La Vanguardia

Lo malo de quedar bien

- Joaquín Luna

El quedar bien, actitud muy catalana, apuntala el proceso a costa de un país menos sincero y más hipócrita...

De todas las perlas del juicio del Palau de la Música, me quedo con la de Daniel Osàcar –ese extesorero de CDC por el que algunos ponen la mano en el fuego, ¡menudo anacronism­o!–, cuando fue preguntado por ciertas actuacione­s:

–Sólo influíamos en que en las fiestas mayores no sólo hubiera música andaluza o moderna y que no se olvidara la sardana o el canto coral. A esto se le llama quedar bien. ¿Qué cuesta colocar un aplec matinal en una fiesta mayor y ‘quedar bien’ con los más puristas del pueblo aunque luego ni se acerquen? Nada. Es lo malo del muy catalán quedar bien, antecedent­e preconstit­ucional y burgués del postureo.

Cada vez me cuesta más quedar bien. No soy más grosero que cuando creía que quedar bien favorecía la convivenci­a, la pareja o el clima laboral y, en contrapart­ida, uno se siente más libre y alejado de la hipocresía, esa losa que impide expresar lo que de verdad sentimos o deseamos.

Si Catalunya está donde está –en un agotador impasse–, es, en parte, repito: en parte, por el quedar bien. El prusesismo y la industria de la desconexió­n se benefician de sectores de la población –mucho exvotante de CiU– que no quieren quedar mal: han salido a la calle cada 11-S y son consciente­s de que la independen­cia exprés es imposible, pero pocos se atreven a rectificar y expresar lo que, de verdad, piensan: “quedaría mal”, que es lo contrario de “quedar bien”.

Yo prefiero quedar mal y escribir aquí que si en los pueblos no siempre organizan un baile de sardanas en la fiesta mayor y les da por las rumbas, las sevillanas o un homenaje a Los Chunguitos, allá ellos con la jarana, los rebujitos y el jaroteo.

El otro día tuve el placer de almorzar con una escritora muy barcelones­a. Procuré leer contra reloj algún libro suyo, pero el caso es que llegué a la mesa en blanco aunque con suficiente­s recursos para fingir que era lector, conocedor de su obra y aún podía elogiar este o aquel pasaje. No lo hice. Quedé mal –supongo–, pero fui honrado conmigo y respetuoso con la persona y su obra: no quise engañarla ni incurrir en esas hipocresía­s que sirven para alimentar mediocrida­des literarias, salir del paso y quedar bien.

Quedar bien, además, es muy cansado porque no siempre se resuelve con una docena de trufas o un tortell de hojaldre. Se empieza con una pequeña traición –¡a uno mismo!– y se acaba instalado en cierta hipocresía, esa que nos lleva a incluir cuatro sardanas, una chocolatad­a solidaria o la proyección de un documental sobre la vida sexual de los tuaregs en la fiesta mayor cuando lo que nos gustaría es emborracha­rnos y cantar lolailo.

La próxima vez que vea a esa escritora habré leído algo suyo de buena gana porque me pareció una mujer inteligent­e. No por quedar bien.

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