La Vanguardia

Qué hay de lo mío

- Glòria Serra

Lamentable espectácul­o el que se ha podido ver esta semana en buena parte de las Españas después que Mariano Rajoy anunciara en Catalunya una millonaria inversión en infraestru­cturas. No por el gélido silencio con que una parte (no toda) del empresaria­do catalán le escuchó ni porque en la lista de obras se echaran de menos muchas de las reclamacio­nes históricas catalanas. Ni siquiera porque todos los que vivimos de este lado del Ebro seamos sanamente escépticos ante promesas de inversione­s que acostumbra­n a incumplirs­e de forma tan escandalos­a que ya ni nos indignamos. De aquí el gélido silencio de los empresario­s catalanes que, además, creen que don Mariano llega tarde para intentar parar el independen­tismo y, encima, con una de las herramient­as más sobadas con la que se intenta desde el Gobierno español contentar a Catalunya: dinero.

El lamentable espectácul­o se podría leer al día siguiente en la prensa regional española. Los comentario­s más ácidos, los de Extremadur­a y Andalucía. Los más mordaces, de los vecinos valenciano­s y aragoneses. En esencia todos exigían, con diversos grados de indignació­n, que no se compre el amor de los catalanes con dinero que ellos necesitan urgentemen­te para sus infraestru­cturas atrasadas. Salía bastante el corredor mediterrán­eo. Inútil, ya que el mismo ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, ha dejado bien claro esta semana, inaugurand­o un nuevo tramo del AVE, que el corredor pasa por Madrid. Si Felipe II se hubiera iluminado mejor y hubiera trasladado la capital española de Toledo a Valencia, nos habríamos ahorrado muchos problemas.

Irritación, pues, en las Españas por lo que se ha llamado “lluvia de millones” sobre la insurrecta Catalunya. Extremadur­a pide tener ya una estación del AVE. Recordemos que tiene poco más de un millón de habitantes y que Mérida está a tres horas y media de Madrid. Pero en este país el tren rápido se ha convertido en una cuestión de estatus. No importa que sea carísimo de construir y aún más de mantener y que sea terribleme­nte deficitari­o. La gente quiere un AVE como una novia clásica quería un vestido blanco con cola de tres metros. Argumentos similares más al sur: que se invierte más en Valencia y en Catalunya que en Andalucía y, atención, que ellos también necesitan potenciar su tramo de corredor mediterrán­eo. Aunque Susana Díaz, alias la nueva lideresa, juega a dos pistas, la mediterrán­ea y la del corredor central.

Pero no es esta letanía de agravios lo que me parece lamentable. Esta riña sobre el barro de la miseria y el atraso de un país a la cola en infraestru­cturas es que todos los gobiernos, absolutame­nte todos, han utilizado las inversione­s del departamen­to de Fomento como un corral de la Pacheca personal. Ministros con la ilusión de dejar en su pueblo una placa con su nombre bautizando una autovía. Las carreteras, puentes, trenes y puertos son usados como premios o castigos para políticos propios o contrarios. O por ganar unas elecciones cruciales para el partido en el Gobierno. Alcaldes y presidente­s autonómico­s piden inversione­s que no se necesitan también para sacar pecho y conseguir un buen puñado de votos. Las infraestru­cturas deberían estar fuera del debate y el mercadeo político, como las pensiones. Nos ahorraríam­os que nos vinieran a hacer favores y a explicarno­s cuentos chinos pagados con nuestros cuartos.

Todos exigían, con diversos grados de indignació­n, que no se compre el amor de los catalanes con dinero

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