“Saltó al agua, me salvó”
Un infarto retiró a Josep Claret de las pruebas de veteranos: vio la muerte de cerca
El corazón tiene más cuartos que una casa de putas
–Al menos aún puedo ver cómo nadan los otros, mis antiguos rivales.
Josep Claret retrocede al 27 de marzo del 2015. Un día de estos se cumplirán dos años de aquel momento.
Estaba en Rennes. Le habían invitado a los Campeonatos de Francia de natación máster. Veteranos. Disputaba los 100 m mariposa. Tenía 70 años. Era una institución en ese mundo. Le avalaban 42 récords de Europa y veinte récords mundiales. Aún conserva una plusmarca universal: con 65 años, registró 28s54 en los 50 mariposa en piscina larga. Una barbaridad. –Todo iba bien. Pero al girar en los 75 metros, di dos brazadas tontas y ahí me quedé. En vertical. Con los ojos abiertos. Una parada cardiaca. Jean-Claude Lestideau saltó al agua. Era un nadador francés que debía disputar la siguiente prueba. –Se tiró a la piscina y me sacó. En el bordillo, Alexandra Jauber le practicó un masaje cardiaco.
Claret apuntó ambos nombres en una libreta. Sus nombres deben salir en la crónica. Bien escritos. –Me salvaron la vida. Trajeron el desfibrilador. –Me dijeron que todo el cuerpo se separaba del suelo a cada descarga. Luego me mandaron al hospital de Rennes. Pasé una semana en observación. –¿Qué había ocurrido? –Cuando me analizaron, descubrieron que en algún momento de mi vida había sufrido un infarto. Tenía necrosis en alguna zona del corazón. –¿En qué momento? –No lo sé. Tengo el recuerdo de un mareo durante una competición. Era muy joven. Vaya usted a saber.
–¿Y luego? –Dos cateterismos. Llevo cinco
stents en las arterias. De vuelta al país hubo más pruebas. Le controlaba Ricard Serra Grima. Le dijeron que se había acabado todo eso de los esfuerzos máximos. No más competiciones. Le dieron medicamentos para licuar la sangre y controlar el colesterol. Y otros para mantener limpios los stents. Con las pastillas sigue. –No he vuelto a nadar mariposa desde entonces. Aunque hoy haré una excepción por ustedes, para la foto –nos dice.
Le guiña un ojo a César Rangel, el fotógrafo: ahí tiene la imagen, encabezando el reportaje.
Un rato más tarde, Josep Claret se lanzará a la piscina del CN Sabadell. Tiene previsto nadar 1.500 metros. Lo hace de vez en cuando. –¿Mariposa? –No. Crawl. Ya le he dicho que, desde el susto, la mariposa prefiero ni mirarla. –¿Y cuántas veces nada? –Cuatro o cinco días a la semana. Alrededor de 1.500 m cada vez. –¿Y antes del susto? –Hasta entonces, alrededor de doce sesiones semanales. Podía irme a 18.000 metros cada siete días. Llegué a tragarme cien series de 25 m mariposa. –¿A los 70 años? –Todo entrenamiento que te saltas es un entrenamiento que te gana el rival. Así es como lo veía. –¿Y ahora? –Igual me equivoqué... Como nadador, Josep Claret vivió dos fases. En la juventud, había sido un fenómeno. Su padre fue atleta. Era el presidente del CN Sallent. Y su tío nadaba.
–Así empecé: corriendo y jugando. No como los chicos de doce años, que hoy se entrenan como animales. –¿Y la natación? –A los quince años me puse en serio con ella. A los 17 ingresé en la Blume de Barcelona. No teníamos piscina. Subíamos a la furgoneta y nos íbamos a nadar a Poblenou...
Tuvo tiempo para firmar una proeza. En 1962, en los Europeos de Leipzig, se colaba en la final de los 200 m mariposa. Ningún nadador español había logrado un éxito como ese. Fue a los Juegos del Mediterráneo en Nápoles (1963). Luego se cansó y se retiró. Se hizo entrenador. Llevaba a muchachos en el CN Barcelona. Conoció a su mujer, Eila Pyrhönen, finlandesa, cuarta en los Juegos de Tokio 1964. Tuvieron a Sami, internacional juvenil en waterpolo, y a Emma. Pasó a entrenar al Manresa. –Tuve en el equipo a Estiarte. Hasta los quince años, Manel Estiarte combinaba la natación y el waterpolo.
Josep Claret compró un terreno en el corazón de Sabadell y fundó el club Nagi. Construyó una piscina y un centro deportivo. 1.300 niños pasaban por la piscina cada semana. En 1983 se pasó al squash y luego recuperó la actividad como nadador.
–En 1989 empecé a competir de nuevo. Tenía 45 años. Lo hacía bien. Subía al podio en Europeos. Muchas veces me ponía a nadar a las diez y media de la noche, tras la jornada de trabajo en el Nagi.
Se jubiló a los 65 años. Vendió el terreno del club a un promotor inmobiliario. –Mala decisión. Me equivoqué de novia. Tuvo más tiempo para entrenarse. Fue demasiado lejos. –Una prueba de esfuerzo no hubiera detectado mi problema. En fin... Al menos ha podido contarnos su historia. Y eso no está nada mal.