La Vanguardia

Capitán Garfio, máteme ya

- Carlos Zanón

La única inteligenc­ia que poseo es un sucedáneo emocional e intuitivo del tipo frío/calor, amor/odio, miedo/cueva. Es decir, al nivel de las pruebas de aprendizaj­e de simios menores. En la tele siempre aparece el simio que consigue hacer el ejercicio o coger el alimento sin que le dé una descarga eléctrica. Bien, ese no soy yo. Descubrí hace poco mi minusvalía. La gente suele tomar decisiones con arreglo a una valoración que requiere tiempo y conocimien­tos. Una relación de pros y contras. Y cuando han conseguido un mínimo de datos, deciden en un sentido u otro. Yo, no. Lo mío es entusiasmo o repulsión animal. Da igual que se me indique que aquello es tóxico y abrasivo, que no vale la pena ni empatar ese partido, yo centrifugo melancolía, canciones de Los Planetas y miradas desde tren en marcha y me tiro meses enganchado a esa señal de bus. Qué desastre de tipo. Yo soy el que no sale esa noche de casa y el que sale de noche de esa misma casa. El que queda para romper una relación y acaba bígamo. El que hace el primer plato en la Barcelonet­a con uno, postres en paseo Maragall con otros y llega a los cafés en Sants con aquella. El que se queda hipnotizad­o con la publicidad, un poema, la remontada del Barça como una verdad cósmica que hay que descifrar.

Mi único criterio para elegir es la tentación. Es el por qué no. La intensidad. El peligro. Rollo Sex Pistols. El me apetece, me hace ilusión, parece divertido y sus cien subtipos infantiloi­des. No hay nada más determinan­te que el color rojo, el calorcito, el no debería. He comulgado, juntado, separado, bebido y medicado con y sin receta, golpeado y saltado de puertas, ventanas y trampoline­s sólo porque alguien dijo: ¿es que no ves que te harás daño? Ese soy yo. Ese tipo de idiota. Pero ahora quiero cambiar. Uno no puede ir siempre eligiendo todo a la vez. Confusión, camarote de los Hermanos Marx, París 1789 y La Patrulla Canina. Capitán Garfio, máteme ya. Echo la vista atrás y todo siempre fue igual. Cambié de trabajo o de instituto porque me gustaba una chica (in) o porque rompía con una chica (out). Me matriculé en Periodismo pero hice Derecho por lo mismo. Elegí mi agente literaria porque su apellido es el de uno de mis directores favoritos. Bebo Tanqueray (porque eso hace el Johnny 99 de Springstee­n). Mi número favorito –el 2– es el que tenía una niña en la bata en 2.º de EGB. Tengo el primer grado de delineante porque la profesora me lo pidió para no perder una subvención. He trabajado gratis. He cambiado a última hora de tren para acabar alquilando un coche. Y ante el terror de la unicidad –ahí está el drama de elegir: renunciar–, de tanto en tanto escucho, la voz del sempiterno matón: no tienes bemoles. Y yo haciendo aquello. Lo que sea. Porque la inteligenc­ia idiota te dice que sólo importa no dejar nada sin hacer no fuera a ser que pasara algo sin ti. Y en realidad, es entonces cuando todo pasa sin ti.

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