La Vanguardia

¿Pero qué has hecho, Rodrigo Fresán?

El autor argentino explora en su nueva novela los mecanismos mentales de los escritores cuando sueñan

- XAVI AYÉN

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) escribe como si una bomba nuclear hubiera acabado con la literatura y él deambulara por sus campos devastados con una furgoneta, recogiendo mutantes tan contaminad­os como cargados de sentido. El refugio al que los lleva es un complejo de tres naves, de las que ya ha construido dos, La parte inventada (2014) y ahora La parte soñada (Random House), novela de 587 páginas que acaba con la frase “I’ll let you be in my dreams if I can be in yours”.

¿Qué decir de semejante libro? De poco servirá enumerar algunos elementos de la trama, protagoniz­ada por un escritor que ni escribe ni duerme, pero ahí van: un chico que persigue a una chica, una fundación (Onirium) “que se dedica a la preservaci­ón de los cada vez más escasos y valiosos sueños”, tres hermanas lunáticas que tienen algo que ver con Cumbres borrascosa­s, Nabokov perseguido por un bailarín del FBI... Pero, ante todo, se trata de responder a una pregunta: ¿cómo sueñan los escritores? Y hacerlo a través de un aluvión o flujo de prosa acelerada, de imágenes impactante­s, listas, referentes culturales, aforismos, mini-ensayos, canciones, mezcla de géneros y tipografía­s en una batidora... Fresán –que sufrió insomnio por primera vez al escribir esta novela y desde aquí quiere “enviar un saludo a la doctora Vidal, que me curó”– explica que aborda, en esta “trilogía casual”, “tres maneras diferentes de contar: primero cómo se te ocurren las cosas (La parte inventada), ahora cómo las sueñas y luego será cómo las recuerdas, La parte recordada”.

Aunque él alude al Tristam Shandy, a Proust o a Vila-Matas como algunos de los muchos faros que le deslumbrar­on mientras conducía, quizá sea, de entre todos ellos, el cine de David Lynch el más cercano a su modo de narrar, porque “no sabes dónde está el sueño y dónde la realidad ni quién está soñando”. Pero “este libro está marcado por dos fantasmas muy vivos, el de Nabokov y el de Emily Brontë –ambos, personajes– que eran escritores a los que lo verosímil les importaba muy poco y no confiaban en el tiempo”. Y más: “Los defensores de las novelas realistas deberían ver que nada sucede de forma tan ordenada, Burroughs y Lynch son más realistas que Flaubert o Tolstoi”.

En el fondo, todo esto va “del tema más transgreso­r y revulsivo que hay: leer y escribir. No hay nada más preocupant­e que eso: hoy se escribe y se lee más que nunca, pero no frases pensadas, construida­s ni meditadas. Leemos más basura que nunca. Mientras estamos hablando, editores, agentes y gurús del marketing ya están buscando la gran novela del muro entre México y EE.UU. Me preocupa que haya un joven escritor inédito que podría crear el nuevo Tristram Shandy y se desanime y se ponga a hacer un libro sobre Donald Trump”.

Hay, asimismo, un ingente trabajo de documentac­ión científica sobre el mundo onírico. “Me maravilló la enorme cantidad de datos sobre algo esencialme­nte inasible, como Dios –dice–. Aunque se sabe mucho más sobre el funcionami­ento del cerebro, lo que ha permitido derrumbar a Freud, convirtién­dolo en un gran autor de ficción”.

Un secundario de lujo es IKEA, el escritor latinoamer­icano típico. “Representa un modo de entender la literatura, esa idea de que la escritura es un accesorio secundario, que lo importante es ser escritor, más que escribir. Lo importante es esa espiral centrífuga de festivales literarios por todo el mundo, esas columnas de opinión sobre todo”. El protagonis­ta, además, “es un desilusion­ado de la idea de la Barcelona literaria, de esa gente que viene dispuesta a ser la nueva generación del boom, a vivir en un parque temático invisible, en una quimera literaria”.

En fin, aquellos que presuman de posliterar­ios porque leen con fruición a David Foster Wallace es que no conocen al hombre que, en las montañas de Collserola, rodeado de jabalíes, escribe libros que, un día, tal vez encapsular­emos para que otras civilizaci­ones comprendan lo que llegó a suceder en la literatura del siglo XXI.

“Hoy se escribe y se lee más que nunca, pero no son frases pensadas, construida­s ni meditadas”

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XAVIER CERVERA El escritor Rodrigo Fresán, hace unos días, en su casa de Vallvidrer­a

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