Iglesia y progreso del pueblo
El domingo de Pascua de 1967, ahora hace 50 años, fue promulgada la encíclica Populorum progressio de Pablo VI. Aquella encíclica tuvo una gran resonancia mundial, como manifestación de compromiso de la Iglesia con el progreso de los pueblos y de la sociedad. Vale la pena releerla: su lucidez crítica y su energía espiritual invitan todavía hoy. La Iglesia afirmaba su voluntad de compromiso, de incidencia pública, de conciencia activa, de apoyo a muchas inquietudes e iniciativas para resolver problemas sociales y espirituales de la sociedad.
Esta efeméride nos hace preguntar por el papel de la Iglesia en Catalunya hoy. Los tiempos han cambiado mucho, algunos problemas persisten en formas diferentes y han aparecido otros, impensables entonces, a causa de un cambio social empujado por una aceleración histórica única, tan vertiginoso que invita a seguir siempre la última novedad sin prestar atención a las consecuencias. A pesar de estas nuevas dinámicas, la disposición de la Iglesia a participar en la sociedad y la ilusión de hacerlo tiene que continuar viva, como nos lo recuerda la reciente Laudato si’, tan bien sintonizada con la actualidad.
Dentro de este contexto, no podemos ignorar algunos retos y carencias de la Iglesia en Catalunya: de una parte, la continuada reducción de sus feligreses y, de otra, un proceso de marginalidad y de marginación (marginalidad, porque a pesar de la abundancia de instituciones propias, su punto de vista ha ido quedando ausente del debate de ideas en la sociedad y en las instituciones políticas; marginación, porque es menospreciada y, no pocas veces, su realidad injustamente deformada en los medios de comunicación, desde ideologías contrarias).
Hay muchas personas que se definen como católicas, pero que se mantienen muy o poco alejadas de la Iglesia, sobre la cual tienen dudas, o incluso críticas importantes. Son los “católicos pero no demasiado”, que constituyen el 40% de la población de Catalunya, el grupo más numeroso. Están bautizados pero su identidad religiosa es débil. A pesar de su importancia, la institución eclesial se limita a abrir las puertas de las iglesias y esperar que entren, en lugar de ir, como hacía Jesús, a su encuentro. Es necesario interesar, motivar y recuperar la raíz espiritual, comunitaria, social y cultural que supone el bautismo. Para alcanzarlo hace falta que todos (seglares, religiosos y sacerdotes) testimoniemos mejor y con más entusiasmo y eficacia la fe en Jesucristo y el fermento de su palabra: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. También tenemos que ser mes consecuentes con el último gran mandato de Jesús: “Id, pues, a todos los pueblos y hacedlos discípulos míos, bautizándolos en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo aquello que os he mandado. Yo estoy con vosotros día tras día hasta el fin del mundo”.
En otro orden de cosas, hay que afirmar que sería un buen servicio a la sociedad, incluso una necesidad, que los cristianos nos comprometiéramos más en la creación de pensamiento, en la discusión de las leyes, en la aportación de iniciativas sociales, en la incidencia en las instituciones políticas y sociales, en la producción artística y literaria, en la reflexión filosófica y periodística, en la comunicación pública desde aquello más vital y profundo de la experiencia cristiana. Si no lo hacemos, dejamos desatendida una parte de la sociedad en el debate democrático, económico y político, y en el campo de la cultura (en el campo social, la acción de la Iglesia es muy rica y bastante reconocida), y facilitamos que las leyes, de manera explícita o implícita, dejen de lado los valores cristianos.
Tendríamos que reflexionar juntos, también los que no participan de la dimensión cristiana, sobre esta frase de Jurgen Habermas: “En las sociedades modernas sólo aquellas que puedan introducir en los recintos de lo profano contenidos esenciales de las tradiciones religiosas, que salen de lo meramente humano, podrán salvar también la sustancia de lo que es humano”.
Los cristianos se tendrían que comprometer en la discusión de las leyes, en iniciativas sociales, en las instituciones y en la comunicación pública