La Europa sufriente
A la tetralogía de Wajdi Mouawad titulada La sang de les promeses le faltaba Boscos, el último eslabón de una cosmovisión impresionante. La conciencia de ser el final de un itinerario esencial sobre el dolor humano, tejido entre Oriente y Occidente, ha cargado sobre Boscos la necesidad de no dejar nada para explicar, sobre todo con respecto a la causa del dolor personal y colectivo que se implanta, reiterada e implacablemente, en las guerras. Sin embargo, Boscos empieza en el momento que Europa conoce el episodio de distensión más importante de todo el siglo XX: la caída en 1989 del muro de Berlín. Mouawad, sin embargo, se apresura a poner el foco, no en la política, sino en unas personas y unos hechos que estarán presentes en la base del relato colosal –cuatro horas de representación– de unos personajes y unas familias que harán de la esperanza la razón de su existencia. Y en este punto inicial, el espectador asiste a la celebración de un nacimiento próximo: el de la criatura hija de Aimée (Cristina Genebat) y de Baptiste (Xavi Ricart), personajes clave de la obra.
La esperanza en el mañana, el autor la expresa de una manera reiterativa, casi cómica: una mujer entra en escena, se distrae un momento y... ya está embarazada. Exagero hasta el puro disparate, evidentemente. Pero el anuncio de un nuevo embarazo es un recurso que el dramaturgo libanocanadiense usa continuamente, de forma desacomplejada; y sospecho que lo hace a fin de que el espectador se dé cuenta de esta corriente subterránea de optimismo que nunca acaba de desfallecer del todo, de una corriente que escriben siete generaciones de mujeres, que, al fin y al cabo, habrán sido el ejemplo sufriente que ha asegurado la supervivencia de la especie en las condiciones que Europa ha conocido en 1871, en 1917, en el periodo 1936-1945 y hasta el 2006. La manía vitalista de Wajdi Mouawad queda rubricada en el último minuto de Boscos. Es una clausura formidable a cargo de Loup (Clara de Ramon), hija de Aimée, y que sería, pienso, mucho más conmovedora si la actriz la memorizara en vez de leerla.
El nombre del personaje juvenil no es ningún capricho onomástico. El autor ha hecho revivir una cierta conciencia roussoniana, imaginando un mundo feliz en plena naturaleza silvestre, donde convivirían armónicamente humanos y animales, aunque sólo lo apunta Clara de Ramon en un joven lobo, con mucha agresividad verbal, Léonie (Màrcia Cisteró) y Edmond “el jirafa” (Xavier Ripoll), una figura inquietante de la cual al actor hace una espléndida creación.
No hay duda de que Boscos es la obra más compleja del itinerario de la tetralogía La sang de les promeses, iniciada hace años con el inolvidable Incendis. La Perla29 y su director Oriol Broggi alcanzan aquí la cumbre de su madurez dramatúrgica y, por lo tanto artística, en todas las disciplinas que confluyen en la acción teatral. El director ha asumido la responsabilidad de diseñar el espacio escénico, haciendo de la nave gótica de la Biblioteca de Catalunya uno de los territorios dramáticos más holgados conseguidos hasta ahora. El espectáculo disfruta también de un reparto de primera con actores tan destacados como Ramon Vila, siempre eficiente, y Marc Rius, además de los citados, y con un conjunto de actrices impecables (Marissa Josa y Carol Rovira, con las mencionadas) y el feliz reencuentro de Cristina Genebat como intérprete dotada de una fantástica expresividad.