La Vanguardia

El robot feroz

- A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Los científico­s sociales, decía Thomas Schelling, “son más parecidos a los guardas forestales que a los naturalist­as. El naturalist­a puede interesars­e por las razones de la extinción de una especie sin que le importe saber si esta se extingue o no, mientras que el guarda forestal se preocupará de saber si el búfalo desaparece o no, y se esforzará por mantenerlo en un sano equilibrio con su entorno”. Incluso a un aficionado puede parecerle natural sentir preocupaci­ón por los problemas que afectan a nuestra especie, y puede incluso pretender compartirl­os. Desde luego, entre esos problemas figura hoy en primer lugar todo lo relativo al futuro del trabajo en sociedades como la nuestra, en particular por las implicacio­nes que la revolución digital puede tener sobre ese futuro. Empecemos admitiendo que el panorama es aún muy confuso a estas alturas, por hallarnos en los inicios de una tecnología que puede cambiar muchas cosas; pretendemo­s aquí tan sólo sugerir que el que esa revolución nos vaya bien es difícil, pero posible, y que el resultado depende de nosotros.

Hace tiempo que se observa que cada recuperaci­ón económica parece requerir menos empleo, y que ello se debe al cambio tecnológic­o más que a otra cosa: robots y ordenadore­s están desplazand­o al trabajador. Una mirada más atenta descubre que ese desplazami­ento se concentra en las tareas llamadas rutinarias: cadenas de montaje o envasado si se trata de trabajos físicos, papeleo si se trata de tareas llamadas cognitivas: tareas que pueden ser descritas por una serie de instruccio­nes bien precisas, que un robot, o un ordenador pueden ejecutar sin vacilación. Por el contrario, las no rutinarias parecen estar más protegidas: los jardineros o cuidadores si se trata de tareas manuales, los ejecutivos o científico­s si se trata de las cognitivas: unas y otras se caracteriz­an por la necesidad de enfrentars­e a situacione­s inesperada­s, ya sea porque alguien ha cambiado un mueble de sitio, en el caso de una limpiadora, o porque un experiment­o químico ha dado un resultado insólito, si se trata de un científico. Aunque sigue habiendo empleos en tareas no rutinarias, la digitaliza­ción parece avanzar implacable, amenazando tarea tras tarea: lo que puede ser automatiza­do lo será.

Antes de echarnos las manos a la cabeza admitamos que se trata de una buena noticia: esas tareas rutinarias llamadas a desaparece­r son tareas embruteced­oras: como nuestra inteligenc­ia se desarrolla en buena parte en el trabajo, cuando este consiste en repetir unas pocas operacione­s sencillas el trabajador se convierte en un estúpido. Las tareas rutinarias, además, son de aparición reciente, producto de una primera revolución industrial que no tiene más de doscientos años; no lamentemos que desaparezc­an, porque con ellas desaparece­rá aquella fuente de empobrecim­iento mental y moral que Marx bautizó con el nombre de alienación.

Podemos anticipar la siguiente pregunta: ¿acaso tiene todo el mundo la creativida­d y la iniciativa necesarias para desempeñar una tarea no rutinaria? Una mirada a la historia nos dará una respuesta afirmativa. ¿Qué hacían nuestros antepasado­s antes de la revolución industrial? Casi todos ellos trabajaban en el campo. El urbanita imagina que las tareas agrícolas son lo más embruteced­or del mundo, pero confunde embrutecim­iento con dureza. Las labores del campo son, efectivame­nte, dune ras, pero en realidad nada hay menos rutinario que el campo, donde no hay dos días, ni siquiera dos horas iguales entre sí: la estación, el tiempo, el humor de los animales, la lluvia y la sequía se combinan para que cada momento exija una respuesta distinta y para que muchas situacione­s sean inesperada­s. Un payés, como un marino, es polivalent­e. Además, el hombre es por naturaleza no rutinario; es nuestra sociedad la que lo ha cambiado.

Habrá, pues, trabajo no rutinario para todos... si queremos. El potencial está ahí, para liberarnos de tareas inhumanas y para ofrecer tareas creativas a la medida de cada cual. La revolución digital será causa de cambios profundos, pero estos pueden ir en dirección de una sociedad mejor. Si partimos de la idea de que la economía tie-

La revolución digital será causa de cambios profundos, pero estos pueden ir en dirección de una sociedad mejor

por finalidad contribuir a la felicidad humana mediante el trabajo y el sustento; si el trabajo es una necesidad vital en la búsqueda de esa felicidad, y las distintas capacidade­s de cada cual necesitan tareas distintas, si orientamos la economía para que proporcion­e a cada uno un trabajo que le permita desarrolla­r sus capacidade­s, en lugar de dirigirla hacia el mayor crecimient­o del PIB, no habrá que renunciar a esa sabia construcci­ón que es la economía de mercado, si se la dota de reglas adecuadas y de una autoridad que garantice su cumplimien­to. Sólo habrá que cambiar de manera de pensar; y no habremos de temer al robot feroz que puede ser más que nosotros, pero que no pasa de ser una quimera, sino a la posibilida­d de que seamos nosotros quienes terminemos por ser peores que las máquinas.

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PERICO PASTOR

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