Un Londres blindado recupera la normalidad.
Masood era seguido por los servicios de seguridad, pero no visto como amenaza
Londinenses y turistas recuperaron ayer el pulso de la ciudad, aunque la presencia policial en alerta era muy numerosa. En la foto, el cambio de guardia del palacio de Buckingham.
Los autores de la masacre de hace once años en el metro de Londres fueron islamistas británicos radicalizados que estaban bajo vigilancia de los servicios de seguridad. Lo mismo que el autor de la matanza de anteayer, responsable de cuatro muertes después de que anoche falleciera uno de los heridos. El terrorista, un individuo identificado como Khalid Masood, de 52 años, nacido en el condado inglés de Kent y residente en los suburbios de Birmingham, que tenía antecedentes penales por asalto, posesión ilegal de armas y diversos delitos de orden público desde 1983. O sea, que en teoría estaba dentro de la red pero se escapó de ella.
Las autoridades supieron de quién se trataba a los pocos minutos de que muriera, tras matar a tres personas en el puente de Westminster y el patio del parlamento. Comprobaron que el nombre figuraba en sus archivos y pusieron en seguida manos a la obra, efectuando redadas de madrugada en varios barrios del East End de Londres, en Brighton, Cardiff y Birmingham (uno de los grandes focos del islamismo radical en el país, hasta el punto de que ha llegado a controlar escuelas públicas e impuesto los preceptos del Corán en un sistema de educación laico). Ocho personas –cinco hombres y tres mujeres– han sido detenidos y están siendo interrogados.
El Estado Islámico ha reivindicado el atentado, y a Masood como uno de los suyos, aunque Scotland Yard cree que el EI sirvió simplemente de inspiración para el ataque, pero no participó para nada en la preparación y la logística del golpe, de otro modo probablemente los servicios de inteligencia habrían interceptado los mensajes. Para este tipo de operaciones, señalan los expertos, la clave es la
ACTITUD DESAFIANTE “La mejor respuesta al terrorismo son millones de actos de normalidad”, dice May POSIBLES CÓMPLICES Cinco hombres y tres mujeres han sido detenidos en relación con el atentado
simplicidad. Para el del miércoles en Londres sólo hizo falta un coche alquilado y un par de cuchillos.
Londres y todas sus instituciones respondieron desafiantes al suceso, y la ciudad funcionó con una relativa normalidad. El parlamento reanudó sus sesiones con el comercio en el centro de la agenda, y comenzó la jornada con un minuto de silencio en recuerdo a las víctimas. “No tenemos miedo –dijo la primera ministra, Theresa May–, y la mejor respuesta al terrorismo es un millón de actos de normalidad, que la vida continúe como si nada”. En las próximas semanas se verá si ella, que ha sido responsable de Interior, incrementará o no las leyes de vigilancia a los ciudadanos, y si el suceso atiza el racismo y la xenofobia que ya han ido en aumento desde el Brexit. El Gobierno decidió dejar el grado de alerta en “severo” en vez de elevarlo a “crítico”, tras decidir que se trataba de una acción individual no coordinada.
“Estaba seguro de que Londres no se iba a paralizar, y así ha sido –señaló el alcalde musulmán de la capital, Sadiq Khan–. Los londinenses venimos de todas partes del mundo y somos fuertes, no nos dejamos intimidar por terroristas cobardes que destruyen vidas de inocentes en aras de una ideología perversa y grotesca que no tiene nada que ver con el Corán, y yo lo sé muy bien”. Todos los principales imanes y líderes religiosos de la ciudad se expresaron en términos similares, condenando el atentado de manera inequívoca, rezando por las víctimas y participando en colectas de fondos para quienes dejan detrás la maestra de origen gallego Aysha Frade, de 43 años, el policía Keith Palmer, de 48 años, el turista norteamericano Kurt Cochran, de 54 años, que celebraba con su mujer Melissa (también herida) el 25 aniversario de bodas, y la cuarta
víctima, un hombre de 75 años fallecido anoche en el hospital. Cinco personas permanecen en estado crítico y una se debate entre la vida y la muerte. En Birmingham, donde Masood emprendió su criminal viaje, se repartieron 55.000 copias de un folleto titulado “El terrorismo no tiene sitio en el Islam”. “Mis pensamientos y oraciones están con quienes sufren las consecuencias de esta horrible violencia”, dijo la reina Isabel en un mensaje.
Al día siguiente, como siempre ocurre, la pregunta es si el atentado se podía haber evitado. A favor de los servicios de seguridad hay que decir que han impedido decenas de ellos. En su contra, que Masood les era conocido (incluso por sus diversos apodos), y erróneamente consideraron que, si bien un individuo radicalizado, no constituía una amenaza inminente sino que en todo caso era una figura periférica del terrorismo islámico en el país. Lo mismo ocurrió con Michael Adebolajo, el inglés de origen nigeriano que en el 2013 degolló al soldado Lee Rigby en el barrio londinense de Woolwich, una pauta que se repite con demasiada frecuencia, y no sólo en el Reino Unido. Scotland Yard y el MI5 recordaron que carecen de los recursos para vigilar de modo permanente a todos aquellos (unos tres mil) que figuran en sus listas, y optan por seguir en líneas generales los movimientos de unos quinientos, y vigilar estrechamente a tan sólo un puñado. El dinero no da para más.
La plaza del parlamento y todas sus calles adyacentes permanecieron ayer acordonadas por la policía tras el ataque a la sede de una de las democracias más antiguas del mundo. Pero el puente de Westminster, donde Masood arrolló a sus víctimas con un todocamino alquilado, fue abierto ayer mismo tanto al tráfico de vehículos como de personas. Toda la zona de Whitehall, donde están Downing Street y los principales ministerios, quedó convertido en una gran zona peatonal.
Al atardecer de un día igual pero en el fondo distinto a los demás, normal pero más triste, miles de personas se congregaron en Trafalgar Square para una vigilia a la luz de las velas. Cuando dejaron de repicar las campanas de la vecina iglesia de Saint Martin se hizo un silencio sobrecogedor. Después, con lágrimas en muchos ojos, se leyeron los nombres de las víctimas, muertos y heridos. Entre ellos hay norteamericanos, surcoreanos, británicos, griegos, franceses, rumanos, alemanes, polacos, chinos, irlandeses e italianos. Un total de once nacionalidades, ejemplo de ese Londres multicultural que tiene lo mejor del mundo, que puede ser destruido pero no derrotado.