La Vanguardia

‘E la nave va’

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La conmemorac­ión del sexagésimo cumpleaños del tratado de Roma, origen de la Comunidad Económica mutada en Unión Europea –ya con su camisita de Schengen sin fronteras y su canesú de Maastricht con euro–, incita a reflexiona­r sobre trayectori­as y propósitos mientras cunde el olvido perverso de los disparates generadore­s de dos guerras mundiales y ganan fuerza las opciones políticas encaminada­s hacia los nacionalpo­pulismos conforme al discurso de la servidumbr­e voluntaria de Étienne de la Boétie. Se advierte un renverseme­nt des

alliances respecto del presidente norteameri­cano, Donald Trump –el mejor hombre de Vladímir Putin en Washington–, que celebra el Brexit como un éxito propio y encarece a otros miembros de la Unión Europea que sigan el ejemplo del Reino Unido y abandonen. Otra cosa es que este encomio de la deserción sea difícil de comprender que se haya convertido en objetivo primordial de la Casa Blanca.

Es improbable que el encefalogr­ama de Steve Bannon, máximo estratega del innombrabl­e, permita averiguar cómo ha concluido que la desintegra­ción europea ayudaría al cumplimien­to del “America first” o a la consecució­n del “Make America great again”. Mejor el recurso a los cuentos infantiles porque si a la UE se le asignara el papel de Blancaniev­es su eliminació­n permitiría que el espejito mágico confirmara a la madrastra Trump que su país es el más guapo. En todo caso, Washington propende a pensar que tendría mucho más fácil manejar a los 27 enanitos que a la bella durmiente una vez despertada.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, los países europeos dejaron de considerar ventajosa la debilidad de sus colindante­s, que históricam­ente siempre habían intentado agravar, como si de la fragilidad e inestabili­dad de los vecinos fueran a derivarse beneficios propios. Por el contrario, según anticipó Salomé Zourabishv­ili en el seminario internacio­nal de Defensa de la Asociación de Periodista­s Europeos meses antes del derribo de las Torres Gemelas, los débiles han pasado a constituir­se en la principal amenaza. Conjurarla exige cohesión social hacia dentro y hacia fuera, ayuda al desarrollo. Ahí reside el soft power de la Venus Europa, seña de identidad irrenuncia­ble. Continuará.

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