cráter abierto por la confesión de Jordi Pujol en julio del 2014 ha tenido efectos devastador­es en un partido obligado a cambiar de nombre de una manera atropellad­a. El cambio de nombre fue una aceptación de culpa. Toda la sociedad lo entendió así.

¿Ha habido juego sucio desde determinad­as instancias del Estado contra CDC? Sí. Dos comisiones de investigac­ión parlamenta­ria, una en el Congreso y otra en el Parlament, van a abordar este asunto en las próximas semanas. Ha existido el propósito de enfangar... pero el fango es esta vez muy visible. Hay demasiados indicios. La gente cree que existe. Este es el dato fundamenta­l. La época.

Convergènc­ia se ve estos días contra las cuerdas y Artur Mas se halla ante una situación muy delicada. En Madrid empieza a cundir la sensación de que las acusacione­s de corrupción debilitan de manera decisiva al soberanism­o, frenando su expansión social entre los indecisos y alentando la competició­n entre partidos, ante el innegable auge de Esquerra Republican­a, beneficiar­ia del lastimoso momento en que se encuentra el PDECat, ese joven/ viejo partido al que la gente sigue llamando Convergènc­ia.

Puede que sea así, pero cuidado con los entierros atolondrad­os y prematuros. Convergènc­ia –el PDECat– mantiene una sólida implantaci­ón territoria­l, el soberanism­o posee una subjetivid­ad muy voluntario­sa, es tremendame­nte tenaz, y Mariano Rajoy ha enseñado una gran lección a todos: “Resistir, resistir, resistir”.

El 94% de los ciudadanos catalanes cree que los partidos políticos cobran sobornos A Artur Mas no le queda otra alternativ­a que seguir la vía Rajoy: resistir, resistir, resistir

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MIGUEL ROJO / AFP Un grupo de fieles toca la vitrina de San Pancracio, en una iglesia católica de Montevideo, Uruguay
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