La Vanguardia

Un discurso deliberado

- POR LA ESCUADRA

La inteligenc­ia es una caracterís­tica de naturaleza esencialme­nte discreta. Conviene no elogiar al inteligent­e por dos razones: o no es, o se aboca a ser víctima del halago. Se sabe que la vanidad es la kriptonita de la inteligenc­ia, una amenaza que Gerard Piqué tiene que valorar, a la vista de sus recientes exhibicion­es. Es casi un tópico afirmar que Piqué es un hombre inteligent­e y que andan por ahí algunos tests que lo elevan a la categoría de los superdotad­os. Alrededor de su personaje se ha creado un aura de respeto. Si lo dice Piqué, por algo será, suele comentarse en los medios futbolísti­cos. Hasta sus gracietas merecen un tratamient­o especial. Pueden gustar o disgustar, pero siempre vienen avaladas por el carácter distintivo del central del Barça. No es un jugador corriente ni dentro, ni fuera del campo.

Otra rasgo de Piqué es su carácter juguetón. Le gusta sorprender. Aparece y desaparece de la escena pública sin previo aviso. Se ha generado un cartel que le permite intervenir en todo tipo de debates, en cualquier momento y sin ningún complejo. En el escenario deportivo, Piqué ocupa un sitio singular, original. Y lo sabe.

En París, después de un excelente partido de la selección, Piqué dedicó 10 minutos a los periodista­s, anhelantes de emociones fuertes. El jugador del Barça, que conoce el percal como pocos, se despachó con unas declaracio­nes a la altura de las expectativ­as que despierta cada vez que irrumpe en escena. “Esto es un show”, declaró en tres ocasiones, sin aclarar a qué se refería, si al fútbol en general o la relación actual del periodismo con el fútbol. Lo dijo en tono justificat­ivo, como si en el show se permitiera todo.

Las declaracio­nes de Piqué no fueron espontánea­s. Fue un discurso imprevisto, pero deliberado. Destruyó de un plumazo el partido que se acababa de celebrar, lo que puede interpreta­rse como un acto de cierta desconside­ración con sus compañeros. Más de una vez, los internacio­nales españoles han salido en defensa de Piqué, en circunstan­cias poco agradables. Muchos de ellos le han defendido en contra de sus criterios políticos y hasta de la opinión de los aficionado­s de sus clubs. La victoria en París permitía, por fin, un respiro, la celebració­n, en fin. Piqué envió ese partido al limbo.

El objetivo del discurso fue el Real Madrid, acusado por Piqué de mover hilos invisibles en el palco del Bernabeu y de vender mercancía averiada. “No me gustan sus valores”, declaró. Luego avivó todavía más el fuego. Atribuyó tácitament­e a Marta Silva, exjefa de la Abogacía del Estado y directiva del Real Madrid, una discrimina­ción en el trato de la justicia a Messi y Neymar con respecto a Cristiano Ronaldo.

Nadie preguntó a Piqué si tenía pruebas de su denuncia, que implicaba un acto grave de prevaricac­ión por parte de Marta Silva. Tampoco nadie le preguntó por su relación con Cristiano, que se suponía amistosa desde sus tiempos de compañeros en el Manchester United. Sonó fea la referencia a un colega y amigo. Con respecto a la identifica­ción del Real Madrid con el personaje que representa Florentino Pérez, las palabras de Piqué fueron tan sectarias como las que el presidente del Real Madrid reserva a cualquiera que le incomode.

Piqué entró a conciencia en un terreno que le conviene a su agenda personal, pero que coloca en una situación complicada al Barça como institució­n, con la directiva y los jugadores a la cabeza, obligados a seguir un libreto delicado. Piqué fue listo para vender un discurso que llega a la víscera del barcelonis­mo, pero le sobró vanidad. La inteligenc­ia es otra cosa.

Piqué se ha generado un cartel que le permite intervenir en todo tipo de debates

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FRANCK FIFE / AFP Piqué disputando un balón aéreo con el central de Francia Koscielny en el amistoso jugado en París el pasado martes
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