La Vanguardia

Barça 6 - PSG 1

- JOAN DE SAGARRA

Para empezar he de confesarle­s que no soy hincha del Barça ni de ningún otro club. Jamás fui socio ni aficionado de ningún club de fútbol en concreto. En el cole, me hice pasar por fan del Arsenal, en parte por esnobismo –una enfermedad congénita– y en parte para ahorrarme las interminab­les discusione­s con condiscípu­los, la mayoría del Barça y el resto del Español. De chaval, fui en un par de ocasiones al campo de Les Corts. Me llevó Emili Bofill, junto a sus dos hijos Nino y Ricardo. De haber seguido yendo, es probable que hubiese acabado convirtién­dome en un pequeño culé o, para ser más preciso, en un fan de Kubala: me encantaba ese hombre. Luego vino el Camp Nou. El presidente del Barça le pidió a mi padre unos versos para el día de la inauguraci­ón y mi padre se los hizo: “Oh, ciutat meva que la vida em prens i et més meva i menys meva cada dia… Barça, Barça, Barça!”. El presidente le mandó a mi padre un cenicero de plata con el escudo del Barça, y mi padre se lo devolvió diciéndole que de ceniceros en casa había un montón. Entonces, el presidente le mandó un cheque con una cifra más que razonable y todos amigos. Al Camp Nou sólo fui en una ocasión. Me llevó Manel Ibáñez Escofet, mi director en el Tele/eXpres. Nos sentamos en la tribuna y terminado el partido, un Barça-Español (ganó el Barça), Manel me presentó a Samitier. “És el fill d’en Sagarra”, le dijo Manel. Pero el viejo Samitier no se acordaba del poeta –fueron buenos amigos– y la tarde terminó un tanto rara, tristona, en la terraza del Sandor, entre Manel, que me hacía elogios de Cruyff, y yo que me acordaba de mi padre que me contó que, en cierta ocasión en que alguien se metió con él, Samitier salió en su defensa y casi lo tumbó de un puñetazo.

No soy del Barça pero he aprendido a vivir con él y a respetarlo. Sería incapaz de coger un avión e ir a ver un partido del Barça en… pongamos Londres (cosa que he hecho en más de una ocasión para ver un partido de rugby), pero, con los años, me he dado cuenta de que para convivir en armonía con mis vecinos, con la gente de mi barrio, no se puede seguir siendo del Arsenal, como en mis años de colegial, y hacer oídos sordos a las excelencia­s –algunas veces gratuitas, todo sea dicho– que los vecinos te cuentan de su equipo, del Barça.

Si tuviese que mencionar algo de esta ciudad, algo que une a las ciento y pico de culturas y de lenguas que conviven en ella, no lo dudaría ni un segundo: el Barça. Ya me gustaría a mí poder hablar de mossèn Cinto Verdaguer con el chino del bar de debajo de casa –el monumento al poeta está a cien metros de dicho bar–, como hablaba en París, con un camarero húngaro, de Victor Hugo en un bar situado a cincuenta metros de la casa donde murió el autor de Los miserables ,enla calle que lleva su nombre. Caray si me gustaría. Pero no, el chino no sabe quién es Verdaguer. Ahora bien, si le cuento elogios de Messi se vuelve tierno como pequeño koala y es capaz de obsequiarm­e con un Jameson a cuenta de la casa.

No vi el partido en la tele. Apenas veo la televisión: algún noticiario y a la cama. Pero sí lo escuché, se lo escuché en la radio a Joaquim Maria Puyal. Soy, huelga decirlo, un fan de Quim Puyal, y debo confesar que mi respeto por el Barça y el barcelonis­mo se lo debo en gran medida a él (y a los cigarros con que me regalaba otro ilustre barcelonis­ta: Nicolau Casaus). Me lo pasé pipa. Y cómo disfruté cuando, tras el gol del chico de Reus, Sergi Roberto, el amigo Quim se puso estupendo y soltó aquello de “Déu és culé, no tinc paraules, la nuit de gloire est arrivé”.

Quim Puyal citaba La marsellesa (cambiando “le jour” por “la nuit”), para expresar su regocijo ante la victoria, la impensable –pero no imposible– remontada del Barça ante el Paris Saint-Germain. Es curioso, yo he oído cantar La marsellesa en Turín, en el campo de la Juve, ante un equipo alemán: La marsellesa como un himno libertador, tal y como se cantaba frente a las tropas imperiales, austriacas, en los tiempos de Giuseppe Verdi. Esa “nuit de gloire” del amigo Puyal, tal vez encajaría más, pienso yo, en uno de esos finales terribles entre el Barça y el Real Madrid. A menos, claro está, que Puyal pensase en la foto de Rajoy junto al fantasma de Hollande, en Versalles, y al poco caso que le hacen nuestros vecinos al ministro catalán de asuntos exteriores en lo concernien­te a nuestra soñada –pero no imposible– independen­cia. Pero no, no creo que el amigo Puyal fuese por ahí.

Dicho esto, permítame que te diga, amigo Puyal que de marsellesa­s hay muchas, tal vez demasiadas, y que a lo largo de los años, desde Claude-Joseph Rouget de Lisle a Serge Gainsbourg, el himno del ejército del Rhin ha conocido un montón de letras. Que yo sepa, todavía no existe una marsellesa futbolísti­ca, pero sí una báquica (del dios Baco): “Allons enfants de la folie / Le jour de boire est arrivé”. Y el refrán: “Aux armes, riboteurs! Saisissez vos flacons! Versez, versez! / Qu’un nectar pur abreuve nos poumons”. Y fue esa marsellesa la que yo, tras oír tus emotivas palabras sobre la histórica victoria del Barça, me dispuse a cumplir, en la soledad de mi pisito de la derecha del Eixample, mientras en la calle sonaban cuatro petardos y seis bocinazos y yo pensaba en el viejo Samitier, en Kubala, en los cigarros y las bonitas corbatas que lucía Nicolau Casaus y en el chino del bar de abajo que debía estar persiguien­do como un loco a su pobre pareja por la cocina disfrazado del fogoso Piqué. Barça, Barça, Barça!

Si tuviese que mencionar algo de esta ciudad que une a las ciento y pico de culturas que conviven en ella, no lo dudaría: el Barça

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CÉSAR RANGEL Los jugadores del FC Barcelona celebrando el sexto gol que los clasificab­a para la Champions
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