El tiempo apremia a (casi) todos
EL Manifiesto futurista, redactado en 1909, exaltaba la velocidad, hasta el punto que resaltaba su belleza: “Un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla es más hermoso que la Victoria de Samotracia”. Es evidente que Mariano Rajoy no hubiera hecho buenas migas con el fundador del futurismo, Filippo Tommaso Marinetti, que sostenía que el tiempo y el espacio habían muerto y que vivíamos en lo absoluto, “porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente”. No digo nada nuevo si afirmo que el presidente español no es un hombre de apremios, por más que quienes han investigado el uso del tiempo aseguran que la sensación de su falta es una de las paradojas contemporáneas, pues los dispositivos digitales que nos deberían liberar de tareas contribuyen a la sensación de aceleración de la vida, toda vez que les dedicamos más horas de lo razonable (Esclavos del tiempo, Judy Wajcman).
Cuando faltan apenas unos meses para que el soberanismo convoque (o al menos lo intente) un referéndum, que difícilmente se llevará a cabo porque Rajoy ha dejado bien claro que en ningún caso lo va a autorizar, el Gobierno quiere hacerse más presente en Catalunya, ha anunciado inversiones en infraestructuras pendientes e intentará un relato más amable de la situación. Eso difícilmente evitará el vértigo de la tensión final, con una mayoría en el Parlament aprobando las leyes de desconexión y un Tribunal Constitucional anulándolas. Y si eso deviene así, las inhabilitaciones y las responsabilidades penales ensombrecerán la vida política, abocando al país a unas complejas (y tensas) elecciones.
Una de las pocas cosas positivas es que el presidente español no tiene previsto apretar el botón rojo del 155 y que algunos colaboradores del presidente creen que después del big
bang podría plantear una solución constitucional para el encaje de Catalunya. Pero el tiempo se nos va a hacer muy largo. A todos, menos a Rajoy.