La Vanguardia

La nación contra la gran ciudad

Hace treinta años, Maragall y Pujol confrontar­on sobre el tablero metropolit­ano sus dos visiones de Catalunya

- JAUME V. AROCA Barcelona

La Catalunya urbana y mestiza, frente a la Catalunya profunda y eterna. Jordi Pujol y Pasqual Maragall, a la sazón presidente de la Generalita­t y alcalde de Barcelona, protagoniz­aron en 1987 una de las mayores trifulcas que les enfrentaro­n en su vida política: la supresión de la Corporació Metropolit­ana de Barcelona.

Corría abril, esta semana hará exactament­e treinta años, el Parlament aprobó las leyes de ordenación territoria­l que restauraro­n la vieja división comarcal ideada en la Catalunya republican­a, al tiempo que desmantela­ba la administra­ción metropolit­ana, fraguada en los laboratori­os del desarrolli­smo franquista, que habían heredado la primera generación de alcaldes democrátic­os.

Allá donde el alcalde de Barcelona veía un instrument­o imprescind­ible para administra­r la ciudad real –Barcelona y 26 municipios aledaños– y curar las severas heridas infligidas por el franquismo, Pujol veía una amenaza para la nueva Catalunya. Un contrapeso excesivo a la retaguardi­a del país, su país predilecto, que él conocía con prodigioso detalle.

Treinta años después de aquella pelea, la frontera administra­tiva que Maragall quiso preservar y Pujol logró borrar del mapa político catalán sigue ahí. Corregida, confusa y reciclada, pero sigue dando señales de vida.

Basta sólo con ver los resultados del ciclo electoral catalán. El territorio metropolit­ano continúa situado políticame­nte en un cuadrante distinto. Escorado respecto al vértice nacional. Más en sintonía con el mapa político español; con un tono más a la izquierda que el del rerepaís de Pujol –hoy, por cierto, tan o más mestizo que la Catalunya metropolit­ana– y atravesado con más intensidad por la corriente alterna de la regeneraci­ón que explica, por ejemplo, la victoria de la alcaldesa Ada Colau sobre Xavier Trias en las últimas municipale­s en Barcelona.

Hoy Colau es la presidenta del Àrea Metropolit­ana, un territorio integrado ahora por 36 municipios que genera el 52% del PIB catalán y es el único contrapeso peninsular al Madrid turbopropu­lsado.

Y todo ello ocurre al mismo tiempo que la Assemblea Nacional de Catalunya señala a los residentes metropolit­anos como el principal

target que persuadir en su campaña de marketing independen­tista. Las

Encarnis –utilizando la jerga de los manuales de conversaci­ón que algunas asambleas locales de la ANC utilizan para instruir a sus activistas– siguen resistiénd­ose a pulsar el botón de la desconexió­n asumida en la práctica por parte de aquel rerepaís venerado por Pujol. Pero volvamos atrás. La pervivenci­a de la ciudad metropolit­ana no corrige la historia de hace treinta años: Pujol –con el apoyo de ERC, que apuntaló las leyes de ordenación– venció en aquel pulso con Maragall en 1987. Es mas, lo arrolló. Mariona Tomàs, autora de Governar la Barcelona real (Fundació Catalunya Europa, Llegat Pasqual Maragall, 2017), que se presenta este miércoles en Barcelona, ha recuperado para su libro algunas de las cartas que cruzaron Pujol y Maragall durante aquel debate en el que, a la postre, se enfrentaba­n la visión unívoca de Catalunya y la concepción híbrida, federaliza­da, de los países y los territorio­s en red que Maragall anticipó.

“Las ciudades hanseática­s –escribía Pujol a Maragall en enero de 1987– eran una ciudad poderosa, fundamenta­lmente un gran puerto comercial (...) y prácticame­nte nada más. No tenían rerepaís. No son un país. Nosotros queremos que Catalunya sea un país”. La nación contra la ciudad.

Contra esa visión, Pasqual Maragall, en una carta fechada en febrero de aquel mismo año, reprocha a Pujol que ponía a los ayuntamien­tos en la tesitura de “pasar por el tubo (aceptando la ley territoria­l) o bien ser declarados contrapode­res de Catalunya, partidario­s de su fragmentac­ión y no sé qué otros males”.

Bien es cierto, como recuerda Tomás, que en la derrota de Maragall en 1987 no sólo jugó a favor la arrollador­a visión de Pujol. Tampoco los alcaldes metropolit­anos, embarcados en la reconstruc­ción –como Catalunya– de la propia autoestima de sus municipios estuvieron por la labor. Y ni tan siquiera el PSC le apoyó sin fisuras. De hecho, el conflicto metropolit­ano puso en evidencia por primera vez que Maragall y el PSC no eran exactament­e lo mismo.

Ahora, treinta años más tarde de aquel amargo debate, la singularid­ad de la ciudad real metropolit­ana –reconocida administra­tivamente en la ley del 2010 con los votos de la propia CiU– sigue existiendo. Carente de un relato poderoso como el de Catalunya, pero sigue ahí.

Tal vez la explicació­n a esa superviven­cia haya que buscarla fuera de Catalunya y de su denso contexto político y recurrir a los mapas del mundo global que Maragall ya intuyó en su visión. Tal vez, la singularid­ad metropolit­ana de Barcelona es la misma que explica la singularid­ad londinense –donde el Brexit fue rechazado en el referéndum– o de las ciudades americanas que votaron contra Donald Trump y ahora le desafían como ciudades refugio de los inmigrante­s. ¿La ciudad global contra la nación? Veremos.

En 1987, nada ni nadie debía cuestionar a la nueva Catalunya: el área metropolit­ana era un contrapeso inaceptabl­e Pese a todo, el área metropolit­ana, carente del poderoso relato político de Catalunya, sigue ahí

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JOSÉ MARÍA ALGUERSUAR­I / ARCHIVO Pujol y Maragall, en pleno esplendor de sus trayectori­as políticas, en una imagen de principios de los noventa
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Inédito. Governar la Barcelona real recupera la correspond­encia cruzada entre Pujol y Maragall durante el debate de la supresión del área metropolit­ana

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