Pensar la complejidad
Colaborador de este diario durante décadas, desde finales de los años sesenta hasta el 2010, los artículos de Salvador Pániker han ilustrado a los lectores sobre temas diversos y han traído a estas páginas los grandes debates internacionales del pensamien
Una sociedad postindustrial sólo es humana y eficaz si recupera valores preindustriales
La quiebra vertiginosa de los sistemas de la Europa del Este, la inaplazable dialéctica Norte-Sur, la crisis de las soberanías nacionales, el declive de los totalitarismos, el reconocimiento general de la mentalidad ecológica, la caducidad de los conceptos políticos de derecha e izquierda, y así sucesivamente, todo remite a una indispensable “manera nueva de pensar”. A unos nuevos hábitos epistemológicos esencialmente relacionados con el fenómeno de la “complejidad”. Nuevos hábitos epistemológicos inspirados ya mucho más en las ciencias duras que en las ciencias blandas. Ante todo, el llamado pensamiento “sistémico” o también cibernético —aunque ambos conceptos no sean del todo intercambiables—. Pongamos ejemplos de aplicación. Dialéctica NorteSur. Hay que entender que ningún decreto ordenando la regulación de la natalidad en los países subdesarrollados podrá tener eficacia por sí mismo. Sólo cuando las mujeres del tercer mundo, responsables mayoritariamente de las faenas agrícolas, posean autonomía económica comenzará a disminuir la curva demográfica. Porque habrá nacido un nuevo margen de autorregulación. Porque ellas, las mujeres, decidirán por sí mismas. Autorregulación es concepto esencialmente sistémico/cibernético, y ya digo que sin herramientas intelectuales de esta índole apenas se entiende lo que ocurre –y apenas se puede incidir en lo que pueda ocurrir– dentro del mundo actual. Otro ejemplo relacionado con la dialéctica Norte-Sur: los europeos tal vez consiguen aliviar su mala conciencia regalando sus excedentes alimentarios al tercer mundo; pero al tercer mundo ello le sirve de muy poco. Como lo ha explicado el doctor Swaminathan, esos excedentes gratuitos hacen bajar los precios en los países que los reciben, produciendo a veces la ruina del campesinado local, con lo cual disminuye su estímulo y, finalmente, su producción. Pensamiento sistémico/cibernético, ecología, retroprogresión, todo concurre. Pasado y
futuro entran en una relación muy intrincada; tecnología y tradición se implican de manera nueva y recursiva. Por poner otro ejemplo de actualidad: el inmenso fracaso de una agricultura socializada, al estilo soviético, procede de haber ignorado que la agricultura sólo funciona bien en régimen de propiedad privada –e, incluso, en régimen de pequeña propiedad privada–. Ahora bien, la propiedad privada es un concepto esencialmente agrícola. Karl Marx quiso suprimirla porque tenía una mentalidad exclusivamente industrial. Porque era víctima de la ideología del progreso sin tener en cuenta el retroprogreso , el avanzar simultáneamente hacia el futuro y hacia el pasado. Pero hoy hemos descubierto que una sociedad postindustrial sólo es humana y eficaz cuando recupera, precisamente, valores convivenciales preindustriales. Pensar la complejidad es descubrir esa complejidad donde antes sólo veíamos simplismo. Decía Durkheim que no se puede deducir la sociedad del individuo porque no se puede deducir lo complejo de lo simple. Hoy lo vemos de otro modo: lo supuestamente simple (el individuo) es tan complejo como lo complejo (la sociedad). Lugar de encuentro de mil instancias diferentes (ecológicas, culturales, genéticas, históricas, ideológicas, etcétera), el individuo es, como mínimo, tan complicado como cada una de esas instancias. (Naturalmente, la mayoría de los individuos son
sólo caricaturas de su latente complejidad; pero esa es otra cuestión.) El caso es que un principio holográfico (“El todo en cada una de sus partes”) atraviesa el universo, lo somete a una dialéctica nueva, una dialéctica de autonomías. Pensar la complejidad implica repensar lo político, entre otras mil cosas que repensar. Mencioné antes la caducidad, al menos semántica, de los conceptos de derecha e izquierda. (Creo que está superada ya la época en que a quien hacía tal aseveración le catalogaban, automáticamente, como de neoderecha.) Se trata de una distinción heredada del siglo XIX, de cuando se oponían los principios de libertad y autoridad, los derechos del individuo y las coacciones del poder. Pero sucede que hoy las posturas casi se han invertido; o, mejor dicho, se han entremezclado. El liberalismo, que fue de izquierdas en el siglo pasado, ¿a quién pertenece ahora? Los sentimientos patrióticos, que fueron un invento de la revolución francesa, ¿quién los invoca hoy? El nuevo liberalismo se apoya, ante todo, en las ciencias exactas. Si se defiende el mercado como mecanismo autorregulador es porque se piensa que el mercado es un mecanismo más sofisticado que cualquier ordenador central. Pero el mercado, ¿lo resuelve todo?, ¿es de derechas, es de izquierdas? Es un hecho que en los coloquios interdisciplinarios que se convocan en el mundo actual se producen los más extraños emparejamientos. Citaré a bote y voleo. Hay un cierto denominador común entre el “enfoque sistémico” de Edgar Morin, el “orden social espontáneo” de Von Hayek, los “sistemas autopoiéticos” de Varela y Maturana, las “estructuras disipativas” de Prigogine, el “orden a partir del ruido” de Von Foerster, el “constructivismo” de Paul Watzlewick. ¿Qué tienen en común, políticamente hablando, todos estos autores? Difícil precisarlo. Su lugar de encuentro no es político, sino epistemológico: todos ellos —de derechas ode izquierdas— participan en un esfuerzo compartido por pensar la complejidad. Y esa es la cuestión.