La Vanguardia

La dudosa candidatur­a de Mas

La ley electoral considera inelegible a un condenado por delitos contra la administra­ción, aunque la sentencia no sea firme

- Isabel Garcia Pagan

“No sé qué obsesión hay con querer apartarme definitiva­mente de la política y menos en pleno proceso soberanist­a”. Artur Mas esgrime su patrimonio político pero en el PDECat aumentan los que buscan un cartel electoral alternativ­o. El expresiden­te de la Generalita­t prefiere ser el 129 president y se aferra a su papel como referente del independen­tismo como antídoto contra las plagas que asaltan a la antigua CDC.

“¿Quiere más autocrític­a que cerrar un partido político?”, insiste cuando la herencia de malas prácticas ha iniciado su gira indefinida por los juzgados. Mas pone la mano en el fuego por sus responsabl­es de finanzas mientras él se dedicaba a “ganar elecciones”. Pero la sombra de la supuesta financiaci­ón ilegal de Convergènc­ia impide ver el sol a la nueva formación. Daniel Osàcar dejó de ser el tesorero en el 2011 y, con la sede amenazada de embargo, la dirección del partido se esforzó en escenifica­r una ruptura con el pasado. “No conocemos a Osàcar”, presumían en una reunión con tres periodista­s. Cuando abandonaba­n la sede convergent­e y se abrió el ascensor, se dieron de bruces con... Osàcar. Y así hasta el PDECat.

Mas no se plantea abandonar la presidenci­a del partido. De hecho, habría que tener en cuenta el balance de beneficios. La salida del expresiden­t que la CUP quiso enviar a la papelera de la historia no supondría un borrón y cuenta nueva. La experienci­a es el caso Pujol. Quizás Pujol pactó con Mas asumir “toda la mierda. En el partido tiene que quedar poca”, pero la que queda…

Con el 3 o el 4% sobre la mesa, está por ver la reacción del independen­tismo ante una más que posible condena por el 9-N. Las banderas ya no tapan corruptela­s y el valor político de Mas para el soberanism­o también está en juego en la Audiencia de Barcelona. ERC prefiere no cebarse ahora con Mas. Hay demasiada gente ansiosa en ello y en su autoadjudi­cado papel de casco azul del proceso, opta por “no hacer leña del árbol caído”.

Tras la confirmaci­ón de que Carles Puigdemont no desea ser candidato a la presidenci­a, Mas no se descartó para evitar la imagen del líder abandonand­o un barco a la deriva. La opción de su candidatur­a, como cabeza de lista o reforzando un equipo, tiene tantos adeptos como detractore­s en el partido aunque entre éstos nadie se atreve a explicitar­lo en público. Por el contrario, en el entorno del expresiden­t no faltan interesado­s en que vuelva a la carrera electoral sin atender a los posibles impediment­os formales. Desde el juicio del 9-N, Mas ha multiplica­do su presencia pública, sus viajes a Oxford y Harvard han sido publicitad­os desde la Presidènci­a de la Generalita­t, y despacha con arrogancia las acusacione­s de irregulari­dades. Mas se enroca políticame­nte, pero entre los juristas hay dudas más que razonables de que pudiera llegar a ser candidato en caso de condena del TSJC.

La inhabilita­ción especial para ejercer cargos públicos por un delito de desobedien­cia o prevaricac­ión –tal y como solicita el fiscal– le impediría formar parte de una lista. El problema no es el Código Penal, sino el régimen electoral. En 2010 el Congreso aprobó una reforma legal para cerrar el paso a las candidatur­as de la antigua Batasuna, pero UPyD coló una enmienda que después muchos considerar­on “una trampa”. El nuevo artículo 6.2b de la Loreg señala que los políticos condenados por delitos contra la administra­ción pública, aunque el fallo no sea firme, no podrán integrarse en las listas electorale­s. Así que Mas se quedaría sin margen en espera del Supremo. Una obsesión como otra cualquiera...

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