Amistad mejor que menú
Un par de décadas atrás se elevó a la cota de héroes a algunos arquitectos. Al gran alcalde Pasqual Maragall le oí decir que los arquitectos eran los poetas de nuestro tiempo. Ninguna ciudad importante que se preciara parecía poder prescindir de unos cuantos edificios firmados por arquitectos de renombre mundial, aunque tal rúbrica de famoso disparase el precio y no siempre lo construido alcanzara los niveles de elegancia, funcionalidad y utilidad esperados.
Los cocineros están en los últimos años entre los grandes campeones. Las estrellas Michelin son aireadas, cocineros famosos ocupan lugares relevantes en la información aunque hablen de astronomía en lugar de gastronomía, se han creado miles de escuelas de cocina y estudiar en algunas es carísimo, programas de televisión que enseñan a preparar platos perviven durante años, y hasta los niños han detectado por ahí un camino de superhéroes y para ellos ha surgido una pléyade de concursos de Masterchef y similares.
Lo culinario es un arte. Tiene mucho mérito cocinar platos sabrosos, y más si se consigue con ingredientes sencillos y de bajo coste. Una cuidada presentación, además, hace los alimentos más apetecibles y atractivos. Todo estupendo… pero esta sociedad hedonista ha mitificado la gastronomía.
No pocos se desplazan cientos de kilómetros para comer en tal o cual restaurante. Nunca se me pasó por la cabeza, aun siendo persona que come siempre bastante cantidad y no pierde el hambre ni enfermo de gripe. Aprecio platos muy elaborados, pero me bastan los menús de 8, 10 o 12 euros. Adaptarse a lo que haga falta. Sin sibaritismos, en las antípodas de las peñas gastronómicas. Tengo asumido que mucho más que lo que hay en el plato interesan las personas con los que se comparte mesa. Familiares, amigos, aquel que coincide con nuestros ideales o el otro con quien discrepamos pero que de forma correcta y respetuosa uno y otro exponemos nuestros criterios, uno con el que nos proponemos llevar adelante un proyecto o aquel al que podemos explicar problemas, inquietudes, alegrías, ilusiones. En suma, hacer de la mesa un lugar de encuentro, de relación, de enriquecimiento, de profundizar en la amistad, de convivir, de plantearse retos para alcanzar. Para esto no hacen falta vinos de gran solera ni deconstrucciones de platos de siempre.