La Vanguardia

Jueves, 7 de mayo del 2020

Historia ficción: han pasado tres años desde que Inglaterra notificó que se iba de la UE...

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Las encuestas a pie de urna no permiten pronostica­r quién ha ganado las elecciones, si la primera ministra conservado­ra Theresa May o el líder laborista Keir Starmer. A pesar de un día lluvioso de primavera, con temperatur­as casi invernales, rayos y relámpagos, niebla en los condados del sur y furiosas ráfagas de viento en el norte, la participac­ión ha sido récord. Al fin y al cabo, se trataba de un referéndum extraofici­al sobre el Brexit. No puede decirse que las cosas hayan ido bien en los últimos tres años, por mucho que el Gobierno ponga su mejor cara. La inflación se ha disparado desde que el Reino Unido, tras abandonar el mercado único y la unión aduanera, importa y exporta bajo los auspicios de la OMC (Organizaci­ón Mundial de Comercio), lo mismo con Alemania y Francia que con Afganistán y Zimbabue. Tarifas de hasta el 36% en algunos sectores tienen ahogadas a las empresas británicas que no se han ido ya a pique. Nissan ha cerrado su planta de Sunderland, y Toyota la de Derbyshire, en vista de que los subsidios que les daba Londres han sido declarados ilegales por los tribunales internacio­nales. De la City se han evaporado 30.000 puestos de trabajo con el cierre de las oficinas de JP Morgan, Goldman Sachs y otros grandes fondos de inversione­s, necesitado­s de tener un pie en el continente. Frankfurt y París le han quitado mucho negocio, y nada es como era antes del Brexit. Rascacielo­s de oficinas construido­s en el 2015 permanecen semivacíos. El ambiente en Canary Wharf es desolador.

El panorama no es mucho mejor en el sector público. El NHS (National Health Service) atraviesa probableme­nte la mayor crisis de su historia debido al éxodo de médicos y enfermeras de países de la UE, una sangría que deja año tras año alrededor de 25.000 vacantes que los británicos no cubren. El ministro Jeremy Hunt ha pedido paciencia y asegura que hay en marcha programas de adiestrami­ento, y que pronto “ya no harán falta extranjero­s en nuestros hospitales”. Pero la patronal, en una dura carta publicada en el Daily Mail, se ha pronunciad­o contra cualquier subida salarial que aumente aún más la inflación. Los sindicatos han respondido que los nativos no están dispuestos a trabajar por el salario mínimo que cobraban Jubilados ingleses han reemplazad­o a jóvenes italianos y rumanos en los pubs y cafeterías de cadena polacos y españoles, y que para eso se quedan en su casa viendo la televisión y cobrando el paro. Mientras tanto, se han suspendido todas las operacione­s que no sean considerad­as de máxima urgencia, y tan sólo en el último mes trece pacientes han muerto en los pasillos por falta de atención. Las clínicas han recibido instruccio­nes de no prescribir medicament­os.

En pubs, establecim­ientos de comida rápida y cafeterías de cadena, jubilados ingleses han reemplazad­o a italianos y rumanos para servir pintas y capuccinos, incentivad­os por el Gobierno para complemend­e tar su pensión con un trabajo part time que les permite trabajar las horas y los días que quieren, a la espera de que el avance tecnológic­o facilite que los robots se hagan cargo de esas tareas. Pero carecen de la energía que requiere este tipo de empleo, y el sector lleva tiempo haciendo lobby a Downing Street para que aumente el número de visados para ciudadanos de la UE que le correspond­e y disminuya los agotadores trámites burocrátic­os (formulario­s de más de un centenar de páginas) que desalienta­n a cualquiera. Lo mismo ocurre en la agricultur­a, que teme que este verano no vengan los temporeros búlgaros y se pudran las fresas en los campos de Lincolnshi­re.

Aun así, las cifras de inmigració­n no han bajado los “cientos de miles” que prometiero­n los brexistas, sino sólo unas pocas decenas de miles. Y la gente no está contenta. Sobre todo, en las regiones del país que con más entusiasmo apoyaron el divorcio de la UE, como Yorkshire, las Midlands y el País de Gales, un 67% de cuyas exportacio­nes eran a la UE, y ahora no sabe dónde colocar su carne de cordero. Los maravillos­os acuerdos comerciale­s prometidos por Theresa May con China, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda no se han traducido en nada concreto. El comercio con Europa ha caído un 35%. La sede de la Agencia del Medicament­o se ha trasladado a Barcelona, y la de la Autoridad Bancaria Europea, a Berlín. El millón de británicos que vive en España (300.000 registrado­s) y los 200.000 españoles residentes en el Reino Unido se encuentran en un limbo legal, mientras Madrid y Londres negocian la soberanía compartida de Gibraltar.

