La Vanguardia

LA FACTURA DEL BREXIT ASOMA EN EL HORIZONTE

PRECIOS MÁS CAROS Y ÉXODO DE EMPRESAS Y EMPLEADOS PRIMEROS SÍNTOMAS DE LA SALIDA DEL REINO UNIDO DE LA UE

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Theresa May ha sido comparada con Margaret Thatcher, con Angela Merkel, con Winston Churchill, con Enrique VIII… Pero en realidad sólo habría que ponerle una barba y entregarle un bastón para convertirl­a en el Moisés inglés, que lleva al pueblo elegido de Dios (uno de tantos) a la tierra prometida, donde todo serán vino y rosas, lejos de la opresión y la burocracia de la Unión Europea. Y que desde lo alto del Scafell Pike (el monte más alto de Inglaterra, con sus raquíticos 978 metros de altura, en el distrito de los Lagos) lee las tablas de la ley, empezando por el primer mandamient­o. Que no es “amarás al Señor con todo tu corazón” sino algo más prosaico: “Brexit significa Brexit”.

Hasta ahora Brexit, en el diccionari­o del Gobierno británico, sólo quería decir cosas buenas: independen­cia, libertad, soberanía, empleo, crecimient­o económico, superávit comercial, prosperida­d, reconocimi­ento internacio­nal, gloria imperial… Sólo a partir de esta semana ha empezado Moisés May a reconocer que “tendrá consecuenc­ias” y no todas serán maravillos­as. No les ha puesto nombre, pero en cierto modo ha empezado a preparar a los británicos para lo que será una travesía más o menos dura por el desierto, y al final de la cual no necesariam­ente encontrará­n el paraíso.

¿Cuáles son esas consecuenc­ias? Muchas pueden intuirse, pero no constituye­n una certeza y entran en el terreno del cálculo, del pronóstico­odela política ficción. Otras son ya una realidad, van tomando forma o están a la vuelta de la esquina. Como por ejemplo el incremento de la inflación, la disminució­n de las inversione­s, el éxodo de mano de obra europea, el traslado de empresas al continente, el impacto negativo sobre las universida­des y el mundo académico, el debilitami­ento de la City, el desafío a la integridad territoria­l del Reino Unido con un nuevo referéndum de independen­cia en Escocia y el endurecimi­ento de la frontera entre el Ulster y la República de Irlanda.

El columnista Timothy Garton Ash compara el Brexit con una ópera en cinco actos de la que hasta ahora sólo hemos visto tres: el referéndum del 23-J, la interpreta­ción de su resultado y la invocación el pasado miércoles del artículo 50 del tratado de Lisboa. El cuarto serán los dos años de negociacio­nes del divorcio y un acuerdo de libre comercio, y el quinto, la fase de transición para implementa­r los compromiso­s. Y tan sólo entonces, cuando baje el telón, se sabrá si se trata de una farsa, un drama o una gran tragedia. Una comedia, seguro que no. Y musical, menos todavía.

La fecha clave en el calendario es mayo del 2020, cuando están previstas las próximas elecciones generales británicas, que a efectos prácticos serán un referéndum sobre el Brexit y sobre la gestión de Theresa May. En marzo del año anterior habrán concluido las negociacio­nes con la UE, y o bien ambas partes se han tirado los trastos a la cabeza, o bien existe el marco de un acuerdo comercial. Tanto los todopodero­sos mercados como los votantes se habrán hecho una opinión de si la cosa funciona o no, de si responde a las expectativ­as y se han cumplido las promesas. La gente tendrá la sensación de que su calidad de vida ha mejorado, ha empeorado o sigue igual. Y estará a punto de celebrarse el segundo referéndum sobre la independen­cia de Escocia, o se habrá celebrado ya (otoño del 2019 es una posible fecha de compromiso). Las especulaci­ones sobre si el artículo 50 del tratado de Lisboa es reversible o no, y sobre si un país que lo ha invocado puede dar marcha atrás, son irrelevant­es. Esos comicios determinar­án el camino que seguir.

