Violencia en el fútbol base
Llevo seis años viendo fútbol base, desde que mis hijos eran prebenjamines. Creo que es un deporte precioso, en el que se fomenta el compañerismo, el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo en equipo. Pero desgraciadamente tiene una parte muy negativa, que es la gran violencia alrededor del juego que ocurre en los campos de fútbol, y que muchas veces se minimiza. Es tan generalizada que hemos aprendido a convivir con ella, sin adoptarse las medidas necesarias para su erradicación. Hay sólo unas víctimas, que son los niños, pero muchos culpables.
En primer lugar, los padres y familiares. Es habitual oír insultos y amenazas a los árbitros, e incluso increpar a los propios hijos cuando cometen algún error. En varias ocasiones he oído graves insultos a niños de ocho a diez años del equipo rival, cuando su único pecado era estar jugando al fútbol. También tenemos parte de culpa los otros padres, que, sin insultar o amenazar a nadie, tampoco denunciamos ni actuamos para cambiar esta situación.
En segundo lugar, los árbitros, que tendrían que ser menos permisivos, aunque hay que entender que en algunos campos es difícil tomar ciertas decisiones, porque hay un peligro real para su integridad física. Por último, la federación. Continuamente hablan de juego limpio, pero no actúan de forma contundente.
Para erradicar el problema creo que serían fundamentales sanciones más importantes a los clubs que toleren estos comportamientos, tanto en forma de pérdida de puntos, como sanciones económicas. Así seguro que cada club se ocuparía de que los padres problemáticos (que tienen perfectamente identificados) no pudiesen acceder a los recintos deportivos si no son capaces de comportarse civilizadamente.
Si no realizamos cambios, esta violencia se perpetuará y el objetivo del deporte, en este caso del fútbol base, que no es crear profesionales del fútbol, sino ayudar en el crecimiento y formación como personas de los niños, habrá fracasado.