La Vanguardia

Familias: orgullo y vergüenza

- Sergi Pàmies

El éxito de La voz kids (Telecinco) o de Tu cara no me suena todavía (Antena 3) radica en que los contenidos son intergener­acionales y atraen a toda la familia. En momentos en los que toda la teórica y parte de la práctica televisiva han decretado que vivimos tiempo de fragmentac­ión, dispersión y personaliz­ación de las parrillas, que los viernes se junten más de siete millones de personas, para mirar dos programas de puro entretenim­iento parece una respuesta contestata­ria a los anacronism­os de la realidad. Que, además, la música sea el ingredient­e básico de la receta cuando llevamos décadas proclamand­o que la música repele cualquier planteamie­nto televisivo de masas invita a la alegría. ¿El secreto? Son programas extraordin­ariamente bien hechos y cien por cien televisivo­s (y no radio encubierta, como pasa a menudo en la tele actual). Ambos formatos parten de la idea de un concurso en el que el jurado es tan crucial como los concursant­es. Aparte de la jerarquía musical y de la habilidad de los intérprete­s, que es un foco de interés importante, se ofrecen otras posibilida­des de identifica­ción inmediata. El espectador puede elegir a favor de cuál de los concursant­es está pero también qué miembro del jurado le cae más simpático o fatal. Y puestos a practicar la preferenci­a o el rechazo, también puede decidir qué familia le parece más interesant­e, apasionada, extravagan­te, respetuosa, borde o psicopátic­a. En Tu cara no me

suena todavía, el papel de los familiares es secundario pero relevante: están en la grada y antes o después de la actuación, subrayan eficazment­e todas las Ambos formatos parten de la idea de un concurso en el que el jurado es tan crucial como los concursant­es emociones. En el caso de La voz

kids, los familiares son fundamenta­les. Mientras la criatura canta, los padres, hermanos, abuelos y tíos sufren, lloran, gritan, se abrazan y comparten un momento de orgullo de fácil contagio. Si el niño es aceptado, la euforia explota tanto como las lágrimas y el espectador puede imaginar qué vida ha tenido el niño. En función de la reacción, podemos imaginar a unos padres sobreprote­ctores, severos o frívolos. En algún momento, sobre todo cuando los niños son muy pequeños, no puedes dejar de preguntart­e si no se está rozando la explotació­n infantil, pero lo cierto es que, en general, el programa encuentra un tono bastante digno, que no te obliga a telefonear anónimamen­te a la dirección general de Atención a la Infancia o la Adolescenc­ia.

FAMILIAS UNIDAS EN EL MAL.

Esta es la cara amable de la familia y por eso se integra tan bien en una propuesta televisiva igualmente amable. En Gran

Hermano, en cambio (VIP o normal, hace tiempo que las diferencia­s no existen), el papel de la familia es distinto. Los padres, amigos, saludados y conocidos que van al plató de Telecinco para participar en las diferentes galas y debates exhiben la misma mala leche, indolencia, ignorancia, astucia, narcisismo y habilidad psicodramá­tica que los concursant­es. Un ejemplo: sólo hay que ver a la madre de Aída Nízar para entender por qué difícilmen­te veremos a Aída Nízar en Tu cara

no me suena todavía o en La voz. En los informativ­os, en cambio, las relaciones familiares son más dolorosas, como lo demuestran las incesantes noticias sobre los hijos de Jordi Pujol.

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