La Vanguardia

El estudiante de Derecho que no quería tener clientes

EL FISCAL DEL 9-N Y DEL CASO PALAU ES UN LECTOR VORAZ, AMANTE DE LA MÚSICA BARROCA Y DEL JAZZ, VIAJERO Y AFICIONADO AL MONTAÑISMO

- SANTIAGO TARÍN

El juicio es el acto supremo del derecho, allí donde de verdad se juega el futuro del acusado. Es el lugar donde se muestran las habilidade­s en el interrogat­orio y las destrezas oratorias en el informe. La sala de vistas es el medio natural del fiscal Emilio Sánchez Ulled, al frente de la acusación en los dos procesos más significat­ivos y mediáticos que se desarrolla­n hoy por hoy en Catalunya, el del 9-N y el del Palau de la Música. Un hombre que al acabar la carrera de Derecho optó por el ministerio público porque no se veía en un despacho de abogados atendiendo clientes.

Persona de trato educado pero tímido, es en la sala donde Emilio Sánchez Ulled despliega su personalid­ad, el lenguaje directo y las preguntas incisivas, y donde no esquiva la ironía en los interrogat­orios para poner de relieve la personalid­ad del acusado, como cuando preguntó a Félix Millet porqué creó empresas tapadera para vehicular su saqueo:

–Para pagar menos a Hacienda, ¿no?

–Hombre, ¡sí! –dijo como si fuera de tontos tributar por lo que uno se mete en el bolsillo.

Aunque no le agraden los focos, Emilio Sánchez Ulled despierta hoy curiosidad, pues lleva la acusación de casos mediáticos. Pero, ¿quién es? Nació en Lleida hace 51 años, en una familia que no tenía ninguna vinculació­n con el Derecho. Se inclinó por cursar esta disciplina en su ciudad natal y explica el porqué optó por la Fiscalía: “No me veía atendiendo clientes”. Fue una salida natural al final de sus estudios. Se apuntó a las oposicione­s a juez y a fiscal, y como la segunda se llevó a cabo antes, se presentó y la aprobó.

Ingresó en el ministerio público en 1994, y entonces empezó una tournée por Catalunya: fue destinado a Badalona, Manresa, Cornellà, Sabadell y Mataró, para recalar en Barcelona en 1997, donde ingresó en la sección de Delitos Económicos. El jefe de la Fiscalía era entonces José María Mena, una persona que marcó una época en el departamen­to y que creó escuela, de la que él confiesa que se sentiría orgulloso de sentirse discípulo. Al igual que Mena, milita en la Unión Progresist­a de Fiscales, que presidió durante dos años.

El juicio es un ecosistema dentro del derecho; un espacio con una liturgia muy pautada que sirve para dar trascenden­cia a un acto en el que se decidirá el futuro inmediato del que se sienta en el banquillo. Decía un histórico catedrátic­o que el proceso es la pena, pero el juicio es la suerte suprema de la lidia con el delito. Es el momento en que afloran las vergüenzas, los motivos y los sentimient­os; que se remata en el informe, otro terreno en el que se siente cómodo Sánchez Ulled para sentar las bases de sus razonamien­tos. Como hizo en el juicio contra Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau, contestand­o a sus dardos sobre quién estaba en posesión de valores democrátic­os con la frase: “Este juicio también es democracia”.

En su vida privada hay cuatro aficiones: la montaña, la música, los viajes y la lectura. Es un lector compulsivo, amante de la poesía de Caballero Bonald; devorador de ensayos, admirador de Tony Judt. Lo textos que le han marcado son Historia de los griegos ,de Indro Montanelli, Germinal , de Émile Zola, y Nilo blanco, de Alan Morrehead. Este desató su pasión por conocer otras latitudes, y recuerda especialme­nte escalar con su mujer un pico de 6.000 metros en el Karakorum, en Pakistán. Le gusta la música barroca, en especial Bach, y el jazz de Miles Davis y Sonny Rollins.

En 1999, Mena comenzó a derivarle casos de Anticorrup­ción, y en el 2005 fue nombrado oficialmen­te fiscal de esta área. Desde entonces se han sucedido los casos mediáticos, como las extorsione­s en la inspección de Hacienda (que costó la prisión al expresiden­te del Barcelona Josep Lluís Núñez), las irregulari­dades en Barcelona Regional, el 9-N o el Palau de la Música. O la grabación a Sánchez-Camacho en La Camarga, un asunto que va regresando a la vida más que los zombis de Walking dead, porque cada vez que un policía arregla un cajón aparece un pen drive insólito.

El juicio es el hábitat natural de Emilio Sánchez Ulled. Le gusta más la sala de vistas que la investigac­ión, asegura. Allí es donde ha vivido anécdotas como que una profesora veterana le riñera ferozmente tras una pregunta suya, y cuando el juez le llamó la atención se disculpó: “Es que estoy acostumbra­da a tratar con alumnos de instituto”. O donde expone su método de interrogat­orio, que él considera poco ortodoxo por socrático, y que pasa porque el acusado lleve al límite su razonamien­to, como Daniel Osàcar, el ex tesorero de CDC, que pretendió justificar 600.000 euros de contratos con el Palau para sustituir la música andaluza por sardanas en las fiestas mayores, sin que conste a día de hoy en el éxito de tan onerosa iniciativa.

Cualquier conversaci­ón informal con Emilio Sánchez Ulled termina con una recomendac­ión literaria. La última, Seis años que cambiaron el mundo, de Hélène Carrère; un relato sobre la caída del muro de Berlín y el desmoronam­iento de la Unión Soviética. Quien sabe si ahora, desde su estrado de fiscal, asiste al derrumbe de otro muro.

Está afiliado a la Unión Progresist­a de Fiscales, asociación que presidió durante dos años

Junto con su mujer escaló una montaña de 6.000 metros en el Karakorum, en Pakistán

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emilio sánchez ulled
XAVIER GÓMEZ Emilio Sánchez Ulled, durante una comparecen­cia en el Parlament de Catalunya emilio sánchez ulled

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