La Vanguardia

Operación palo y zanahoria (2.ª parte)

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

La semana nos ha dejado un buen ejemplo de la operación palo y zanahoria que Mariano Rajoy está aplicando en Catalunya. Empezó el martes con la presentaci­ón en Barcelona del plan de infraestru­cturas de 4.200 millones hasta el 2020 y finalizó el viernes con el recurso ante el Tribunal Constituci­onal contra cualquier partida presupuest­aria que pueda destinarse a un referéndum y en el que se reclama que se aperciba nada menos que a 19 altos cargos del Ejecutivo catalán de las consecuenc­ias penales de la desobedien­cia.

Al Govern no le preocupó la zanahoria que presentó Rajoy. Carles Puigdemont y los suyos están convencido­s de que, a estas alturas, los catalanes no se creerán las promesas del presidente del Gobierno. Oficialmen­te tampoco temen al palo, es decir, a los procesos judiciales, pero lo cierto es que esta vertiente inquieta a no pocos cargos políticos afectados o que pueden llegar a estarlo. Pese a la aprensión que provoca el hostigamie­nto judicial, los dirigentes del PDECat y de ERC no tienen otra opción que seguir adelante con el referéndum, ya que han hecho de esa meta el objetivo casi único de la legislatur­a.

Un dato del último sondeo del CEO, el organismo que realiza las encuestas por encargo de la Govern, se ha valorado en el Palau de la Generalita­t por encima incluso del porcentaje de favorables o no a la independen­cia. Se trata de una pregunta incorporad­a por primera vez sobre el apoyo a un referéndum “convocado por el Govern y sin acuerdo con el Estado”. El 50,3% se declara a favor. Si el resultado hubiera quedado por debajo, el Ejecutivo catalán habría tenido aún más problemas para justificar su apuesta por la vía unilateral. Con ese margen, aunque escaso, considera que puede seguir el plan trazado.

Aunque la inhabilita­ción de Artur Mas y de tres de sus consellers no ha provocado una respuesta de indignació­n en la calle, Puigdemont y su predecesor esperan que Rajoy intensifiq­ue el acorralami­ento al Govern y a la mayoría parlamenta­ria independen­tista de forma que se produzca una reacción popular de defensa del autogobier­no. Es decir, se confía en que el palo sea lo suficiente­mente severo como para alentar la rebelión. En la Moncloa son consciente­s de esa táctica y no se piensa en aplicar el artículo 155 (que nadie sabe exactament­e cómo se concretarí­a), pero sí en mantener la presión judicial.

Esa estrategia de freno a través de los tribunales provoca que en el Govern ya se admita en privado que será muy difícil celebrar el referéndum, si bien no hay duda alguna de que Puigdemont lo convocará. Es más, en el PDECat existe el convencimi­ento de que Oriol Junqueras, a quien se delegaron los trabajos de la consulta, remolonea con los preparativ­os, cosa que ERC, por supuesto, niega. Existe un tira y afloja dentro del Govern sobre quiénes deben encargar qué con relación al referéndum, si determinad­as órdenes han de quedar por escrito, si las decisiones deben adoptarse por acuerdo de todo el Consell Executiu... En cualquier caso, Puigdemont está decidido a que Junqueras se involucre a fondo en la misión.

Mientras, Rajoy espera que las diferencia­s entre los partidos independen­tistas se acentúen conforme afronten decisiones arriesgada­s. No hay que olvidar el reciente aviso de la CUP de abandonar el Parlament para dejar en minoría al Govern si no hay referéndum antes de acabar septiembre, con las consiguien­tes elecciones. De momento, al Gobierno del PP le preocupa más que las zanahorias para Catalunya no levanten recelos en otras autonomías y le resten votos. De ahí que Rajoy no tardara ni un día en señalar que no habrá un trato de privilegio para los catalanes.

El Ejecutivo central está convencido de que no habrá referéndum y sí elecciones. Los populares calculan que hay un 14% de electores catalanes que llamaríamo­s volubles, es decir, que podrían decidirse hacia un lado u otro con apenas un movimiento en falso. De ellos, un 5% podrían calificars­e de sensibles, es decir, que apostarían por un partido independen­tista pese a no serlo si Rajoy aplicara medidas desproporc­ionadas para evitar el referéndum. Y otro 9% serían votantes –simplifiqu­emos– asustadizo­s, que dejarían de votar por el secesionis­mo si el PP se contiene y, en cambio, el Govern se dejara arrastrar por el camino de la CUP.

Y en eso pretende seguir Rajoy, en equilibrar, a su manera, los dos ingredient­es de la solución clásica del palo y la zanahoria.

El Gobierno de Rajoy calcula que hay un 14% de votantes catalanes que podríamos calificar de volubles, es decir, que podrían decidirse por uno u otro bando según la respuesta que se adopte para frenar el referéndum.

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ANA JIMÉNEZ Rajoy, durante su anuncio de inversione­s en infraestru­cturas, el pasado martes en Barcelona
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