Brexit, un inicio duro
LA negociación del Brexit empieza con las espadas en alto. Forma parte del manual de inicio de un trámite de separación en una pareja que ha estado unida durante 44 años, tiempo durante el cual han atesorado un legado de intereses en común cuyos devengos y beneficios es preciso repartirse con equidad. Como la ruptura no tiene marcha atrás, según argumenta Londres y asume Bruselas, unos y otros han puesto sobre la mesa las bases de partida del divorcio, que, de momento, dibujan un horizonte tormentoso.
La carta que la primera ministra británica, Theresa May, hizo llegar a la Unión Europea el pasado miércoles contenía una advertencia que no gustó en Bruselas. Para reforzar su voluntad de negociar en paralelo la marcha de la UE y el nuevo acuerdo comercial con la institución continental, May dejaba caer que “sería un error muy costoso debilitar nuestra cooperación (…) que garantiza la protección de nuestros ciudadanos”. Como quiera que, con anterioridad, la ministra del Interior británica había insinuado que Londres podría abandonar la Europol, las palabras escritas de la primera ministra tomaron una importancia capital en el despegue del Brexit.
El poder de la inteligencia británica en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado es asumido por todos como decisivo, con lo que Bruselas hizo acuse de recibo y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, contestó el viernes con el pliego de condiciones de la negociación con Londres. Primer punto: no a la pretensión británica de plantear en paralelo la salida de la UE y la construcción del nuevo marco de relación, de acuerdo con lo manifestado en diversas ocasiones por la canciller Angela Merkel, que, huelga escribirlo, se erige como la defensora de los derechos europeos. O sea, para la UE lo primero es ponerse de acuerdo en la factura que debe pagar Londres –cuantificada en unos 60.000 millones de euros–y después se hablará de acuerdos, especialmente en los terrenos financiero e industrial, en los que laCityy las empresas automovilísticas británicas tienen importantes intereses que pueden verse seriamente afectados por el Brexit.
Pero también es cierto que nadie quiere llevar las cosas al límite. Mientras Tusk repite una y otra vez que la negociación debe ser “un ejercicio de control de daños”, May lidia con el sector más partidario del Brexit duro, que le acusa de blanda, y destaca para la negociación con la UE al secretario del Exchequer, Phillip Hammond, un político partidario de una salida suave del continente. La primera ministra incluso ha dejado entrever que aceptará un periodo de transición entre el divorcio y el acuerdo comercial y que las empresas británicas deberán asumir las reglas europeas en las relaciones continentales. No hay que olvidar que Theresa May, aunque euroescéptica, hizo campaña por permanecer en la UE y que su conversión por el Brexit tiene un fondo más pragmático que de convencimiento político, por mucho que sus declaraciones puedan dar a entender lo contrario.
La batalla por un Brexit duro que se libra en el Reino Unido tiene un fondo populista y mediático que no se corresponde con la realidad de una sociedad tan madura como la británica. De ahí que, paralelamente a la carta de despedida, May declarara el europeísmo del Reino Unido y su ambición de lograr con la UE un “acuerdo de libre comercio audaz y ambicioso”. Aunque la UE no se lo pondrá fácil. Entre otras razones, porque los argumentos que han llevado al Reino Unido al Brexit pueden encontrarse también en otros países europeos, que pueden seguir el ejemplo británico. Un riesgo que Bruselas no puede correr.