La Vanguardia

De Gaulle, multiplica­do por tres

- RAFAEL POCH

En este París sumido en una precampaña electoral bien accidentad­a por los escándalos de dinero de políticos caraduras, aparece una frase que a todos da que pensar: “¿Se imaginan al general De Gaulle investigad­o por la Justicia?”. La dijo François Fillon, candidato de la derecha, antes de que le acusaran de haber ingresado alrededor de un millón de euros durante una década con los empleos, que se creen ficticios, de su esposa e hijos. Efectivame­nte, el General está en las antípodas del actual espectácul­o que ofrecen el Penelopega­te, las sombras sobre la declaració­n del patrimonio del niño bonito de la escena, Emmanuel Macron, muy opaco en la financiaci­ón de su campaña, o en los crónicos fraudes de Marine Le Pen. De Gaulle vivía como un espartano en el Elíseo. Todo lo que no era estricta representa­ción, lo pagaba de su bolsillo: las facturas de gas y electricid­ad de sus aposentos privados, incluidas. Su mujer, Yvonne, compró una vajilla corriente para no utilizar las del Elíseo en el comedor privado de la pareja. Y cuando se iban de fin de semana a Colombey-les-deux-Eglises, el General pagaba la gasolina de su bolsillo. Jacques Vendroux, su sobrino nieto, recuerda las llamadas que el General hizo para que no se librara del servicio militar. Le tenía que haber tocado la mili en París y lo mandaron a la Guayana. Cuando murió dejó por escrito que no quería honores ni personalid­ades políticas en su entierro. “Declaro rechazar toda distinción y condecorac­ión”, advirtió.

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