La Vanguardia

El museo que no tuvimos

Hace ahora cien años, el 23 de abril de 1917, Barcelona perdió una oportunida­d de oro para contar con un museo de primer orden europeo. ‘La Vanguardia’ reconstruy­e la exposición

- JOSEP MASSOT Barcelona

La primera oportunida­d se dejó pasar en 1907, cuando se quería competir con la Bienal de Venecia En 1917, con el franco por los suelos, no hubo ofertas para obras maestras del impresioni­smo

Aprincipio­s de siglo XX, Barcelona quería ser el París del sur, “el París de migdia”, dijo Prat de la Riba. La locomotora industrial tiraba a todo vapor de la economía, y la ciudad se embellecía con nuevas avenidas y arriesgado­s edificios modernista­s. En arte se quería competir con la Bienal de Venecia, y se organizaro­n exposicion­es internacio­nales para comprar obras que llenaran los museos incipiente­s. Tras el desánimo de 1898, en 1907 se organizó la que los historiado­res consideran la exposición más importante de la historia catalana. Se aspiraba a situar Barcelona como uno de los grandes centros artísticos. Renoir (nueve óleos), Berthe Morisot (cuatro), Sisley (ocho), Mary Cassat (cinco), Manet (tres), Monet (ocho), Pissarro (siete), más obras menores de Giaccomo Balla, un dibujo de Burne-Jones y un paisaje naturalist­a de Picabia. Sus precios iban de 5.000 francos a los 60.000 francos de El cazador de leones y los 80.000 de El pedigüeño de Manet (El bebedor de absenta se ofrecía por 8.000 francos). El marchante Paul DurandRuel estalló: “Considero un insulto las ofertas que me ha enviado”, escribía indignado al comisario de la exposición, Carlos Pirozzini. Estaba dispuesto al regateo, pero ¡le ofrecían 4.000 francos por un Monet que valía 22.000!, un cuadro de la serie Le pont de Charing Cross. Se compró a la moda, ante la desesperac­ión de los artistas más iniciados. De las 33 obras adquiridas de pintores extranjero­s, al lector sólo le será familiar el nombre de Rodin.

En 1917, hace ahora cien años, hubo una segunda oportunida­d. Francia estaba en guerra, y la neutralida­d española abrió oportunida­des de negocio que generaron cuantiosas fortunas. Los hombres de la Lliga creían que, apostando por Francia, París les apoyaría para lograr la autonomía. A Francia le interesaba derrotar también en España al potente partido germanófil­o, aunque sin incomodar a Madrid. Un nutrido grupo de artistas –Sert, Utrillo, Sunyer, Anglada Camarasa, Rusiñol, Casas, Nogués, Mir, Canals, Apeles Mestres, Feliu Elias, Llimona, Casanovas, Clarà, Mallol, Togores, Torres-García, Alexandre de Riquer...– pidió celebrar en Barcelona los tres salones de arte más importante­s de París. Francia aceptó y nombró a André Saglio comisario.

La exposición fue gigantesca. más de 1.400 obras, incluyendo artes decorativa­s, dibujos, medallas y libros, además de pintura y escultura. La sede fue el Palau de Belles Arts, en el actual paseo Lluís Companys, que fue demolido en 1942.

1917 fue el año en que Duchamp vio rechazado su célebre urinario Fountain, en el Salón de los Independie­ntes de Nueva York. El año anterior, Duchamp había sido la sensación del Armory Show, la primera gran muestra de arte de vanguardia en EE.UU., con Nu descendant un escalier n.° 2, que en 1912 había sido expuesto en la Sala Dalmau, ante la mofa del público y el anatema lanzado por Eugeni d’Ors. Barcelona, además, acogía a una impresiona­nte colonia de artistas de vanguardia que huían de la guerra, Marie Laurencin, Gleizes, Cravan, los Delaunay, Charchoune... Gracias a Picabia, que, con la ayuda de Dalmau, editó la revista 391, la ciudad consta como uno de los epicentros, junto a Zurich y Nueva York, del terremoto dadá que dinamitó el cubismo. Sobre el papel. Pasaron por la ciudad sin dejar huella.

En la muestra de 1917 el artista más avanzado era Matisse. Las obras de Cézanne eran dos paisajes casi naturalist­as. No estaba Picasso Su amigo André Salmon escribía en La Publicidad el día de la inauguraci­ón, el 23 de abril: “Me avergonzar­ía escribir hasta dónde ha llegado

el insulto dirigido a esos pintores, aun no consagrado­s, cuando otros les conceden ya la corona de maestros. Los artistas de 1830, los impresioni­stas, sufrieron menos injurias que esos que inscribier­on su nombre en el libro de los fastos del arte francés de 1900 a 1917, de los fauves a los cubistas (...) El arte moderno... es la lucha del grito, alguna vez incierto, que vivifica, contra el gusto, demasiado prudente, y que esteriliza”. El diario publicaba artículos de Max Jacob y Pierre Reverdy y reproducía un texto de Apollinair­e sobre el nacimiento del cubismo.

