La Vanguardia

Un duelo apasionant­e

- Carles Casajuana

Será capaz la prensa estadounid­ense de parar los pies a Donald Trump? A pesar de la pérdida de lectores de los diarios y de la erosión del sector debido a la digitaliza­ción y al papel creciente de las redes sociales, los medios independie­ntes conservan en todas partes una influencia muy grande, y en Estados Unidos aún más. ¿Conseguirá­n limitar el margen de acción del presidente? ¿Podrán hacer prevalecer una informació­n veraz ante la mezcolanza de hechos alternativ­os, medias verdades y falsedades que difunde la Casa Blanca?

Trump no parece dispuesto a ponérselo fácil. Ha tachado a los diarios y a los canales de televisión más prestigios­os, como The New York Times, The Washington Post, The New Yorker, la CNN y la NBC de enemigos del pueblo y les ha acusado de publicar noticias falsas y de dividir a los ciudadanos. Su consejero áulico Steve Bannon llegó a decir que la obligación de la prensa era cerrar la boca. No se puede jugar más fuerte.

Atacar y silenciar a la prensa independie­nte es una de las obsesiones de todos los gobiernos autocrátic­os. La estrategia que siguen suele ser bastante similar. Primero amenazan a los periodista­s y a los medios que les critican. Cuando la prensa, en respuesta, sube el tono y radicaliza su crítica, una parte de los ciudadanos empiezan a distanciar­se de ella, lo que alimenta una espiral que termina permitiend­o al gobierno imponer restriccio­nes a la libertad de expresión. De Chávez a Erdogan y de Putin a Mugabe, el proceso se ha repetido con escasas variacione­s.

Pero Trump no es ningún autócrata. Sólo es un populista de derechas, ególatra y adicto a Twitter. Puede acusar a la prensa de mentir, puede meterla en el mismo saco que a los políticos corruptos, a los extranjero­s poco fiables y a los inmigrante­s que se supone que quitan los puestosdet­rabajosalo­sestadouni­denses,puede decir que está vendida a los intereses espurios del establishm­ent, de la globalizac­ión y del libre comercio. Pero no puede restringir la libertad de expresión. La Constituci­ón se lo impide. Estados Unidos es una democracia seria.

Jefferson dijo que si tuviera que escoger entre un gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno, escogería la prensa sin gobierno. Trump no parece de la misma opinión. Es posible que ignore las resonancia­s históricas del término “enemigo del pueblo”. Ya sabemos que a él no le gusta leer. A él le gusta ver la televisión. Y en Fox News, que es el canal que dicen que prefiere, es muy probable que nadie relacione la expresión con Robespierr­e, con el terror jacobino de después de la Revolución Francesa o con las purgas estalinist­as. Nadie le recordará que hubo unos años, en Rusia, en que tildar a alguien de enemigo del pueblo equivalía a anunciarle la visita de la policía a altas horas de la madrugada y la deportació­n a un campo de concentrac­ión de Siberia.

Trump no puede detener periodista­s. No puede cerrar ningún periódico, ni ningún canal de televisión. Los presiona y amenaza, pero no tiene instrument­os para pasar de ahí. Su yerno, Jared Kushner, ha telefonead­o más de una vez a The New York Times para quejarse de las críticas (la obsesión de Trump con este diario viene de muy atrás, en 1973 ya fue portada por una denuncia por discrimina­ción racial en el alquiler de pisos), pero de momento estas llamadas no han surtido ningún efecto, porque The New York Times continúa criticándo­lo con ahínco.

Al contrario, la actitud de Trump y de su equipo está reforzando a la prensa independie­nte. Es uno de los pocos efectos positivos de su llegada a la Casa Blanca. En Estados Unidos, los ciudadanos no han confiado nunca demasiado en los diarios. Trump intenta aprovechar­se de ello. También intenta aprovechar­se del extraño universo creado por las redes sociales, un universo en el que la frontera entre la verdad y la mentira es muy imprecisa. Pero de momento está consiguien­do el objetivo opuesto: está ayudando a los medios independie­ntes a superar las dificultad­es causadas por la digitaliza­ción y por la transforma­ción del sector.

Mientras la Constituci­ón estadounid­ense continúe vigente, a los medios independie­ntes no les va mal tener un enemigo como Donald Trump. Durante el último trimestre del año pasado, justo antes y después de las elecciones, 276.000 personas se suscribier­on a la edición digital y 25.000 a la edición en papel de The New York Times. Estas cifras suponen un aumento del 10% de los suscriptor­es del diario. Ignoro si The Washington Post ha experiment­ado un fenómeno parecido, pero no me extrañaría.

Oscar Wilde escribió que, a la hora de escoger a los enemigos, nunca se es suficiente­mente prudente. Pocos políticos quisieran tener unos enemigos tan poderosos como The New York Times, The Washington Post ,la CNN y la NBC. Pero Trump y Bannon tampoco son mancos. Sería ingenuo infravalor­ar el poder de la presidenci­a y su capacidad para poner el foco informativ­o donde le conviene en cada momento. Puede ser un duelo apasionant­e.

Mientras la Constituci­ón continúe vigente, a los medios independie­ntes no les va mal tener un enemigo como Trump

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