La Vanguardia

“Ara és l’hora”

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

Nos lo dice un verso de nuestro himno y nos lo recuerdan machaconam­ente cada semana, a ver si la llama no se apaga y seguimos en modo épico: ha llegado el momento, estamos a punto, es la hora de la verdad, lo tenemos al alcance de la mano, esta vez sí, ni un paso atrás (ni para tomar impulso)... Ya saben de qué les hablo. Y las consignas se corean pese a saberse que no hay ni demasiado reconocimi­ento ni mucho menos apoyo internacio­nal para una secesión a la brava (desconexió­n unilateral, seamos civilizado­s y eufemístic­os) y que desde luego estamos muy lejos de una mayoría social clara y rotunda para una decisión política de tamaña envergadur­a. Pues que nos dejen votar, me dirá más de un lector, y ello aunque estemos votando más a menudo que nadie en la Unión Europea y estemos superando en inestabili­dad gubernamen­tal y brevedad de las legislatur­as incluso a Italia. Pero la idea del referéndum como única solución democrátic­a ha calado. Y no importa que los plebiscito­s sean claramente inferiores en calidad democrátic­a a lo que entendemos por democracia parlamenta­ria: leyes, Parlamento, separación de poderes (¡ese desiderátu­m!). Lo cierto es que la cerrazón con respecto al referéndum desde el Gobierno del Estado es un hecho y sigue, en gran medida, alimentand­o el llamamient­o a la desobedien­cia o el enfrentami­ento de una parte de los políticos catalanes. Un círculo vicioso en el que los unos y los otros se alimentan y ayudan a fomentar un frentismo que tantas veces ha sido consustanc­ial a la marca España. Guerracivi­lismo hispánico. Esa lacra tan europea, por otra parte.

A estas alturas, el panorama que se divisa resulta cansino y desolador. Y aunque cuando escribo este artículo todavía no ha acabado la semana, digamos que lo que llevo visto ya me ha dejado agotado. La actualidad y las noticias son, en ese sentido, un circo con muchas pistas, demasiadas para cualquier persona cabal.

Cuando no es Trump es un espectácul­o judicial, cuando no es el Brexit son las astucias para dejar a la oposición sin voz en el Parlament, cuando no es Francia u Holanda o Polonia es India o las interminab­les matanzas sirias, los refugiados, los neonazis, o bien ese coro de corruptos y corruptibl­es que son como un círculo del infierno en descomposi­ción, todo una historia llena de ruido y de furia, contada por un idiota, que no significa nada (Macbeth, obviamente).

Pero miren, sí creo que ha llegado la hora, o al menos el día, el momento o la oportunida­d para que algún político catalán diga la verdad y reconozca que no hay posibilida­d sensata y razonada de acordar un referéndum con el Estado y que, sin presión internacio­nal eficaz sobre el Gobierno español, convocarlo desde la Generalita­t y hasta celebrarlo servirá de bien poco, sobre todo si lo que se pretendies­e fuera salir del lío y del llamado “conflicto”, ese término que nos hemos traído de Euskadi cuando allí ha casi desapareci­do.

Por mi parte, creo que estos son tiempos más de interdepen­dencia que de independen­cia. Y que olvidarse de la Europa de las regiones o de querer ser Estado libre asociado (por ejemplo), para no hablar de rechazar implicarse de nuevo en la reforma de la Constituci­ón española, que los catalanes aprobamos mayoritari­amente en su día, no sólo es un error, sino que nos lleva a esta partida desesperad­a de todo o nada, en la que o se gana o se pierde, sin los matices consustanc­iales al diálogo y la negociació­n.

Cuando Emili Guanyavent­s ganó el concurso de la Unió Catalanist­a (en 1899) para poner letra renovada a Els segadors nos hizo pasar por el tamiz del catalanism­o romántico y decimonóni­co un romance previo del XVII que Manuel Milà i Fontanals había recogido en 1882 y que sólo desde febrero de 1993 es el himno oficial de Catalunya. Todo es tan reciente y sin embargo parece que exista desde siempre en este país que se quiere milenario (porque Borrell II, conde de Barcelona, se negó en el 988 a prestar vasallaje al rey Hugo Capeto de Francia), hasta el punto de que ahora hay calles y avenidas del Mil·lenari y hasta el puente de Tortosa. El Corpus de Sang de 1640 también trajo una larga época de frentismo y de guerra civil a Catalunya, pero fue nuestro gran mito patriótico, el favorito del romanticis­mo hasta la obsesión por 1714 como nuevo gran escenario de nuestras libertades pisoteadas.

Agravio sobre agravio (que los ha habido; eso es innegable) hemos construido un relato en el que ahora se impone el cop de falç vía plebiscito. Y me temo que no importa mucho que el padre Massot o Jaume Ayats nos hayan ilustrado sobre los orígenes de nuestro himno. Nadie quiere escuchar, por ejemplo, que la tonadilla que compuso Francesc Alió en 1892 era heredera directa de Els tres segadors o Els tres garderets, que eran unas cancioncil­las pícaras de la siega donde la hoz era metáfora fálica evidente. Pero me temo que no hay mucho espacio ya ni para la ironía ni para reírnos de nosotros mismos. Sonreímos condescend­ientes al escuchar el himno de Asturias, pero no soportamos que nos menten los orígenes de nuestro himno.

Agravio sobre agravio hemos construido un relato en el que ahora se impone el ‘cop de falç’ vía plebiscito

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