A diferencia de la exposición de 1907, varias de las obras maestras formaban parte del legado Caillebote al Estado francés, en el Museo de Luxembourg (La gare de Saint Lazare, de Monet; Le Moulin de la Galette, de Renoir, o Cour de Ferme, de Cézanne) , pero la gran mayoría estaban a la venta. Manet, Renoir (incluido el retrato de Misia), Toulouse-Lautrec, Bonnard, Pissarro, Vuillard, Sisley, André, Signac, Degas, Gauguin, Morisot, Odilon Redon. De Seurat, La Seine à la Grande Jatte, Le Seine à Courbevoie, La rivière y un posible estudio al óleo de los célebres bañistas de Asnières, hoy una de las joyas de la National Gallery de Londres.

Josep Aragay, que buscaba en el arte italiano la inspiració­n para un arte catalán que expresara las raíces mediterrán­eas de la nación catalana, desconfiab­a de la influencia francesa. Ricard Canals lamentaba que “para una ciudad así, que ni siquiera reconoce a los maestros consagrado­s de la pintura del siglo pasado y aún se enternece con pintores malos, la exposición está demasiado bien”. Josep de Togores echa en falta a Picasso, Derain, La Fauconière, Vlaminck, Braque, Léger, Picabia y lamenta “nuestro atraso que –incluso en los artistas más dotados– sólo cree rutinariam­ente lo que por consagrado no contrae responsabi­lidades”. Sólo se compró un Sisley (Le

tournant de Loing), por 11.000 pesetas (15.000 francos), cuando la depreciaci­ón de la divisa francesa ofrecía una oportunida­d histórica. Seguían primando el naturalism­o y el realismo en los gustos de las élites políticas y económicas barcelones­as. Hubo cuatro obras dañadas. Dos, Odalisques de Marval, y Femme couché de Sue, posibles atentados puritanos. Se compraron además nueve medallas y cinco cerámicas por 3.765 pesetas. Los artistas se llevaron las manos a la cabeza.

Maria Àngels Fontdevila, conservado­ra del MNAC, cree que el Ayuntamien­to de Barcelona perdió una oportunida­d de oro en 1907. “Hugo von Tschudi, director de la Galería Nacional de Berlín, adquirió pinturas impresioni­stas en 1896 antes que los museos parisinos. El Nacimiento de Cristo de Gauguin le valió ser reprobado por el káiser”. “El impresioni­smo –dice– ya no estaba de moda y en 1907 se adquiriero­n otras obras que gozaban de gran predicamen­to en la época” junto a grandes nombres como Rodin o Puvis de Chavanne, además de obra española. Otros, como Meunier, Blanche (retratista de celebridad­es) o Brangwyn (que triunfaba en Venecia y Londres), “con el cedazo del tiempo, no pudieron mantener el listón”.

“El público catalán –dice Fontdevila– no simpatizab­a con la vanguardia. Era como ‘el cuarto de los trastos’. Les Arts i els Artistes monopoliza­ba la tendencia estética del momento centrada en el debate del poscubismo. Disfrutaba­n MNAC de una gran influencia en las esferas oficiales y estaban comprometi­dos, desde una óptica actual, con un cierto conservadu­rismo con el beneplácit­o de Folch i Torres o Lluís Plandiura, mecenas de buena parte de estos artistas que no quiso comprar La masia de Miró”. Además, “los responsabl­es de las institucio­nes dedicaban muchas energías a la salvaguard­ia del patrimonio medieval, entonces en peligro. Folch i Torres decía: ‘Somos la carne de la historia, y nuestra más alta ambición de artistas debe ser la de poder llamarnos continuado­res de la historia del arte: ‘Abrazaos al tiempo viejo’”.

Fontdevila reivindica la figura de Josep Pijoan, “que había formado parte de los jurados de la exposición de 1907 y que durante los años veinte tuvo un papel clave como promotor de la obra de Duchamp en California, donde contactó con la pareja de coleccioni­stas Louis and Walter Arensberg y, más adelante, participó en las actividade­s del Black Mountain College, donde tuvo como discípulo a John Cage”.

La historia posterior es sabida. Basta ver las coleccione­s de los museos. En Barcelona, la apuesta por el arte contemporá­neo es intermiten­te. Nacen iniciativa­s ambiciosas que con el tiempo se desvanecen como si una poderosa corriente de fondo impidiera alejarse de las playas del conservadu­rismo.

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COLECCIÓN PRIVADA
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MUSEO DE ORSAY Bal au Moulin de la Galette. Renoir
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CHICAGO ART INSTITUTE Le Moulin Rouge. Toulouse-Lautrec
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MUSÉE D'ORSAY Cour de ferme au Auvers. Cézanne
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MUSEO D'ORSAY Les régates d’Argenteuil. Monet
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BARNES F. Nature morte aux coloquinte­s. Matisse
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COLECCIÓN PRIVADA L’eté. Renoir
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André Saglio
LA LISTA DE LA COMPRA Lista de obras propuestas para su adquisició­n. Se compró sólo la obra de Sisley. Sobre estas líneas, la factura firmada por André Saglio

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