En defensa de Froilán
No me imagino lo duro que deben tenerlo los adolescentes hoy en día. A la multiplicación de estímulos de las últimas décadas –más canales de televisión, más videojuegos, internet...– se añade la tiranía de las redes sociales. Para lograr la aceptación del grupo no puedes quedar fuera de tal o cual chat de WhatsApp, necesitas cuenta en Facebook y llenarla con muchos amigos virtuales, colgar fotos en Instagram y no sé cuántas historias más. Sólo el mantenimiento de su perfil digital les debe robar decenas de horas que no dedican a otras actividades. A eso hay que añadir el escrutinio al que se someten unos a otros a través de sus teléfonos móviles. En clase o en la calle, en una fiesta, borracho o sobrio, haciendo el payaso o muy serio, en la piscina o el gimnasio, vestido o desnudo... a la mínima que se descuidan cualquier amigo o enemigo les toma una foto o les graba en vídeo. Entonces ya están perdidos. Su imagen es difundida urbi et orbi a través de las decenas de redes sociales que controlan. Su comportamiento de quinceañero queda registrado para el resto de los días, al alcance de los ojos y los comentarios de cualquiera. La presión que viven es enorme.
Ahora multipliquen eso por mil y añadan el acoso de programas de televisión de todo pelaje. Que si trabajas en una discoteca de relaciones públicas, que si no has aprobado la ESO, que te has intentado colar en el parque de atracciones y que te peleas cuando sales de fiesta. No es ni mucho menos una conducta ejemplar, pero tampoco extraordinaria ni distinta a la de miles de jóvenes. Por eso no resulta agradable ver como linchan al sobrino del Rey por ser quién es. Una condición que él no ha elegido y que algunos se toman como patente de corso para enjuiciar al adolescente.