La secreta huella española en EE.UU.
Una exposición en la torre Iberdrola revive la aportación hispana a la epopeya de América
La proverbial falta de habilidad para vender nuestros logros y aportaciones en la historia, unida a las necesidades de discreción aparejadas a las circunstancias del momento, explica el escaso bombo que a lo largo de los dos últimos siglos se ha dado a la crucial contribución española dentro del proceso de formación de los Estados Unidos de América. Esa intervención se ilustra ahora en la exposición inaugurada ayer en la torre de Iberdrola de Bilbao bajo el título La memoria recobrada. Huellas en la Historia de Estados Unidos. La muestra pone especial énfasis en las importante contribuciones de los vascos en tierras norteamericanas, primero como coadyuvantes de la independencia y después como emprendedores e inmigrantes.
El 9 de octubre de 1780, Benjamin Franklin, padre de la patria de la entonces naciente nación estadounidense, escribió al comerciante bilbaíno Diego de Gardoqui en estos términos: “He sabido por muchas fuentes de su amistad hacia América y de la amabilidad que ha mostrado a muchos de mis compatriotas; le ruego que acepte mi agradecido reconocimiento”. Gardoqui, que más tarde se convertiría en el primer embajador de España en Estados Unidos, había sido el hombre elegido por el rey Carlos III para, en una operación de Estado encubierta, apoyar a los insurgentes angloamericanos contra la Corona inglesa en Norteamérica mediante el envío de dinero, armas, medicinas, paños y demás suministros.
España estaba deseosa de resarcirse de las graves derrotas encajadas en 1762 ante al imperio británico, traducidas básicamente en la pérdida de La Habana y Manila. A instancias de Carlos III, la derrota en la ciudad cubana se tomó como lección de la que aprender, y a fin de vengar la humillación y evitar que se repitiera se emprendió una reforma de calado en la dotación y organización de las tropas y defensas en la zona. Y funcionó. Pues aquella reestructuración sirvió como punto de partida para una ofensiva –con declaración de guerra incluida, en 1779– que permitió a España infligir duros golpes a los ingleses en Florida y Luisiana. Estas victorias tuvieron una incidencia determinante en el éxito de los rebeldes que en 1776 habían proclamado la independencia de las Trece Colonias pero que aún se las veían y deseaban con la metrópoli.
Uno de los cuadros expuestos en la exposición de la torre Iberdrola narra, por ejemplo, cómo el 9 de agosto de 1780 el ya entonces veterano oficial y director general de la Armada española Luis de Córdova y Córdova capturó 52 buques británicos de un convoy al mando del comandante John Montray, frente a las costas de Portugal, en lo que sería considerado como el mayor desastre logístico de la historia naval de Inglaterra. La derrota supuso a los ingleses una pérdida ingente de suministros destinados a sus hombres en América.
Tal como explicaba ayer el comisario de la exposición, inaugurada anoche por el presidente de Iberdrola, Ignacio Galán, los ataques de España a los ingleses y la ayuda previa a los insurgentes descontentos con la administración británica se habían preparado bajo secreto: por razones tácticas y para no excitar las ansias de independencia en las plazas españoles en el resto del continente. Tanta reserva implicó una baja producción de documentos y la posible destrucción de gran parte de los que sí se crearon. Con todo, la muestra incluye una destallada lista manuscrita de artículos comprados con dos millones de libras dispuestos para ayudar a los rebeldes. Cañones de bronce, mortero, bombas balas, “fusiles con sus bayonetas”, tiendas y “vestidos completos” son algunos de los elementos que se citan. Algunas de estas armas también pueden verse en la muestra de Bilbao, lo mismo que trajes y uniformes de algunos de los protagonistas de esta parte poco aireada de la epopeya americana, como el mencionado Diego de Gardoqui.
Otra figura destacada en la exposición es Bernardo de Gálvez, el militar malagueño que dirigió las operaciones contra los británicos en el golfo de México. Su figura se reproduce en una escultura en la que se asemeja a Napoleón Bonaparte, y sus campañas en Florida y Luisiana se recrean en lienzos y hasta en un grupo de miniaturas de sus soldados. La primera sección de La memoria recobrada, titulada El siglo de las luces presenta una muestra de las monedas españolas de uso ge-
neral en el comercio del siglo XVIII que explicaría el origen hispánico del símbolo del dólar. El famoso signo procede “según la explicación más aceptada” –indicó Guerrero Acosta– de las columnas de Hércules que figuran en el escudo real de esas antiguas monedas, junto con la banda con la leyenda Plus
Ultra que las envuelve. La exposición dedica partes sustanciales a los pioneros vascos en tierras y aguas de América del Norte. Entre los manuscritos expuestos sobresale el testamento del ballenero Joanes Echaniz, natural de Orio y fallecido en la península del Labrador en 1584: se trata, “probablemente”, del documento más antiguo escrito en lo que hoy es Canadá. No menos llama la atención el diario del corsario donostiarra Juan Pedro Cruz de Belefonte, que “en nombre de Dios y de la Virgen Santísima” dejó en él escrita una relación de sus capturas a favor del rey y de sí mismo.
Ya en la parte más moderna de la muestra se recogen algunas de las aportaciones industriales de empresario vascos en EE.UU., como la de José Francisco Arzac, (San Sebastián, 1823 – Nueva York, 1909), uno de los socios de la compañía que instaló el ferrocarril elevado de la Sexta Avenida de Nueva York; promotor de bloques de apartamentos junto al Central Park y fundador, junto con el inventor Thomas Edison, de la General Electric Company. Las salas de La memoria recobrada estarán abierta desde hoy para los accionistas de Iberdrola y a partir del 10 de abril para el público. Podrá verse hasta el 2 de julio.