La solución no viaja en tren
El conseller Rull paseaba esta semana entre sus notas algo más que una lista de agravios en inversiones en Catalunya. Se trata de un calendario eterno en el que la Secretaria de Mobilitat ha plasmado la hipotética finalización de proyectos de infraestructuras comprometidos por el gobierno español desde la época de Zapatero y que siguen en el limbo. Proyectos para más de una generación, no por su trascendencia, que podría ser, sino porque es imposible verlos finalizados en una sola vida al ritmo frenético en que avanza la ejecución presupuestaria. Ahí van los antecedentes de dos de las nuevas prioridades de Mariano Rajoy: el plan de mejora de cercanías 2008-2015 pactado entre el anterior gobierno del PSOE y el tripartito en la Generalitat se completaría en el 2067, y el corredor mediterráneo, en el 2041. En el 2050, estaría lista la parte financiada por el Ejecutivo central del plan de mejora viaria 2005-2012. Aunque ahí la Generalitat también va a trancas y barrancas, concluiría su parte en el 2020, con sólo ocho años de retraso. La palma se la lleva el desdoblamiento de vías de la R3 de Montcada a Puigcerdà, que tardaría en acabarse 230 años...
Un catálogo de incumplimientos de lo más sugerente para digerir la nueva carretada de promesas en inversiones en infraestructuras. Quienes sostienen que la semilla del auge del independentismo es la sentencia del Estatut olvidan que en diciembre del 2007 Barcelona se llenó de estelades y catalans
emprenyats –700.000 según la organización, 200.000 según las fuerzas de seguridad– por el caos de las infraestructuras tras 42 días de parón ferroviario en cercanías. La manifestación llevaba por lema “Som una nació i diem prou! Tenim el dret a decidir sobre les nostres infraestructures”. Se exigía no sólo el traspaso de la red de transportes e infraestructuras, sino también una financiación justa para Catalunya, la publicación de las balanzas fiscales y que el ejecutivo catalán recaude y gestione todos los impuestos que pagan los catalanes. Casi nada. No hubo gritos contra Zapatero ni la polémica Magdalena Álvarez –no hay mayor desprecio que la indiferencia–, pero en la supuesta paz electoral y la simpatía de la ceja residía el gran error del gobierno. “Hoy por hoy no va más allá”, aseguraban entonces en la Moncloa. No era la independencia, pero ¿eran sólo los trenes?
Ahora, Mariano Rajoy suma a los errores de Zapatero cinco años de retraso en el diagnóstico, lo que aumenta el margen de error en la estrategia frente a lo que no quiere denominar problema catalán y que ha demostrado ser de lo más dinámico. En su equipo admiten que no hay solución, así que el escollo principal es que no se avanza hacia ninguna parte porque no hay confianza. Esa esperanza firme en que algo suceda o funcione de una forma determinada o en que otra persona actúe como tú deseas. O quizás sí. En el Palau de la Generalitat confían en el Gobierno central. “No cumplirá”. Y en la Moncloa confían en que el histórico cainismo de las estructuras de los partidos independentistas acabará por hacer descarrilar el proceso soberanista. El problema viaja en tren, pero la solución no.
¿Cumplirá Rajoy? Sin cambios, el plan de Rodalies acabaría el 2067; el eje mediterráneo, el 2041, y la R3 pasaría 230 años en obras