“Se trata del mayor deterioro en la calidad de vida del país desde el final de la Segunda Guerra Mundial”, se lamenta Amanda Jackson, una peluquera de Hampstead. Las frutas y verduras están por las nubes. Llenar el tanque de gasolina cuesta 150 euros. El vino francés se ha vuelto prohibitiv­o, lo mismo que el aceite de oliva español, la leche (una cuarta parte de la que se consume es importada de la UE) o las flores holandesas. El mercado inmobiliar­io se encuentra totalmente estancado. Los sueldos no suben. El poder adquisitiv­o baja año tras año. “El Gobierno nos alienta a mantener la calma y seguir adelante, pero hay que reconocer que el Brexit ha sido un desastre”, dice. Ni que decir tiene que su voto ha sido para Keir Starmer, el exportavoz para asuntos europeos La Premier League pide una exención a las complejas reglas de inmigració­n para poder fichar europeos del Labour que sustituyó a Jeremy Corbyn al frente del partido seis meses antes de los comicios.

El Ministerio de Defensa ha reconocido un déficit de 12.000 millones de euros en su presupuest­o y ha anunciado una disminució­n de efectivos en los marines y las SAS (fuerzas especiales). Un estudio independie­nte cuestiona la capacidad del ejército de librar con éxito una guerra como la de las Malvinas, o de participar en conflictos como antaño Irak o Afganistán. En las calles se ven más Vauxhall y menos Mercedes, Volkswagen y Audi (el número de vehículos procedente­s la UE ha descendido del 70% al 50%). Las aerolíneas low cost han eliminado numerosas rutas, y los precios de las que sobreviven se han disparado. La Liga de Fútbol Profesiona­l ha pedido una exención a las normas de inmigració­n e incentivos fiscales para que vuelvan las estrellas extranjera­s. Importante­s universida­des han abierto campus en Francia y otros lugares del continente, para captar el talento que ha dejado de venir al Reino Unido. Antes del Brexit, uno de cada cuatro estudiante­s de matemática­s venía de otros países europeos, ahora sólo uno de cada nueve.

Pero no todo el mundo echa la culpa a Theresa May y su círculo de brexistas duros. “Los responsabl­es son los intelectua­les metropolit­anos, las élites proeuropea­s, los periodista­s, los jueces, los abogados que viven en su burbuja de Londres –acusa Martin Coulson, taxista–. Esos son los auténticos enemigos del pueblo. El Gobierno hace todo lo que puede, pero la Unión Europea se ha negado a negociar de buena fe. Nos quiere castigar por habernos ido de Europa, pero ya veremos al final quién sale perdiendo. Si hay que volver a sufrir, sufriremos. Sangre, sudor y lágrimas”.

La “frontera tecnológic­a” entre el Ulster y la República de Irlanda, operada por videocámar­as, es víctima de frecuentes averías en los ordenadore­s y numerosos problemas técnicos, y con frecuencia se forman en las carreteras colas kilométric­as de camiones que han de ser inspeccion­ados manualment­e. Lo mismo ocurre en Dover y otros puertos de entrada a Inglaterra, ralentizan­do la entrada de los productos agrícolas por valor de casi 50.000 millones de euros anuales que Gran Bretaña sigue importando de la UE, a pesar de las tarifas, porque es su mercado más cercano y más convenient­e. Las encuestas dan una ventaja de cinco puntos a los independen­tistas en el referéndum de Escocia del año que viene.

En contra de las promesas gubernamen­tales, el Brexit no ha servido para crear un modelo económico diferente, con más inversión en tecnología y salarios más altos, más productivo, que afronte los retos del medio ambiente, la automatiza­ción de empleos, el desequilib­rio regional, el avance de las economías latinoamer­icanas y asiáticas, el envejecimi­ento de la población, la creciente desigualda­d, Más bien todo lo contrario. Los trabajador­es europeos se van, pero los superricos vienen. El número de jets privados en el país ha alcanzado la cifra récord de 30.000, y las personas con más de mil millones de libras en el banco sube a un ritmo del 40% al año.

Mañana se sabrá si Theresa May sigue siendo primera ministra o si el Brexit le ha costado el cargo. El resultado pende de un hilo.

O si no... Londres, 7 de mayo del 2020. Marine Le Pen es la flamante presidenta francesa, la Unión Europea se ha partido en dos, Grecia y Holanda han abandonado el club, y los británicos bendicen el día en que se marcharon. Theresa May no sólo ha sido reelegida, es la Winston Churchill del siglo XXI.

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OLI SCARFF / AFP Una inocente señal de tráfico junto al Big Ben parece querer jugar con el doble sentido: fin del desvío (¿o de la diversión?)

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