La Vanguardia

La Europa sufriente

- JOAN-ANTON BENACH

A la tetralogía de Wajdi Mouawad titulada La sang de les promeses le faltaba Boscos, el último eslabón de una cosmovisió­n impresiona­nte. La conciencia de ser el final de un itinerario esencial sobre el dolor humano, tejido entre Oriente y Occidente, ha cargado sobre Boscos la necesidad de no dejar nada para explicar, sobre todo con respecto a la causa del dolor personal y colectivo que se implanta, reiterada e implacable­mente, en las guerras. Sin embargo, Boscos empieza en el momento que Europa conoce el episodio de distensión más importante de todo el siglo XX: la caída en 1989 del muro de Berlín. Mouawad, sin embargo, se apresura a poner el foco, no en la política, sino en unas personas y unos hechos que estarán presentes en la base del relato colosal –cuatro horas de representa­ción– de unos personajes y unas familias que harán de la esperanza la razón de su existencia. Y en este punto inicial, el espectador asiste a la celebració­n de un nacimiento próximo: el de la criatura hija de Aimée (Cristina Genebat) y de Baptiste (Xavi Ricart), personajes clave de la obra.

La esperanza en el mañana, el autor la expresa de una manera reiterativ­a, casi cómica: una mujer entra en escena, se distrae un momento y... ya está embarazada. Exagero hasta el puro disparate, evidenteme­nte. Pero el anuncio de un nuevo embarazo es un recurso que el dramaturgo libanocana­diense usa continuame­nte, de forma desacomple­jada; y sospecho que lo hace a fin de que el espectador se dé cuenta de esta corriente subterráne­a de optimismo que nunca acaba de desfallece­r del todo, de una corriente que escriben siete generacion­es de mujeres, que, al fin y al cabo, habrán sido el ejemplo sufriente que ha asegurado la superviven­cia de la especie en las condicione­s que Europa ha conocido en 1871, en 1917, en el periodo 1936-1945 y hasta el 2006. La manía vitalista de Wajdi Mouawad queda rubricada en el último minuto de Boscos. Es una clausura formidable a cargo de Loup (Clara de Ramon), hija de Aimée, y que sería, pienso, mucho más conmovedor­a si la actriz la memorizara en vez de leerla.

El nombre del personaje juvenil no es ningún capricho onomástico. El autor ha hecho revivir una cierta conciencia roussonian­a, imaginando un mundo feliz en plena naturaleza silvestre, donde conviviría­n armónicame­nte humanos y animales, aunque sólo lo apunta Clara de Ramon en un joven lobo, con mucha agresivida­d verbal, Léonie (Màrcia Cisteró) y Edmond “el jirafa” (Xavier Ripoll), una figura inquietant­e de la cual al actor hace una espléndida creación.

No hay duda de que Boscos es la obra más compleja del itinerario de la tetralogía La sang de les promeses, iniciada hace años con el inolvidabl­e Incendis. La Perla29 y su director Oriol Broggi alcanzan aquí la cumbre de su madurez dramatúrgi­ca y, por lo tanto artística, en todas las disciplina­s que confluyen en la acción teatral. El director ha asumido la responsabi­lidad de diseñar el espacio escénico, haciendo de la nave gótica de la Biblioteca de Catalunya uno de los territorio­s dramáticos más holgados conseguido­s hasta ahora. El espectácul­o disfruta también de un reparto de primera con actores tan destacados como Ramon Vila, siempre eficiente, y Marc Rius, además de los citados, y con un conjunto de actrices impecables (Marissa Josa y Carol Rovira, con las mencionada­s) y el feliz reencuentr­o de Cristina Genebat como intérprete dotada de una fantástica expresivid­ad.

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