“Ara és l’hora”
Nos lo dice un verso de nuestro himno y nos lo recuerdan machaconamente cada semana, a ver si la llama no se apaga y seguimos en modo épico: ha llegado el momento, estamos a punto, es la hora de la verdad, lo tenemos al alcance de la mano, esta vez sí, ni un paso atrás (ni para tomar impulso)... Ya saben de qué les hablo. Y las consignas se corean pese a saberse que no hay ni demasiado reconocimiento ni mucho menos apoyo internacional para una secesión a la brava (desconexión unilateral, seamos civilizados y eufemísticos) y que desde luego estamos muy lejos de una mayoría social clara y rotunda para una decisión política de tamaña envergadura. Pues que nos dejen votar, me dirá más de un lector, y ello aunque estemos votando más a menudo que nadie en la Unión Europea y estemos superando en inestabilidad gubernamental y brevedad de las legislaturas incluso a Italia. Pero la idea del referéndum como única solución democrática ha calado. Y no importa que los plebiscitos sean claramente inferiores en calidad democrática a lo que entendemos por democracia parlamentaria: leyes, Parlamento, separación de poderes (¡ese desiderátum!). Lo cierto es que la cerrazón con respecto al referéndum desde el Gobierno del Estado es un hecho y sigue, en gran medida, alimentando el llamamiento a la desobediencia o el enfrentamiento de una parte de los políticos catalanes. Un círculo vicioso en el que los unos y los otros se alimentan y ayudan a fomentar un frentismo que tantas veces ha sido consustancial a la marca España. Guerracivilismo hispánico. Esa lacra tan europea, por otra parte.
A estas alturas, el panorama que se divisa resulta cansino y desolador. Y aunque cuando escribo este artículo todavía no ha acabado la semana, digamos que lo que llevo visto ya me ha dejado agotado. La actualidad y las noticias son, en ese sentido, un circo con muchas pistas, demasiadas para cualquier persona cabal.
Cuando no es Trump es un espectáculo judicial, cuando no es el Brexit son las astucias para dejar a la oposición sin voz en el Parlament, cuando no es Francia u Holanda o Polonia es India o las interminables matanzas sirias, los refugiados, los neonazis, o bien ese coro de corruptos y corruptibles que son como un círculo del infierno en descomposición, todo una historia llena de ruido y de furia, contada por un idiota, que no significa nada (Macbeth, obviamente).
Pero miren, sí creo que ha llegado la hora, o al menos el día, el momento o la oportunidad para que algún político catalán diga la verdad y reconozca que no hay posibilidad sensata y razonada de acordar un referéndum con el Estado y que, sin presión internacional eficaz sobre el Gobierno español, convocarlo desde la Generalitat y hasta celebrarlo servirá de bien poco, sobre todo si lo que se pretendiese fuera salir del lío y del llamado “conflicto”, ese término que nos hemos traído de Euskadi cuando allí ha casi desaparecido.
Por mi parte, creo que estos son tiempos más de interdependencia que de independencia. Y que olvidarse de la Europa de las regiones o de querer ser Estado libre asociado (por ejemplo), para no hablar de rechazar implicarse de nuevo en la reforma de la Constitución española, que los catalanes aprobamos mayoritariamente en su día, no sólo es un error, sino que nos lleva a esta partida desesperada de todo o nada, en la que o se gana o se pierde, sin los matices consustanciales al diálogo y la negociación.
Cuando Emili Guanyavents ganó el concurso de la Unió Catalanista (en 1899) para poner letra renovada a Els segadors nos hizo pasar por el tamiz del catalanismo romántico y decimonónico un romance previo del XVII que Manuel Milà i Fontanals había recogido en 1882 y que sólo desde febrero de 1993 es el himno oficial de Catalunya. Todo es tan reciente y sin embargo parece que exista desde siempre en este país que se quiere milenario (porque Borrell II, conde de Barcelona, se negó en el 988 a prestar vasallaje al rey Hugo Capeto de Francia), hasta el punto de que ahora hay calles y avenidas del Mil·lenari y hasta el puente de Tortosa. El Corpus de Sang de 1640 también trajo una larga época de frentismo y de guerra civil a Catalunya, pero fue nuestro gran mito patriótico, el favorito del romanticismo hasta la obsesión por 1714 como nuevo gran escenario de nuestras libertades pisoteadas.
Agravio sobre agravio (que los ha habido; eso es innegable) hemos construido un relato en el que ahora se impone el cop de falç vía plebiscito. Y me temo que no importa mucho que el padre Massot o Jaume Ayats nos hayan ilustrado sobre los orígenes de nuestro himno. Nadie quiere escuchar, por ejemplo, que la tonadilla que compuso Francesc Alió en 1892 era heredera directa de Els tres segadors o Els tres garderets, que eran unas cancioncillas pícaras de la siega donde la hoz era metáfora fálica evidente. Pero me temo que no hay mucho espacio ya ni para la ironía ni para reírnos de nosotros mismos. Sonreímos condescendientes al escuchar el himno de Asturias, pero no soportamos que nos menten los orígenes de nuestro himno.
Agravio sobre agravio hemos construido un relato en el que ahora se impone el ‘cop de falç’ vía plebiscito