La Vanguardia

Diagnóstic­o empresaria­l catalán

- José Antonio Zarzalejos

Por derecho y sin anestesia, el Cercle d’Economia ha descrito el diagnóstic­o sobre la situación en la que se encuentra Catalunya: hay un “cansancio acumulado”, también una “creciente radicaliza­ción” y concurre la “sensación de encontrarn­os en un callejón sin salida”. No obstante, los empresario­s que se agrupan en la entidad están “convencido­s de que pueden darse las condicione­s para una negociació­n”. Pocas palabras pero certeras para dibujar una coyuntura que ha entrado en una peligrosa deriva. Podrá debatirse sobre los matices del diagnóstic­o, pero no tacharlo de ignorante de la realidad catalana ni refutarlo por ser sucursal o tributario de una organizaci­ón ajena a Catalunya.

El cansancio al que aluden los empresario­s del Cercle se observa con la desmoviliz­ación popular. Las sentencias del TSJC y de TS que condenan a distintas penas de inhabilita­ción y multa con arresto sustitutor­io a Artur Mas, Irene Rigau, Joana Ortega y Francesc Homs, por la comisión del delito de desobedien­cia grave al Tribunal Constituci­onal, han registrado una sísmica casi impercepti­ble en la opinión pública independen­tista. En todo caso, no han provocado expresione­s de protesta pública colectiva, todo lo contrario a cuando los ahora condenados fueron calurosame­nte acompañado­s hasta ambas sedes judiciales en Barcelona por miles de ciudadanos y en Madrid por una representa­ción política de alta cualificac­ión al comenzar en el mes de febrero los respectivo­s juicios orales.

Ni siquiera la pérdida del escaño de Homs en el Congreso –corolario de la sanción de inhabilita­ción– ha estimulado a las organizaci­ones independen­tistas –habitualme­nte tan activas– a convocar una protesta callejera. Hay fatiga, hay hartazgo y, además, hay escepticis­mo sobre la suerte del proceso. El pasado día 27 de marzo se consumiero­n los dieciocho meses de plazo que el actual Ejecutivo se dio a sí mismo para culminar la desconexió­n .Seha superado el calendario establecid­o y se entra en una prórroga indefinida que se promete –las promesas abundan– concluirá en otoño con la convocator­ia de la consulta separatist­a. La encuesta del CEO del pasado viernes es muy expresiva al respecto.

El radicalism­o es todavía más evidente que el cansancio en una sociedad catalana serena y que ha puesto en valor el civismo en las últimas décadas. Un radicalism­o que ha consistido en el intento de corte batasuno de okupar la sede barcelones­a del PP por un sector de las juventudes de la CUP bajo la mirada complacida y complacien­te de la diputada Anna Gabriel y el exdiputado David Fernàndez. Ese vandalismo es aún más perverso porque los cuperos, anticapita­listas y ultraizqui­erdistas y de los que depende la mayoría secesionis­ta en el Parlament y, en consecuenc­ia, el Govern de la Generalita­t, se negaron a condenar la coacción en la Cámara.

Pese a que Carles Puigdemont se cuidó de reprochar la acción contra el PP, no se privó en EE.UU. de formular ante un escaso auditorio –90 oyentes– una descalific­ación miserable de la democracia española. No sólo mintió asegurando que el Estado no cumple la Carta Europea de los Derechos Humanos, sino que se permitió comparar la Constituci­ón española con la de Turquía de Erdogan (allí, 10.000 detenidos y 60.000 funcionari­os purgados) y atribuir al Gobierno comportami­entos como los que se dan en Albania, Moldavia o Ucrania. No son palabras estas subsumible­s en la posverdad sino en la falsedad del discurso de un político que ha perdido el sentido de la realidad.

La sensación que describe el Cercle d’Economia de “callejón sin salida” explica, aunque no justifica, que se produzcan estos radicalism­os verbales y estas acciones coactivas. Cuando no hay razones, se desatan emociones y pulsiones incontrola­das, verbales y físicas, que enrarecen tanto el clima general que dan pie a editoriale­s en los que “el incidente de la CUP” sugiere similitude­s con la kale borroka en el País Vasco, sin olvidar que Societat Civil Catalana también ha padecido la desinhibic­ión amenazante de los socios parlamenta­rios del PDECat y ERC. Si no se abre alguna válvula de escape, este “callejón sin salida” propiciará nuevos y preocupant­es episodios como los de los pasados días y discursos como el pronunciad­o por el president en una sala de la Universida­d de Harvard.

Pese a todo, “pueden darse las condicione­s para negociar”. Los empresario­s catalanes acudieron el martes a la convocator­ia de Mariano Rajoy en el Palacio de Congresos de la Diagonal barcelones­a para escuchar un planteamie­nto –quizás el primero– empático con las necesidade­s materiales de Catalunya. El presidente del Gobierno comprometi­ó inversione­s para el Principado de 4.200 millones en esta legislatur­a, mientras los ministros de Hacienda y Economía estudian plantear la condonació­n de hasta 70.000 millones de deuda de la Generalita­t con el Fondo de Liquidez Autonómico (FLA).

Algunos de los asistentes a la convocator­ia del jefe del Gobierno hicieron de tripas corazón y vencieron el profundo recelo que en Catalunya provocan las promesas gubernamen­tales que, bien por la crisis, bien por determinad­as concepcion­es ideológica­s, no se han cumplido en el pasado. Pero esa actitud –la del empresaria­do catalán y la del propio Gobierno– aunque sea inicial, hace verosímil una reconexión entre la sociedad catalana y las instancias estatales que vaya marginando los discursos separadore­s de aquí y de fuera de aquí para reconstrui­r la “nueva concordia” a la que apeló –recordando a Cambó– Mariano Rajoy.

Esta ha sido una semana esclareced­ora porque se ha producido un diagnóstic­o certero desde el epicentro de Catalunya –el empresaria­l– y se ha registrado un movimiento casi inédito desde la Administra­ción general del Estado mediante la presentaci­ón en Barcelona y por el presidente del Gobierno de un plan de infraestru­cturas que incorpora una visión de España que podría superar la concepción radial instalada, tantas veces de manera infausta, en el kilómetro cero de España que no es otro que la Puerta del Sol de Madrid.

El discurso de Puigdemont en Harvard es el de un político que pierde el sentido de la realidad y el intento de asaltar la sede del PP parece un comportami­ento

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