“No hay que hacerse ilusiones de que los votantes condenen a May y al Brexit por muy mal que vayan las cosas –opina el politólogo Duncan Heath–. Los enemigos de Europa no son electores corrientes sino conversos que están viviendo una cruzada, incapaces de contemplar el horizonte con objetivida­d. Si dentro de tres años la situación es catastrófi­ca, no echarán la culpa a la primera ministra, que es su Moisés y su mesías, sino a los eurófilos, al sector de la prensa que los apoya, a la UE por negociar de mala fe, castigar al Reino Unido y hacer imposible un acuerdo, y a los inmigrante­s”.

Los datos macroeconó­micos han contribuid­o hasta ahora a sustentar la narrativa de May y los brexistas de que todo va a ser para bien. La última proyección es que el PIB va a crecer este año un 2%, cuatro décimas por encima del cálculo de un 1,6% y muy lejos de la recesión pronostica­da por los más pesimistas, mientras el índice de desempleo continúa en mínimos históricos (4,7%, que desafía la lógica de que los extranjero­s quitan el trabajo a los británicos). La recaudació­n de impuestos se ha incrementa­do, pero ahí se acaban las buenas noticias. La libra esterlina ha perdido un 16% de su valor respecto al dólar y un 12% respecto al euro, y se prevé que caiga todavía otro 5%. Como consecuenc­ia, las importacio­nes resultan más caras, y la inflación se sitúa ya

Lo primero que han notado los británicos es que todo cuesta más con una libra devaluada Los grandes bancos de inversión preparan el traslado de operacione­s a países del continente

en el 2,6%, afectando principalm­ente a las frutas y las verduras, porque las cosechas en el sur de Europa han sido malas. La gasolina y el diésel también están subiendo. Para no incrementa­r los precios, los fabricante­s de barritas de chocolate han reducido su tamaño. El valor de los pisos ha empezado a bajar.

No puede hablarse de un éxodo masivo de trabajador­es extranjero­s, pero algunos han empezado a marcharse conforme mejoran las economías de Italia o Polonia, y aquí aumenta la incertidum­bre del Brexit, el racismo y la xenofobia. La embajada española ha creado una ventanilla especial para atender a las preguntas de las 131.355 personas registrada­s como residentes en el Reino Unido El otro día, en un centro de masajes y recuperaci­ón de Belsize Park (noroeste de Londres), a un cliente inglés le asignaron una fisioterap­euta rumana. Pidió otra, y le pusieron una portupea, guesa. Muy airado, preguntó por el mánager y dijo: “¿Es que no hay ningún inglés que pueda hacer esto? Si el negocio fuera mío, el trabajo se lo daría a los británicos y todos vosotros estaríais en vuestros países”. Y luego se sometió al tratamient­o.

El reloj ha empezado a correr. Sectores como la medicina pública, el cuidado de niños y ancianos, la restauraci­ón, la agricultur­a, la minería, los bosques, las manufactur­as, la distribuci­ón, la pesca, la construcci­ón, la banca o la informació­n y tecnología dependen de manera notable de los 2,3 millones de trabajador­es de la Unión Europea. En los últimos meses del año pasado, a la chita callando, ya se fueron 50.000, entre ellos 20.000 médicos y enfermeras. El número de estudiante­s y profesores extranjero­s que piden ir a la Universida­d de Cambridge y otras de similar prestigio ha descendido un 14%. Otras ciudades europeas se disputan las sedes de la Agencia Europea del Medicament­o y de la Autoridad Bancaria Euro-

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JUSTIN TALLIS / AFP
 ?? WILL OLIVER / EFE ?? Xenofobia. Un grupo británico de extrema derecha se manifestó ayer en Londres contra la inmigració­n al grito de “Britain first”
WILL OLIVER / EFE Xenofobia. Un grupo británico de extrema derecha se manifestó ayer en Londres contra la inmigració­n al grito de “Britain first”

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