El tiempo pasa, las gogós siguen
Después de almorzar el jueves en Lázaro con Lluís Agustí, un gran tipo, amigo de las noches de París, caminamos lo justo para no tener que apuntarnos a un gimnasio. Un mediodía espléndido. –Es curioso, te entra mala conciencia por disfrutar de este sol. Te sientes culpable del cambio climático...
Muchas horas después, a eso de las cuatro de la madrugada, volví a sentir esa sensación de culpabilidad tan del siglo XXI cuando cuatro muchachas vestidas de pin ups de la Costa Azul subieron a los podios del Sutton. El tiempo pasa, las gogós siguen. No frecuento el Sutton –se ligaba mucho en su primera época, divorciados y divorciadas–, pero tampoco hace daño contemplar, voyeur y sin babas, tanta energía juvenil.
De repente, y no una sino hasta tres veces, unas jóvenes se encaramaron a los podios para ser, estar y bailar. Supongo que las luces les impedían ver a la clientela que abarrotaba la pista o a los pequeños grupos de tíos que sacaron los móviles ipso facto para captar sus rostros achispados con aquellas mujeres de fondo. Iba a llamarlas “muñecas” o decir algo tan cursi como “diosas de piernas infinitas”, con ese aire desentendido del mundo y la noche, mitad complejo de superioridad, mitad “mañana a las once tengo que ir al dentista –o llamar a mi madre– y dormiré poco”.
–¿No crees que deberían también salir gogós masculinos? –Sí, sería lo propio. No es que mi amigo golfo y yo echáramos de menos la aparición de cuatro tíos musculosos –uno de ellos mulato, probablemente–, con tabletas y torsos depilados, pero nos pareció que el tren de la modernidad exigía alguna observación pro igualdad de género.
Han desaparecido “las guapas” de los podios de la Volta, las secretarias que traían cafelitos y la cortesía náutica de “las mujeres primero” y, sin embargo, en las discotecas de Tuset aún hay gogós, iconos de los sixties, que se movían más, estudiaban Letras y parecían –hoy como ayer– inalcanzables. Lo que ya no se lleva son las jaulas, los barrotes y las purpurinas en las mejillas, pero, por lo demás, se mantiene esa figura femenina de la noche.
¿Y aún se las llama gogós? Nadie lo sabía, como tampoco parecían compartir nuestra mala conciencia por la visión de unas jóvenes que se mueven poco –menos que en sus orígenes–, más bien un balanceo que marca distancias con el pueblo a sus pies.
Supusimos que las gogós deberían desaparecer de las discotecas por aquello de la cosificación –palabra a la que le estoy pillando gusto– o, al menos, como ya fue dicho, compartir protagonismo con guaperas.
Yo no creo que ser gogó suponga nada malo –aunque no sea para costear los estudios– ni merece indignación o una crisis de culpabilidad, como tampoco hay que sufrir si el sol tuesta en marzo. ¡Qué manía de crucificarnos!
Se mueven menos, van a su aire y no bailan en jaulas, pero las gogós siguen ahí, reinas en Tuset