LA FACTURA DEL BREXIT ASOMA EN EL HORIZONTE
PRECIOS MÁS CAROS Y ÉXODO DE EMPRESAS Y EMPLEADOS PRIMEROS SÍNTOMAS DE LA SALIDA DEL REINO UNIDO DE LA UE
Theresa May ha sido comparada con Margaret Thatcher, con Angela Merkel, con Winston Churchill, con Enrique VIII… Pero en realidad sólo habría que ponerle una barba y entregarle un bastón para convertirla en el Moisés inglés, que lleva al pueblo elegido de Dios (uno de tantos) a la tierra prometida, donde todo serán vino y rosas, lejos de la opresión y la burocracia de la Unión Europea. Y que desde lo alto del Scafell Pike (el monte más alto de Inglaterra, con sus raquíticos 978 metros de altura, en el distrito de los Lagos) lee las tablas de la ley, empezando por el primer mandamiento. Que no es “amarás al Señor con todo tu corazón” sino algo más prosaico: “Brexit significa Brexit”.
Hasta ahora Brexit, en el diccionario del Gobierno británico, sólo quería decir cosas buenas: independencia, libertad, soberanía, empleo, crecimiento económico, superávit comercial, prosperidad, reconocimiento internacional, gloria imperial… Sólo a partir de esta semana ha empezado Moisés May a reconocer que “tendrá consecuencias” y no todas serán maravillosas. No les ha puesto nombre, pero en cierto modo ha empezado a preparar a los británicos para lo que será una travesía más o menos dura por el desierto, y al final de la cual no necesariamente encontrarán el paraíso.
¿Cuáles son esas consecuencias? Muchas pueden intuirse, pero no constituyen una certeza y entran en el terreno del cálculo, del pronósticoodela política ficción. Otras son ya una realidad, van tomando forma o están a la vuelta de la esquina. Como por ejemplo el incremento de la inflación, la disminución de las inversiones, el éxodo de mano de obra europea, el traslado de empresas al continente, el impacto negativo sobre las universidades y el mundo académico, el debilitamiento de la City, el desafío a la integridad territorial del Reino Unido con un nuevo referéndum de independencia en Escocia y el endurecimiento de la frontera entre el Ulster y la República de Irlanda.
El columnista Timothy Garton Ash compara el Brexit con una ópera en cinco actos de la que hasta ahora sólo hemos visto tres: el referéndum del 23-J, la interpretación de su resultado y la invocación el pasado miércoles del artículo 50 del tratado de Lisboa. El cuarto serán los dos años de negociaciones del divorcio y un acuerdo de libre comercio, y el quinto, la fase de transición para implementar los compromisos. Y tan sólo entonces, cuando baje el telón, se sabrá si se trata de una farsa, un drama o una gran tragedia. Una comedia, seguro que no. Y musical, menos todavía.
La fecha clave en el calendario es mayo del 2020, cuando están previstas las próximas elecciones generales británicas, que a efectos prácticos serán un referéndum sobre el Brexit y sobre la gestión de Theresa May. En marzo del año anterior habrán concluido las negociaciones con la UE, y o bien ambas partes se han tirado los trastos a la cabeza, o bien existe el marco de un acuerdo comercial. Tanto los todopoderosos mercados como los votantes se habrán hecho una opinión de si la cosa funciona o no, de si responde a las expectativas y se han cumplido las promesas. La gente tendrá la sensación de que su calidad de vida ha mejorado, ha empeorado o sigue igual. Y estará a punto de celebrarse el segundo referéndum sobre la independencia de Escocia, o se habrá celebrado ya (otoño del 2019 es una posible fecha de compromiso). Las especulaciones sobre si el artículo 50 del tratado de Lisboa es reversible o no, y sobre si un país que lo ha invocado puede dar marcha atrás, son irrelevantes. Esos comicios determinarán el camino que seguir.
“No hay que hacerse ilusiones de que los votantes condenen a May y al Brexit por muy mal que vayan las cosas –opina el politólogo Duncan Heath–. Los enemigos de Europa no son electores corrientes sino conversos que están viviendo una cruzada, incapaces de contemplar el horizonte con objetividad. Si dentro de tres años la situación es catastrófica, no echarán la culpa a la primera ministra, que es su Moisés y su mesías, sino a los eurófilos, al sector de la prensa que los apoya, a la UE por negociar de mala fe, castigar al Reino Unido y hacer imposible un acuerdo, y a los inmigrantes”.
Los datos macroeconómicos han contribuido hasta ahora a sustentar la narrativa de May y los brexistas de que todo va a ser para bien. La última proyección es que el PIB va a crecer este año un 2%, cuatro décimas por encima del cálculo de un 1,6% y muy lejos de la recesión pronosticada por los más pesimistas, mientras el índice de desempleo continúa en mínimos históricos (4,7%, que desafía la lógica de que los extranjeros quitan el trabajo a los británicos). La recaudación de impuestos se ha incrementado, pero ahí se acaban las buenas noticias. La libra esterlina ha perdido un 16% de su valor respecto al dólar y un 12% respecto al euro, y se prevé que caiga todavía otro 5%. Como consecuencia, las importaciones resultan más caras, y la inflación se sitúa ya
Lo primero que han notado los británicos es que todo cuesta más con una libra devaluada Los grandes bancos de inversión preparan el traslado de operaciones a países del continente
en el 2,6%, afectando principalmente a las frutas y las verduras, porque las cosechas en el sur de Europa han sido malas. La gasolina y el diésel también están subiendo. Para no incrementar los precios, los fabricantes de barritas de chocolate han reducido su tamaño. El valor de los pisos ha empezado a bajar.
No puede hablarse de un éxodo masivo de trabajadores extranjeros, pero algunos han empezado a marcharse conforme mejoran las economías de Italia o Polonia, y aquí aumenta la incertidumbre del Brexit, el racismo y la xenofobia. La embajada española ha creado una ventanilla especial para atender a las preguntas de las 131.355 personas registradas como residentes en el Reino Unido El otro día, en un centro de masajes y recuperación de Belsize Park (noroeste de Londres), a un cliente inglés le asignaron una fisioterapeuta rumana. Pidió otra, y le pusieron una portupea, guesa. Muy airado, preguntó por el mánager y dijo: “¿Es que no hay ningún inglés que pueda hacer esto? Si el negocio fuera mío, el trabajo se lo daría a los británicos y todos vosotros estaríais en vuestros países”. Y luego se sometió al tratamiento.
El reloj ha empezado a correr. Sectores como la medicina pública, el cuidado de niños y ancianos, la restauración, la agricultura, la minería, los bosques, las manufacturas, la distribución, la pesca, la construcción, la banca o la información y tecnología dependen de manera notable de los 2,3 millones de trabajadores de la Unión Europea. En los últimos meses del año pasado, a la chita callando, ya se fueron 50.000, entre ellos 20.000 médicos y enfermeras. El número de estudiantes y profesores extranjeros que piden ir a la Universidad de Cambridge y otras de similar prestigio ha descendido un 14%. Otras ciudades europeas se disputan las sedes de la Agencia Europea del Medicamento y de la Autoridad Bancaria Euro-