Palabras y hamburguesas
En Roma, en el café Rosati, coincidí con el ex jugador y entrenador italiano de fútbol Roberto Mancini y con el periodista español Iñaki Gabilondo. En el Rosati aún pueden observarse entre los turistas de clase media a algunos ejemplares de una Roma patricia que ya apenas existe. Esos soberbios y coloristas ejemplares, ya octogenarios, aún se miran y mucho en el espejo antes de salir a la calle. Se agradece, pues, que cierto teatro social aún se interprete adecuadamente. Observar a uno de esos matrimonios patricios es una gran película. Y recorrer en soledad los jardines del Vaticano, que siguen siendo un espacio muy restringido, es un privilegio. En la plaza de San Pedro son muy evidentes las nuevas de ciertas técnicas de multinacional que del Vaticano. Pero los periodistas, sobre todo los agnósticos y ateos, que sólo siguen viendo en Francisco al líder político y social que ha logrado ser, le siguen perdonando sus múltiples y sonadas contradicciones. Porque Francisco habla mucho, pero no siempre es coherente. Y no porque improvise, que también, sino porque no matiza quizá para confundir o para salir del paso, actitud muy humana, incluso en un argentino. Francisco ha logrado ser un líder social y político, pero es un Papa que, según muchos católicos y no precisamente conservadores, olvida muy a menudo que lo es. El primer Papa moderno, aquel a quien el franquismo tachó de comunista porque defendía a los obreros e intentó evitar algunas penas de muerte,