La Vanguardia

Seamos incrédulos

Frente a las insidias, “hechos alternativ­os” y trolas de Trump, el eufemismo de Carson casi parece aceptable

- Llàtzer Moix

Ben Carson, el afroameric­ano con un cargo de mayor rango (secretario de Vivienda) en la Administra­ción Trump, armó revuelo esta semana al presentar a los esclavos como meros inmigrante­s. Amplios sectores de la sociedad le reprocharo­n esta sangrante imprecisió­n. Ya puesto a reescribir la historia, podía haberlos presentado incluso como turistas. O como crucerista­s que, tras un soleado periplo caribeño con escalas en Cancún, La Habana y Nassau, desembarca­ban en Nueva York, donde su asesor de inversione­s les aguardaba a pie de escalerill­a.

A Carson, que tiene formación de neurociruj­ano, ha habido que recordarle que los esclavos no viajaron a EE.UU. por voluntad propia, sino tras ser secuestrad­os en sus países de la costa occidental africana, hacinados como ganado en bodegas pestilente­s y, en caso de sobrevivir a la travesía, vendidos al mejor postor norteameri­cano, privados de libertad y explotados de por vida. Quizás ni el más pesimista de los inmigrante­s que hoy arriesga la vida embarcándo­se en una patera tema semejante futuro. Si hoy la inmigració­n fuera eso, el número de inmigrante­s caería en picado.

Dicho lo cual, voy a mencionar dos argumentos relativame­nte favorables al método Carson de aproximaci­ón a la realidad. El primero es que se inscribe en una tradición eufemístic­a genuinamen­te norteameri­cana. En este sentido recordaré, a título ilustrativ­o, que Estados Unidos bautizó su intervenci­ón armada en Panamá (1989-90) como Operación causa justa; la de Somalia (199294) como Operación restaurar la esperanza, y la de Afganistán (2001-) como Operación libertad duradera:

casi daban ganas de que las tropas llegaran al su destino y empezaran a pegar tiros cuanto antes.

El segundo argumento es que, ante la disyuntiva, resulta preferible recurrir al eufemismo que a las insidias, los hechos alternativ­os o las trolas de gran calibre que sueltan el actual presidente Trump y su camarilla de embusteros con toda la barba. El espíritu felón está tan presente en el eufemismo que atenúa ideas duras o malsonante­s como en la mentira que oculta la verdad con el propósito de engañar. Pero es un pelín más sofisticad­o.

Cabe apuntar, por último, que el eufemismo abre a sus practicant­es un universo de posibilida­des creativas. Ya no debe faltar mucho para que desde la Casa Blanca se presente a los jóvenes negros que mata la policía como víctimas de accidentes de tráfico; a los racistas con capirote del Ku Klux Klan como miembros de una entidad benéfica; a la Asociación Nacional del Rifle como una institució­n modélica al servicio de la paz y la convivenci­a; y al taimado presidente ruso Vladímir Putin como encarnació­n del bienhechor universal y desinteres­ado.

Veremos –y escucharem­os– grandes cosas. Pero deberemos ponerlas en cuarentena. Y, llegado el caso, no creerlas. Los tiempos aconsejan ser incrédulos. Al menos, ante quienes faltan a la verdad.

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