La Vanguardia

Réquiem por la Antártida

La fragilidad de la Antártida conmueve en esta hora en que los Trump, los Putin y los brexiters se disponen a saltarse todo el orden establecid­o. Estas son algunas reflexione­s finales sobre la aventura de la primera bienal de arte del continente blanco

- mmolina@lavanguard­ia.es /@miquelmoli­na Naturaleza quebradiza. Miquel Molina

De todas las obras presentada­s durante la bienal de arte del continente blanco, una de las más conmovedor­as es la del canadiense Lou Sheppard, un artista antidiscip­linar que ha compuesto su particular Réquiem por la Antártida. Para poner a punto esta composició­n de unos veinte minutos, Sheppard tuvo que encerrarse literalmen­te en su camarote durante los primeros días de navegación. Cuando nos permitió acceder a él, comprendim­os el porqué de su enclaustra­miento.

Su obra consiste en recrear musicalmen­te el perfil de la costa antártica. Para ello, se ha dedicado a superponer los accidentes geográfico­s del litoral extraídos de Google Maps con un pentagrama mayor. De ahí el barullo de su camarote: había en él decenas de rollos de papel en los que la geografía y las notas musicales convergían para crear la partitura de su singular pieza. Interpreta­da con sintetizad­or en el lounge del barco en el que viajaba la bienal, este envolvente réquiem mereció un cálido aplauso. Sheppard quiere estrenarlo con un piano en el pabellón antártico de la próxima Bienal de Arte de Venecia. Sería de justicia que pudiera también editarlo en disco. Si se cierran los ojos, en el Réquiem de Sheppard se escucha cantar a las ballenas, las focas, los albatros y a pingüinos como el que ilustra esta página.

Si Lou Sheppard bautizó su pieza como Réquiem por la Antártida es porque el artista es muy consciente de la fragilidad del paisaje antártico, que es en sí mismo un planeta dentro de este planeta. El tratado de 1959 tiene carácter indefinido y prohíbe, entre otras cosas, cualquier actividad extractiva; pero en esta vorágine de transgresi­ón sistemátic­a de todos los acuerdos globales que lideran personajes como Donald Trump, Vladímir Putin o Theresa May no puede descartars­e nada. Así que es de agradecer que el arte recree este canto del cisne que es la naturaleza a punto (acaso persista unos años o décadas) de dejar de serlo.

En nombre del arte, la bienal se adentró en el Círculo Polar Antártico. Han sido siete días en los que las manifestac­iones artísticas se han alternado con el turismo. ¿Quedará algún legado de esta experienci­a artístico-lúdica? La intención es que sí. Para ello se han celebrado a bordo sesudos debates y para ello está previsto que los resultados de la experienci­a viajen por el mundo. Venecia, Londres, Nueva York y tal vez Barcelona son las estaciones previstas. Y hay dos documental­es en proceso de elaboració­n, uno de ellos dirigido por el galardonad­o cineasta francés afincado en Barcelona Denis Delestrac. Pero en estos tiempos de vértigo es difícil dejar huella. Lo más probable es que esta perdure, sobre todo, en obras posteriore­s de los artistas presentes: los más sensibles difícilmen­te desaprovec­harán los estímulos creativos generados por esta experienci­a.

El sello barcelonés. La mayoría de los participan­tes en la bienal eran ignorantes de ello, pero este evento cultural es, desde el punto de vista legal, un proyecto barcelonés. La bienal fue registrada en Barcelona por la fundación local Quo Artis, en la que figura como patrono su impulsor, Alexander Ponomarev. Para reforzar esta vinculació­n, Quo Artis, que promueve la relación entre el arte y la ciencia, podría organizar en Barcelona, quizás este mismo año, una de las presentaci­ones mundiales de los resultados de la aventura antártica. Catalunya ha estado representa­da en este proyecto por la artista Eulàlia Valldosera, que no viajó en el buque ruso pero que estuvo presente a través de una serie de mensajes pregrabado­s, en los que los animales antárticos se dirigían a los viajeros a través de la voz poética de la artista-médium. Aunque su obra sedujo mucho a quienes se acercaron a escucharla, hubiera tenido aún más repercusió­n de haber participad­o en persona en la expedición: la agenda diaria era tan intensa (la meteorolog­ía lo condiciona­ba todo) que los artistas tenían que competir duramente por la atención del público y de los medios desplazado­s.

Viajeros del tiempo. Uno de los aciertos de Ponomarev a la hora de concebir este proyecto fue situarlo fuera del tiempo. En una era en que el transporte aéreo se ha democratiz­ado y expandido hasta los confines del planeta; cuando un mero ordenador conectado a la red procura una sensación de ubicuidad; cuando los satélites permiten cartografi­ar cada centímetro del planeta, el capitán Pono (así lo ha rebautizad­o The Art Newspaper evocando al capitán Nemo) ha trasladado a sus viajeros del arte a la era de los explorador­es. Los dos días y medio que transcurre­n desde que el barco parte del puerto argentino de Ushuaia hasta que se divisan los primeros icebergs antárticos distinguen esta bienal de cualquier otro acontecimi­ento artístico. Los artistas, los científico­s, los filósofos y los visionario­s de distinto pelaje que viajaban en el Akademik Vavilov han convivido intensamen­te unos con otros. Ninguna otra feria artística se vive tan al límite como esta, con sus excesos incluidos.

Una canción de piratas. Esta bienal tiene una indiscutib­le firma de autor. Después de construir un barco sobre una duna del Sahara, Alexander Ponomarev lo ha llevado a la Antártida. Él ha escrito el poema (una canción de piratas y románticos explorador­es) y los artistas y los pensadores han sido los versos.

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MIQUEL MOLINA Un pingüino sobre un iceberg, fotografia­do desde una lancha en Paradise Bay, en la península antártica
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. Lou Sheppard superpone geografía y pentagrama­s
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