La ciencia que no es ficción
Elisenda Bou-Balust, ingeniera y cofundadora de Vilynx
Siempre he querido ser escritora, y todavía lo quiero ser! Me gusta mucho la poesía, escribo cuentos, prosa corta”. Elisenda Bou-Balust (Barcelona, 1986) lee de todo y mucho. Novela, ensayo, poesía. De pequeña, en casa había una buena biblioteca de ciencia ficción, y la devoró: “¡Eso ayuda!”. Tiene 30 años y ya hace más de diez que se dedica a la ciencia: primero, con la transmisión sin hilos de la energía y los satélites fraccionados, y ahora sobre todo con la inteligencia artificial y machine learning.
Bou estudió Telecomunicaciones en la UPC y al mismo tiempo Ingeniería Electrónica mientras hacía proyectos en el Idetic de Canarias, donde vivió tres años. Los veranos iba al MIT: mientras hacía proyectos para la NASA, terminaba el proyecto de final de carrera. Ha hecho investigación para Google, haciendo el doctorado ha dirigido tesis de máster. “He tenido ayuda de mucha gente, es la manera de hacer investigación”, valora. Ha participado en un par de start-up (Zeptocode i Estimtrack). “Siempre llevo mil historias en paralelo. ¡Es mi vorágine!”.
Y todo lo que va haciendo confluye desde el 2013 en Vilynx, la empresa donde es cofundadora y directora tecnológica. Fundada por Juan Carlos Riveiro (que fue fundador de Gigle Networks, vendida en el 2006 a la multinacional Broadcom por 85 millones de dólares) desarrollan una tecnología para etiquetar e indexar vídeos de forma automática en internet. “Un adulto conoce 30.000 palabras, nuestro sistema 5,5 millones, y aprende. Me gusta pensar que Vilynx llevará la inteligencia artificial a otro nivel, y lo haremos desde Barcelona”. Añade que “tenemos un enfoque de negocio con una parte de visión imposible, de locura, que es lo que me gusta”.
Con su sonrisa y los gestos de las manos, Elisenda Bou hace entendedor (casi todo) lo que explica, aunque esté fuera de la estratosfera. “Siempre me ha gustado la tecnología y hacer proyectos que me estiren, que me hagan pensar”. Una sana ambición heredada del padre ingeniero y la madre artista pintora (el mayor de sus dos hermanos, Aureli, es cofundador de Worldcoo).
“Me atraen los retos que parezcan imposibles y que tengan impacto en la sociedad”. Como la idea del ascensor espacial que hacia el 2004 proponía la NASA en el marco de los Centennial Challenges. Elisenda hacía primero de telecos, y se apuntó. Con otro compañero de la UPC idearon un robot, impulsado con placas solares, que tenía que hacer de ascensor espacial subiendo por una cuerda de 100 metros. Lo probaron (con una cuerda de 5 metros) en el Cosmocaixa. “Yo ya era superfán de Jorge Wagensberg: ¡había leído todos sus libros!”. Cuando llegó al Challenge, en Nuevo México, el aparato se había perdido en alguna aduana. Aparte de descubrir que nadie superaría el reto, “ya que estaba allí, me puse a ayudar en un equipo del MIT”. El MIT para ella era, sobre todo, el lugar donde había dado clases el físico Richard Feynman, otro de sus autores de cabecera. Y se las apañó para regresar cada verano a Boston. “Pude aplicar lo que yo había hecho en transmisión de energía al programa de satélites fraccionados” (modulares). Y así participó en un vuelo de gravedad cero, en Houston. ¡“El primer día vomité 40 veces! El cerebro se acostumbra, y me lo pasé pipa”.
Pero el reto de hacer llegar cosas al espacio seguía vivo: “¡Subir cada kilo en el espacio todavía cuesta un millón de euros!”. Y con el equipo NanoSatLab de la UPC, con Eduard Alarcon, Carles Araguz y Adriano Camps, consiguieron en el 2013 un premio de investigación de Google, para el proyecto Android Beyond the Stratosphere. “Era mi utopía: un sistema para democratizar el acceso al espacio”. Idearon “una comunidad de satélites orbitando, basados en teléfonos Android y hardware abierto Arduino”. Así, “mis líneas de investigación se abrieron hacia la inteligencia artificial, para que los sistemas de satélites puedan tomar decisiones”. En Vilynx la fueron a buscar para hacer una app, pero el proyecto la ha seducido por completo y ahora lidera un equipo de 18 ingenieros.
“Todavía no he tenido tiempo de presentar la tesis... No he encontrado el momento de defenderla”, dice con pesar. Pero además del software, de los satélites, de los libros, de los poemas, de dar alguna clase, y de ir al Cosmocaixa –“siempre que puedo, llevo a los hijos de todos los amigos”–, le gustan muchas cosas. “Soy una friki de las plantas. Busco especies, hago semillas, mi casa parece un invernadero”, y enseña una foto de su mesa del comedor, llena de macetas, porque “es primavera, momento de hacer plantel”.
VILYNX TIENE LA SEDE OPERATIVA EN BARCELONA Y OFICINA EN SAN FRANCISCO ACABA DE RECIBIR UNA RONDA DE 5,8 MILLONES CON CAIXA CAPITAL RIESC, KIBO, RIDGEWOOD CAPITAL Y ‘BUSINESS ANGELS’