La Vanguardia

El descenso más difícil del esquiador de Albertvill­e

MICHEL BARNIER, NEGOCIADOR DEL BREXIT PARA LA UE

- BEATRIZ NAVARRO Bruselas. Correspons­al

La ceremonia del Comité Olímpico Internacio­nal en que se anunció que Barcelona acogería los Juegos de 1992 ocupa un lugar destacado en la memoria sentimenta­l de Michel Barnier. A él le interesaba el segundo sobre. Cuando Juan Antonio Samaranch anunció que los de invierno irían Albertvill­e, fue a él, presidente del departamen­to de Saboya, a quienes todos se abrazaron. Fue uno de los momentos más dulces de la vida de Barnier, el hombre elegido para negociar con Londres su salida de la UE. La experienci­a marcó su forma de afrontar el trabajo y la política.

Definido por los tabloides británicos como “el hombre más peligroso de Europa” y compendio de lo peor de Francia, Barnier no es un político francés al uso. Nacido en 1951 en la región alpina en una familia modesta, gaullista desde los 14 años, se graduó en París en la escuela de comercio, no en la Escuela Nacional de Administra­ción, la elitista cantera de los políticos franceses. “En París ha sido objeto de cierto desdén porque no formaba parte de la burbuja”, rememora el eurodiputa­do Michel Dantin (PPE), que lo conoce desde hace 30 años. “No salía de la ENA, y algunos pensaban que sus conviccion­es eran demasiado flojas. No le gusta la confrontac­ión, prefiere construir junto con los demás, y es algo que se le ha reprochado en Francia”, dice.

Algunos lo llamaban despectiva­mente “el monitor de esquí”. Él se define con orgullo como montagnard. Motivado quizás por tanta suspicacia, ha coronado varias cimas. Con 27 años se convirtió en el diputado más joven de la Asamblea Nacional. Ha sido tres veces ministro (Medio Ambiente, Exteriores y Agricultur­a), con Jacques Chirac y con Nicolas Sarkozy. Es el único francés que ha sido dos veces comisario europeo. Primero, de Política Regional, y luego, de Mercado Interior y Servicios Financiero­s, cuando la City lo descubrió. “Un palmarés impresiona­nte para alguien que no sea brillante”, ironiza Dantin.

Barnier aspiró a presidir la Comisión Europea. Derrotado por Jean-Claude Juncker, lo fichó como negociador del Brexit. Su pasaporte y su perfil europeísta provocaron cierto rechazo en Londres. “Es un auténtico europeo. No representa a Francia ni a Alemania. Hará lo que crea que es mejor para Europa”, templa Charles Grant, director del Center for European Reform. “Tiene muchas cualidades necesarias en una negociació­n. No se pierde en los detalles. Es muy político, ve dónde se puede cerrar un acuerdo”. Pero, a diferencia de su contrapart­e británico, “no es el negociador jefe. Representa a los estados miembros más que a sí mismo”.

El francés, que ha viajado a todas las capitales europeas para escuchar todos los puntos de vista sobre el Brexit, ha aplicado a esta empresa su clásico estilo de trabajo. “Es muy metódico y muy organizado. Tiene una gran capacidad para pensar a largo plazo”, explica uno de sus más estrechos colaborado­res en Bruselas. Es también, dicen, “estricto y a veces impaciente”. “Va al grano y se rodea de gente muy buena”, dice otra fuente. “Serio” es otro adjetivo que aparece con frecuencia al hablar de Barnier. “Siempre lo ha sido. Con ese método de rigor ganó los Juegos para Albertvill­e, una pequeña ciudad de 17.000 habitantes, y lo sigue aplicando a su trabajo”, explica Dantin. Siempre con un aspecto físico impecable, educado pero distante en el trato, Barnier destaca por su frugal estilo de vida –poco francés, dicen algunos– y su afición por el deporte. Si puede, nada una hora al día. Corre y esquía. Con el Brexit, se enfrenta a su descenso más difícil.

Despreciad­o en París por no proceder de la elitista ENA, Barnier ha tocado la cima de la política francesa y europea gracias a su estilo sobrio y riguroso

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JOHN THYS / AFP Michel Barnier

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