Esos abuelos
Decía en una entrevista el actor Daniel Brühl que una de las cosas que le gustaba del barrio de Gràcia es que se puede ver a un abuelo con un niño sentados en un banco de la calle, lo que en Berlín, en donde tiene su otra residencia, no es habitual. Ahora bien, y como se denuncia a menudo, ello es consecuencia en gran parte de la difícil conciliación y de la falta de protección a la familia que obliga a echar mano de los abuelos, rallando en bastantes casos la explotación. E incluso asumiendo esta responsabilidad, observo, una cierta desconfianza en sus capacidades.
En nuestra sociedad los abuelos ya no son los sabios de la tribu. A los cambios producidos desde la escolarización masiva de la población (la escuela pasó ser la depositaria del conocimiento), habríamos de añadir el hecho que cuando se deja de ser productivo porque no se trabaja o no se ha trabajado nunca fuera del hogar, como es el caso de muchas mujeres, se pierde reconocimiento. Y a ello se añaden las exigencias de los hijos y las hijas que son a su vez víctimas de las incertidumbres de una sociedad tan competitiva como la actual, y sobresaturados de información pueden trasladar inseguridad a los abuelos forzados a seguir protocolos excesivamente pautados que los llevan a actuar como robots perdiendo naturalidad y deshumanizando la relación.
Los modelos educativos, de crianza y las modas cambian. Y en estos cambios influyen de manera exagerada la sobreoferta de métodos, productos y artilugios que aunque aparentemente hagan más cómoda la crianza, a mi modo de ver la complican más. La transmisión de la cultura familiar está desapareciendo. Y si bien es cierto que por el camino se han dejado atrás muchos atavismos se van perdiendo también otras maneras de entender el mundo.
Nos convendría no menospreciar la experiencia de los mayores que además de su esfuerzo pueden ayudar a quitar hierro a situaciones cotidianas, a no asustarse por los pequeños contratiempos (y no asustar a las criaturas) y ayudar a entender que hay cosas que se resuelven durante el crecimiento. No olvidemos que vivir es aprender que somos contingentes. Y los abuelos, aunque sea por experiencia, lo saben sobradamente.