La Vanguardia

Dalí, un performer en Barcelona

Ricard Mas publica un exhaustivo libro que explica la relación entre el artista y la capital catalana

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

La sangre de Salvador Dalí es barcelones­a, porque su madre Felipa Domènech nació en Barcelona; porque su padre, Salvador Dalí Cusi, aunque era de Cadaqués, se formó también aquí; y porque utilizó la capital catalana como escaparate de su obra y de su personaje, como lo hizo también en París y Nueva York. Esta es la tesis del historiado­r del arte Ricard Mas en el exhaustivo libro Dalí i Barcelona que acaba de publicar.

Esa intensa relación se inicia en la infancia de Dalí cuando visita la casa de sus parientes durante las vacaciones y se entusiasma con el Park Güell. Y desde entonces realiza exposicion­es, celebra conferenci­as, presenta libros y convierte cada acto en una performanc­e hasta sus últimas aparicione­s que tendrán lugar en la clínica Quirón, ya muy enfermo, a finales de 1988. Pero contra lo que pudiera parecer, dice el autor, “el balance de la relación de Dalí con Barcelona es, de momento, negativo”. Y el libro se cierra con un “epílogo macabro” : el alcalde Pasqual Maragall le entregó la medalla de oro de Barcelona a título póstumo. Pocas horas después de morir, el alcalde dejó sobre el pecho del cadáver aun en pijama la imagen de la Virgen de la Merced. “Eso demuestra que el surrealism­o no lo inventó Dalí”, dice Ricard Mas.

Dalí i Barcelona, editado por el Ayuntamien­to de Barcelona, son 555 páginas con numerosas ilustracio­nes y un atractivo diseño a cargo de Jesús Galdón que ha tratado el texto como si se tratase de poesía visual. Su contenido se divide en doce capítulos que abordan tanto la parte más creativa del artista como sus relaciones con la sociedad barcelones­a. Es en este segundo apartado donde aparecen numerosos testimonio­s y anécdotas inéditas que el artista protagoniz­ó en la habitación 108 del hotel Ritz, los restaurant­es Via Veneto y Reno, el tablao Los Tarantos, el zoológico, la plaza Reial, la peluquería de Llongueras, la Monumental o la calle Tuset, cuando estaba de moda. Ricard Mas dice que no siempre ha podido comprobar la veracidad de algunas histomás rias, como la que asegura que Dalí comió con los Beatles en el restaurant­e Reno y les obsequió con una caja de consolador­es.

“El libro constata que Dalí aparece más en las sección de ecos de sociedad que en la de cultura”, añade. Es la voluntad de un artista que juega a ser “el más provocador, el más divertido y el primer postmodern­o”. Y, sin embargo, también se demuestra que “el mundo de la cultura le ha negado el pan y la sal”. Según el autor, “una de las cosas que me han sorprendid­o es que la crítica de arte no lo ha entendido nunca”. De esa afirmación excluye en el pasado sólo a Arnau Puig, Joan Josep Tharrats y Rafael Santos Torroella.

Desde un punto de vista ideológico considera que fueron determinan­tes sus declaracio­nes de 1975 favorables a la pena de muerte, “que le persiguier­on toda su vida”, y la oposición intelectua­l y artística, capitanead­a por Antoni Tàpies, de quien recuerda que descartaba su obra por su forma de pensar. “Y esta manera de entender el arte es la que domina en todas nuestras institucio­nes culturales”, dice el autor, que atribuye a esa idea que “Barcelona está infradalin­izada”. Actualment­e en la ciudad sólo pueden admirarse tres obras de Dalí en el MNAC, un dibujo en la Fundació Suñol y el techo del palacete Albéniz (que está cerrado al público). Recordó que los descendien­tes de Anselm Domènech, tio de Dalí, llegaron a poseer 23 óleos del pintor y cuando los tuvieron que vender solo se los compró el coleccioni­sta norteameri­cano Reynolds Morse, porque en Catalunya nadie estaba dispuesto a pagar por ellos. Y como el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván logró tener una plaza y un monumento del artista, mientras Barcelona –que no le ha puesto ni una calle–, fracasó en el intento. El alcalde Pasqual Maragall buscó la colaboraci­ón de Óscar Tusquets y Xavier Corberó, que plantearon a Dalí una gran escultura en la plaza de la catedral. No prosperó por “la furibunda oposición de agrupacion­es de vecinos y de algunos intelectua­les que, como Oriol Bohigas, no cuestionab­an el proyecto en sí (...) sino la propia idea de que la ciudad homenajeas­e a un artista tan descaradam­ente fascista”, según testimonio recogido de Óscar Tusquets.

Según Mas, Barcelona está infradalin­izada porque “el mundo de la cultura le ha negado el pan y la sal”

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más. Dalí no dudó en emular el gesto de Cristobal Colón, en una foto cerca del monumento, ni en mostrarse dentro de un típico taxi
POSTIUS/ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA Un barcelonés más. Dalí no dudó en emular el gesto de Cristobal Colón, en una foto cerca del monumento, ni en mostrarse dentro de un típico taxi
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