La Vanguardia

La solución no viaja en tren

- Isabel Garcia Pagan

El conseller Rull paseaba esta semana entre sus notas algo más que una lista de agravios en inversione­s en Catalunya. Se trata de un calendario eterno en el que la Secretaria de Mobilitat ha plasmado la hipotética finalizaci­ón de proyectos de infraestru­cturas comprometi­dos por el gobierno español desde la época de Zapatero y que siguen en el limbo. Proyectos para más de una generación, no por su trascenden­cia, que podría ser, sino porque es imposible verlos finalizado­s en una sola vida al ritmo frenético en que avanza la ejecución presupuest­aria. Ahí van los antecedent­es de dos de las nuevas prioridade­s de Mariano Rajoy: el plan de mejora de cercanías 2008-2015 pactado entre el anterior gobierno del PSOE y el tripartito en la Generalita­t se completarí­a en el 2067, y el corredor mediterrán­eo, en el 2041. En el 2050, estaría lista la parte financiada por el Ejecutivo central del plan de mejora viaria 2005-2012. Aunque ahí la Generalita­t también va a trancas y barrancas, concluiría su parte en el 2020, con sólo ocho años de retraso. La palma se la lleva el desdoblami­ento de vías de la R3 de Montcada a Puigcerdà, que tardaría en acabarse 230 años...

Un catálogo de incumplimi­entos de lo más sugerente para digerir la nueva carretada de promesas en inversione­s en infraestru­cturas. Quienes sostienen que la semilla del auge del independen­tismo es la sentencia del Estatut olvidan que en diciembre del 2007 Barcelona se llenó de estelades y catalans

emprenyats –700.000 según la organizaci­ón, 200.000 según las fuerzas de seguridad– por el caos de las infraestru­cturas tras 42 días de parón ferroviari­o en cercanías. La manifestac­ión llevaba por lema “Som una nació i diem prou! Tenim el dret a decidir sobre les nostres infraestru­ctures”. Se exigía no sólo el traspaso de la red de transporte­s e infraestru­cturas, sino también una financiaci­ón justa para Catalunya, la publicació­n de las balanzas fiscales y que el ejecutivo catalán recaude y gestione todos los impuestos que pagan los catalanes. Casi nada. No hubo gritos contra Zapatero ni la polémica Magdalena Álvarez –no hay mayor desprecio que la indiferenc­ia–, pero en la supuesta paz electoral y la simpatía de la ceja residía el gran error del gobierno. “Hoy por hoy no va más allá”, aseguraban entonces en la Moncloa. No era la independen­cia, pero ¿eran sólo los trenes?

Ahora, Mariano Rajoy suma a los errores de Zapatero cinco años de retraso en el diagnóstic­o, lo que aumenta el margen de error en la estrategia frente a lo que no quiere denominar problema catalán y que ha demostrado ser de lo más dinámico. En su equipo admiten que no hay solución, así que el escollo principal es que no se avanza hacia ninguna parte porque no hay confianza. Esa esperanza firme en que algo suceda o funcione de una forma determinad­a o en que otra persona actúe como tú deseas. O quizás sí. En el Palau de la Generalita­t confían en el Gobierno central. “No cumplirá”. Y en la Moncloa confían en que el histórico cainismo de las estructura­s de los partidos independen­tistas acabará por hacer descarrila­r el proceso soberanist­a. El problema viaja en tren, pero la solución no.

¿Cumplirá Rajoy? Sin cambios, el plan de Rodalies acabaría el 2067; el eje mediterrán­eo, el 2041, y la R3 pasaría 230 años en obras

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