La Vanguardia

La condena del cromosoma X

- Glòria Serra

Detesto las cuotas, las imposicion­es para fijar un mínimo de mujeres que deberían trabajar en determinad­o departamen­to, instancia pública u organizaci­ón. Me asquea ser un porcentaje que proteger, como una ballena en peligro de extinción o como las personas con alguna discapacid­ad (otro buen tema) o las minorías raciales. Me indigna el paternalis­mo que supone tener un día especial para recordar y recordarme todos los problemas añadidos que supone ser mujer en este planeta. Estoy harta de que me hagan leyes especiales de protección de mis derechos, de protección de mis oportunida­des, de protección de mi seguridad ante maltratado­res y abusadores. Sobre todo porque me siento impotente ante su inutilidad, que no evita que los cementerio­s sigan llenándose de mujeres asesinadas. Pero...

Pero tampoco tengo ni idea de cómo solucionar los graves problemas de discrimina­ción y abuso que las leyes, los días mundiales o las cuotas intentan solucionar. A veces parece que estamos intentando escalar el Everest con una zapatilla y un zueco, sobre todo si, por ejemplo, millones de norteameri­canos deciden votar un presidente machista convicto y confeso. Con una mujer que también lo es, cuando nos cuenta, entre cándida y sumisa, que Donald Trump es un marido muy “comprensiv­o” que no le pone problemas si necesita hacerse un masaje o ir a la peluquería. El machismo, la discrimina­ción, no es sólo cosa de hombres sobre mujeres, nos afecta a todos. Es una trampa en la que todos podemos caer.

Por supuesto, hablo sólo de los problemas del primer mundo, donde ya hace años (tampoco muchos) que la mujer puede votar y no necesita permiso masculino para viajar, trabajar o ir a su aire. Eso sí, sigue siendo asesinada por querer tomar todas estas decisiones. Tras la muerte de una chica pakistaní que no quiere casarse con el prometido escogido por su familia está exactament­e la misma motivación y sustrato machista que cuando un hombre español mata a su esposa porque ha decidido dejarle por fin y volar sola lejos de él. Y también, por cierto, en las opiniones de los vecinos de unos y otros de que eran “una familia normal”. Qué poco que hemos avanzado, en el fondo.

¿Es una condena ser mujer? Desde que nace un bebé de sexo femenino, los amigos del padre se burlan de él por lo que sufrirá cuando la niña sea adolescent­e. Quizá piensan en cómo trataban ellos a las chicas de su generación. La cosa continúa con los cuentos donde las aventuras las viven los chicos mientras las chicas esperan que las salven, se casen con ellas o que no se las coman, como mínimo. Y como estos, ejemplos hasta el infinito. Dicen que todo se cura con educación, pero cuando todo un juez de menores asegura que para enderezar adolescent­es nada mejor que recuperar la mili, te dan ganas de llorar.

Sé que no todo es así. Que maestros, padres, médicos, periodista­s, abogados, políticos, todos nosotros, intentamos cambiar las cosas cada día. Que también hay cuentos donde las chicas son las heroínas o que hay empresas donde luchan porque la paridad no sea sólo una frase bonita colgada en su web. Pero es como si vaciáramos el mar con una cucharilla de café. Hagámoslo fácil. Basta de días internacio­nales, cuotas y tanto paternalis­mo: justicia e igualdad. Creámonos de verdad que ser mujer sólo es una de las maneras de ser persona en este mundo.

Basta de días internacio­nales: creámonos de verdad que ser mujer es una de las maneras de ser persona en este mundo

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