|ENCRUCIJADA|
El enroque de Mas ante las sospechas de corrupción que arrecian sobre CDC lastra las opciones de renovación y regeneración del nuevo partido
Lugar en donde se cruzan dos o más calles o caminos. Ocasión que se aprovecha para hacer daño a alguien, emboscada, asechanza. Situación difícil en que no se sabe qué conducta seguir.
Algunos dirigentes del PDECat se alegraban esta semana de que el 23 de noviembre del 2015 Josep Rull hubiese anunciado la disolución de CDC. Un anuncio que, en plena discusión sobre cómo debía articularse la refundación del partido después de la inesperada confesión de Jordi Pujol del 25 de julio del 2014, cayó como una bomba de relojería entre los contrarios a la liquidación de las siglas y la herencia de CDC y al entonces coordinador general le costó más de un rapapolvo interno de los que consideraban que se había pasado de frenada. El caso es que el concepto disolución sería matizado en las semanas siguientes y, cosa muy típica de CDC, quedó en una nebulosa qué ocurriría exactamente con la formación que se aspiraba a reinventar. Pero ahora los dirigentes del PDECat reivindican aquel episodio como la prueba de que, ante las sospechas de corrupción que se ciernen sobre CDC, el nuevo partido no tiene nada que ver con el viejo.
El PDECat y CDC han acabado siendo, efectivamente, dos realidades jurídicas diferentes, y esta circunstancia le sirve a la dirección de la nueva formación para desmarcarse de las acusaciones de financiación irregular que pesan sobre su antecesora, porque una cosa es la herencia política, de la que en principio nadie reniega, y otra la muy incómoda herencia del 3%, que la cúpula actual no está dispuesta a asumir bajo ningún concepto. Es más, no sólo entiende que se trata de una rémora que no le corresponde, sino que considera que es absolutamente incompatible con el proyecto de renovación que encarna el PDECat y pone en serio peligro su credibilidad e incluso su viabilidad. Es en este contexto en el que cabe situar la insólita desvinculación pública respecto a CDC protagonizada el lunes por la coordinadora general, Marta Pascal –la máxima responsable ejecutiva de las nuevas siglas–, en un intento de romper amarras con el pasado y establecer un cortafuegos que, a modo de cordón sanitario, evite la contaminación del nuevo partido.
El reto no es fácil, muy al contrario. Los más viejos del lugar recuerdan que, lamentablemente, la sombra de la corrupción es como una especie de mal endémico que planea sobre CDC desde el llamado caso Casinos, archivado el 1997 entre otras razones por falta de pruebas. Y, veinte años después, las revelaciones del juicio del caso Palau de la Música, con el extesorero Daniel Osàcar como imputado, y las investigaciones sobre la trama del 3%, que apuntan al exgerente Germà Gordó, no hacen más que alimentar unas sospechas de las que la dirección del PDECat se niega a darse por aludida. Tanto que ahora dentro de la formación todas las miradas apuntan a Artur Mas, el actual presidente del PDECat que en la época de los últimos hechos denunciados era primero secretario general y después presidente de CDC, y se ha dejado en sus manos las correspondientes explicaciones públicas. Unas explicaciones que el expresidente de la Generalitat no rehúye, como en realidad no ha hecho nunca –será la tercera vez, desde el 2013, que tenga que comparecer en el Parlament para hablar de la presunta financiación irregular de CDC–, pero que tampoco
Pasar página o dejarse arrastrar es la disyuntiva, pero para la dirección la salida es sólo una y urgente
se apartan del guión habitual de aferrarse al discurso de la inexistencia de irregularidades.
Y esta actitud de enrocarse, incluso a la defensiva, en la negación de la premisa principal, que puede que en otros tiempos resultara efectiva, es lo que hoy dentro del PDECat se considera que es políticamente contraproducente y lastra su mensaje no sólo de renovación, sino de regeneración de la manera de hacer política. Nadie, sin embargo, parece que se atreva, cuando menos de momento, a enmendarle la plana no sólo a una de las figuras más influyentes del partido, sino del conjunto del panorama político de Catalunya, pero son cada vez más las voces que en privado defienden que quizás a Artur Mas le habría llegado la hora de completar el paso al lado forzado en su día por la CUP con un paso atrás definitivo. La retirada es una posibilidad que él no contempla, pero los que sí la prevén están convencidos de que es la única manera de garantizar un porvenir a la nueva fuerza política en el escenario que salga –el que sea– del proceso soberanista.
Pasar definitivamente página de la cada vez más alargada sombra de CDC o mantenerse en la duda y la ambigüedad y dejarse arrastrar por las sospechas crecientes es la alternativa que en estos momentos está sobre la mesa, pero no la disyuntiva que se plantea la dirección del PDECat, para la que la salida viable es sólo una. Esta es la auténtica encrucijada a la que se enfrenta el partido, sabedor, además, que encontrar la solución es urgente.